Aquella urbanidad Página 30
Urbanidad y buenas maneras de épocas pasadas
A lo largo de toda la historia distintos autores, articulistas y personajes anónimos han hecho referencia, de una manera directa o indirecta, a temas sobre cuestiones de educación, buenas maneras, cortesía...
Todos los artículos de Aquella urbanidad
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La alegría moderada en las conversaciones pasa fácilmente de uno a otro ánimo y es acogida con favor por todos.
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Los charlatanes se hacen callar no dando pávulo a sus palabras, del mismo modo que un tocador de violín para a los bailarines cesando de tocar.
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Si a la locuacidad se une el egoísmo, esto es, si siempre hablamos de nosotros mismos, de nuestros gustos, de nuestras cosas, y de cuanto nos pertenece, es positivo que fastidiaremos de una manera insoportable a cuantos nos oigan.
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Querer que nuestra conducta merezca la aprobación de todos, es pretender que los mismos manjares agraden también a todos.
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La vanidad contribuye a hacer más activo el estímulo de la curiosidad, porque hay una satisfacción en poder decir, yo lo sé, yo lo he visto.
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Actos inurbanos o molestos a los presentes.
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Actos inurbanos o molestos a los presentes.
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La cortesía prohibe hacer revivir o echar en cara a otro los vicios que un largo arrepentimiento ha borrado.
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La descortesía sube de punto a medida que la parte que nosotros nos llevamos excede a la que queda individualmente para los otros.
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Todas las acciones nuestras que en las vicisitudes socíales y en la conversación común ahorran incomodidad, tiempo y trabajo a nuestros semejantes.
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Las oportunas explicaciones disipan aquellos sinsabores o malas inteligencias que entre vecinos suelen degenerar en discordias.
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Cualquiera acción o dicho que voluntaria e ilegítimamente nos roba la estimación ajena o nos expone al desprecio, se llama injuria.
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El disgusto que nace de la imputación de efectos morales, crece o disminuye en razón de la cualidad del defecto imputado.
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Es tan natural en el hombre la tendencia a ensalzarse a sí mismo y a deprimir a los otros, que casi sin notarlo y sin ánimo resuelto de ofender mortificamos el amor propio de los demás.
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La desmedida idea de sí mismo mezclada al desprecio de los otros, constituye el orgullo.
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Encontramos belleza en el cuerpo humano cuando vemos reunidas en él las cualidades más propias para ejecutar sus movimientos.
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El gesticular mucho con las manos cuando se habla con algunos es uso de aquellos que hablan mucho y dicen poco.
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Cuanto menos están, los hombres ocupados en negocios propios, otro tanto quieren informarse de los ajenos.
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El orden social exige que la ancianidad sea respetada a fin de que los jóvenes oigan con docilidad sus lecciones, y obedezcan prontamente sus mandatos.
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La decendia prohíbe aquellas acciones inocentes en sí mismas, pero que merman la idea de la dignidad en aquel que las ejecuta.
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La diversidad de usos en la mesa debe atribuirse a las diferentes ideas de comodidad y de cortesía.
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En la antigua Roma, la sala en que se comía en los días festivos estaba alfombrada de lirios y rosas.
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Entre los siglos XVI y XVII se introdujo en Francia la costumbre de acumular muchos manjares en un mismo plato de modo que viniesen a formar una pirámide.
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Los romanos tenían la costumbre de entregar al principio de la comida una nota de los manjares que se presentarían en la mesa.
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El amo debe cuidar mucho de que las conversaciones sean graciosas y amenas, sin hacerse malignas ni mordaces.
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Cuando en Roma era todavía desconocido el uso de los tenedores se podía causar asco de muchas maneras, y por esto Ovidio fijó las reglas para tomar delicadamente los manjares con dos dedos.