Del modo de conducirnos en diferentes lugares fuera de nuestra casa. Del modo de conducirnos en la calle
Al caminar por la calle los movimientos del cuerpo deben ser naturales y propios de la edad, del sexo y de las demás circunstancias de cada persona
Reglas de cortesía comportamiento en la calle. Cómo caminar y moverse de forma correcta
Elegancia al caminar y reglas de cortesía a seguir en la calle, según el manual de Carreño
En la calle, como en casa, hay que seguir algunas reglas de comportamiento y cortesía. El respeto y los buenos modales son necesarios para que la vía pública no se convierta en una 'jungla'. La mayoría son reglas muy básicas que todo el mundo conoce, como ceder el paso, ayudar a la persona que lo necesita, saludar, etc.
Las reglas de cortesía y buenos modales son necesarias porque promueven una cultura de respeto y consideración hacia los demás. Además, damos un buen ejemplo a los niños y menores que en el futuro se encontrarán en muchas de las situaciones que están viendo ahora. No hay mejor maestro que fray ejemplo, dice un dicho popular. En la calle nos podemos encontrar en todo tipo de situaciones. Cuantas mejores habilidades sociales desarrollemos, mejor sabremos lidiar con cualquier de estas situaciones. Vamos a ver que no recomienda el manual de Carreño a este respecto.
1. Conduzcámonos en la calle con gran circunspección y decoro, y tributemos las debidas atenciones a las personas que en ella encontremos; sacrificando, cada vez que sea necesario, nuestra comodidad a la de los demás, conforme a las reglas que aquí se establecen.
2. Nuestro paso no debe ser ordinariamente ni muy lento ni muy precipitado; pero es lícito a los hombres de negocios acelerarlo un poco en las horas de trabajo.
3. Los movimientos del cuerpo deben ser naturales y propios de la edad, del sexo y de las demás circunstancias de cada persona. Gravedad en el anciano, en el sacerdote, en el magistrado; suavidad y decoro en la señora; modestia y gentileza en la señorita; moderación y gallardía en el joven; afectación en nadie.
4. Los brazos ni deben caer de su propio peso de modo que giren libremente, ni
contraerse hasta el punto de que vayan como adheridos al cuerpo, si no que deben gobernarse lo suficiente para que lleven un movimiento suave y elegante.
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5. No está admitido llevar las manos ocultas en la parte del vestido que cubre el pecho, ni en las faltriqueras del pantalón. Las manos deben ir siempre a la vista y en su disposición natural, sin recoger los dedos ni extenderlos.
6. Nuestras pisadas deben ser suaves, y nuestros pasos proporcionados a nuestra estatura. Solo las personas ordinarias asientan fuertemente los pies en el suelo, y forman grandes trancos para caminar. Respecto del paso demasiado corto, ésta es una ridícula afectación, tan solo propia de personas poco juiciosas.
7. No fijemos detenidamente la vista en las personas que encontremos, ni en las que se hallen en sus ventanas, ni volvamos la cara para mirar a las que ya han pasado; costumbres todas ellas impropias de gente bien educada.
8. No nos acerquemos nunca a las ventanas de una casa con el objeto de dirigir nuestras miradas hacia adentro. Este es un acto descortés y grosero, y al mismo tiempo un ataque a la libertad inviolable de que cada cual debe gozar en el hogar doméstico.
9. Una persona de educación, no se detiene delante de las ventanas de una casa donde se celebra un festín.
10. Cuidemos de no hablar nunca tan recio que los demás puedan percibir distintamente lo que conversamos.
11. Siempre es un acto descortés y tan solo propio de gentes vulgares el fumar por la calle; pero no podría expresarse nunca debidamente la enormidad de la falta que comete el que los hace cuando va con señoras. Sin embargo, las costumbres han cambiado tanto a este respecto que ya no es raro ver caballeros, o al menos quienes lo parecen, que acompañan señoras por la calle y van fumando muy quitados de la pena. La costumbre de fumar en la calle, por otra parte, ya está tan generalizada y aceptada, que hasta los vehículos públicos tienen destinados lugares especiales para los fumadores. Por nuestra parte, recomendaríamos a nuestros lectores se abstuvieran por completo de fumar en público, y menos, como prohíbe el autor, cuando el hombre va acompañado de señoras.
12. De ninguna manera llamemos a una persona que veamos en la calle, especialmente si por algún respecto es superior a nosotros.
13. No está admitido detener a una persona en la calle, sino en el caso de una grave urgencia, y por muy breves instantes. En general, el inferior no debe nunca detener al superior.
