
Actos inconvenientes o degradantes para nosotros mismos. IV.
El orden social exige que la ancianidad sea respetada a fin de que los jóvenes oigan con docilidad sus lecciones, y obedezcan prontamente sus mandatos.
Actos inconvenientes o degradantes.
En las mujeres el pudor es el custodio de sus prendas y el talismán de su poder. Los especiales perjuicios que en la sociedad provienen de la incontinencia añaden nuevo brillo al pudor y condenan cuantos actos le ofenden.
Júpiter, después de haber hecho las paces con Juno en el monte Ida, queriendo celebrar los misterios de Himeneo se envuelve con una nube azul. En la primera casa de baños que hubo en Roma, los cuartos de los hombres estaban separados de los de las mujeres, y las costumbres públicas prohibían al padre bañarse con sus hijos cuando habían llegado a la pubertad. El pudor ha introducido algunos usos que con el nombre de decencia son en cierto modo sus custodios aunque no siempre seguros; como por ejemplo en Italia en donde las señoras de alta clase hasta muy poco tiempo atrás no se presentaban en público sino acompañadas de su criado; en Francia antes de la revolución no recibían en su casa a los hombres sin tener una doncella al lado. El uso de los velos en el rostro en las ciudades, y de los pañuelos en la cabeza en los pueblos es tan general, que el pudor de las mujeres alimenta industrias especiales.
A medida que el sentimiento de la indicada superioridad va disminuyendo, son proscritos de uno en uno los sentimientos de la decencia y prevalece el sentimiento de la comunidad susodicha. Entre el máximo grado del primer sentimiento y el máximo del segundo están encerrados los diferentes grados del pudor y de la impudencia, a los cuales corresponden para los hombres sesudos diferentes grados de estimación o de desprecio.
Por la razón de ser la bondad de carácter la cualidad que alcanza estimación más universal y más constante entre los hombres, son con justo motivo proscritos y despreciados los hechos que si bien no molestan a los demás, demuestran mayor o menor barbarie hacia los animales. ¿Quién no hubiera despreciado al emperador Domiciano sabiendo que pasaba muchas horas en su gabinete cazando moscas y ensartándolas en un alfiler de oro? Un tal Vibio Crispo a quien le preguntaron si había alguien con el emperador, contestó: "Nadie, ni siquiera una mosca". He dicho que si bien no molestan a los demás, pero esta circunstancia no siempre es verdadera, pues el dolor que sufren los animales atormenta nuestra sensibilidad, en razón de la aparente analogía entre su máquina y la nuestra. Así cuando vemos transportar en un carro reses muertas y cuyas cabezas van colgando, no podemos menos de experimentar horror y aun compasión no obstante de verlas muertas.
Por esta razón no se necesita granesquisidad de afectos para condenar las corridas de toros, las riñas de gallos y los combates a puñadas entre dos hombres, espectáculo que tanto agrada a los ingleses, y del cual con frecuencia salen los combatientes con un ojo menos, estropeados o moribundos.
Muchas veces nos exponemos al desprecio ajeno, no porque lo que hacemos sea despreciable en sí mismo sino porque lo hacen tal las circunstancias exteriores.
Puesto que el orden social exige que la ancianidad sea respetada a fin de que los jóvenes oigan con docilidad sus lecciones, y obedezcan prontamente sus mandatos, no pueden aprobarse en los ancianos aquellos actos que si bien son inocentes denotan una cabeza ligera.
Entre los actos que por sí mismos no presentan la idea del daño social, no convienen a las mujeres aquellos que disminuyen sus prendas distintivas. Por esta causa no parece muy conveniente que las mujeres afeiten a los hombres como suelen hacerlo en algunos puntos de Suiza, ni que los hombres peinen a las mujeres como se practica en gran parte de Europa. Con mayor razón se puede decir otro tanto del sastre, pues los trajes de las mujeres, ya que así lo reclama el pudor, y además las mujeres entienden mejor que ellos en todo lo relativo a la belleza. La idea del pudor puede ser demasiado extensa, como generalmente es demasiado restringida. El senado romano expulsó de su seno a uno de sus miembros porque en presencia de su hija había dado a su consorte un beso demasiado expresivo. Si la santidad del vínculo conyugal no bastó a excusar esta falta de consideración, es preciso confesar que el castigo fue excesivo.
El arengar en público, para lo cual se necesita cierta frescura y, por decirlo así una cara de bronce, parece impropio de la mujer, y por esta razón en igualdad de circunstancias el mérito de una mujer de teatro es menor que el de las otras. Los romanos estaban tan acostumbrados a la modestia y al retiro de las mujeres, que como una de ellas hubiese defendido su pleito ante los jueces, el senado envió a consultar al oráculo de Apolo que es lo que semejante inconveniencia presagiaba para la ciudad de Roma. En este hecho como en el otro se descubre una idea justa pero exagerada.
- Actos inconvenientes o degradantes para nosotros mismos. I.
- Actos inconvenientes o degradantes para nosotros mismos. II.
- Actos inconvenientes o degradantes para nosotros mismos. III.
- Actos inconvenientes o degradantes para nosotros mismos. IV.
- Actos inconvenientes o degradantes para nosotros mismos. V.
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