14. Jamás detengamos a aquel que va acompañado de señoras, o de cualquiera otra persona de respeto.
15. Podemos, sin embargo, detener a un amigo de circunstancias análogas a las nuestras, aunque no tengamos para ello un objeto importante; pero guardémonos de hacerlo respecto de aquellos que sabemos viven rodeados de ocupaciones, y de los que, por el paso que llevan, debemos suponer que andan en asuntos urgentes.
16. Por regla general, jamás debemos detener a los hombres de negocios en las horas de trabajo, si no con el objeto de hablarles de asuntos para ellos importantes o de recíproca conveniencia, y esto en los casos en que no nos sea posible solicitarlos en sus establecimientos.
17. Una vez detenidas dos personas en la calle, toca a la más caracterizada de ellas adelantar la despedida; mas si se han detenido tres, no hay inconveniente para que se separe primero la menos caracterizada.
18. Jamás pasemos por entre dos o más personas, quienes fueren, que se hayan detenido a conversar; y en el caso de que no podamos evitarlo, por ser el lugar estrecho o por cualquier otra causa, suspenderemos por un momento nuestra marcha y pediremos cortésmente permiso para pasar por en medio.
19. Las personas que se encuentran detenidas evitarán por su parte que el que se acerca llegue a solicitar permiso para pasar, ofreciéndole de antemano el necesario espacio; y harán que pase por en medio, aunque no sea absolutamente indispensable, si es una señora u otra persona cualquiera a quien se deba tal obsequio.
20. Cuando las personas que están detenidas ocupen el lugar de la acera, despejarán esta enteramente al pasar señoras u otras personas de respetabilidad.
21. Debemos un saludo, y las señoras una ligera inclinación de cabeza, a las personas que, encontrándose detenidas, se abren para dejar libre el paso por la acera o por en medio de ellas.
22. Cuando una persona ha de pasar por delante de otra, el inferior cederá siempre el paso al superior, el caballero a la señora. En el automóvil las reglas que priman el tránsito, se deben observar con toda exactitud para no molestar a los automovilistas. En muchos casos de encuentros entre personas de diferente sexo, priman las reglas naturales de galantería que siempre debe el hombre a las damas.
23. Toca siempre a las señoras autorizar con una mirada el saludo de los caballeros de su amistad y a los superiores el de los inferiores.
24. No debe saludarse nunca a la persona con quien no se tiene amistad. Sin embargo, debemos siempre un saludo a las personas de alta respetabilidad, a quienes encontramos de cerca, y a todas aquellas que de un modo notable nos hayan cedido la acera con la intención de obsequiarnos.
25. No es admisible la costumbre de saludar a las señoras que están en sus ventanas, cuando con ellas no se tienen relaciones de amistad; y aun teniéndolas, si no son íntimas, no deben saludarse desde la acera opuesta cuando ha entrado ya la noche, ni a ninguna hora si se encuentran en ventanas con celosías.
26. Cuando saludamos a señoras o a otras personas respetables, no nos limitaremos a tocarnos el sombrero, sino que nos descubriremos enteramente.
27. Cuando encontremos a una persona de nuestra amistad, acompañada de otra que no lo sea, haremos de manera que nuestro saludo las incluya a ambas.
28. En el caso del párrafo anterior, la persona que va con nuestro amigo, si es una señora, deberá contestamos con una ligera inclinación de cabeza, y si es un hombre, se tocará el sombrero.
29. Para quitarnos y tocarnos el sombrero, y para todos los demás movimientos de cortesía en que hayamos de usar de la mano, empleemos generalmente la derecha.
30. No saludemos nunca desde lejos a ninguna persona con quien no tengamos una íntima confianza, y en ningún caso a una señora ni a otra persona cualquiera de respetabilidad.
31. Cuando según se deduce de la regla anterior, podemos saludar desde lejos a una persona, hagámoslo únicamente por medio de una inclinación o de un movimiento de mano.
32. Cuando encontramos a una señora o a cualquier otra persona respetable que nos manifieste el deseo de hablarnos, no permitiremos que se detenga, sino que, aun cuando llevemos una dirección opuesta, continuaremos marchando con ella hasta la esquina inmediata, donde ella misma deberá adelantar la despedida.
33. Pero las señoras, y todas las personas que saben han de recibir esta muestra de consideración, deberán por lo mismo evitar el entrar en conversación en la calle con aquellos que deben tributársela, cuando para ello no tengan un motivo urgente.
34. No dirijamos nunca la palabra con el sombrero puesto a una señora o a una persona constituida en alta dignidad.
35. En el caso del párrafo anterior, la persona a quien hablamos nos excitará desde luego a que nos cubramos; pero, si por su edad u otras circunstancias, fuere ella demasiado respetable para nosotros, no cedamos a su primera insinuación, bien que nunca esperaremos la tercera.
36. Jamás deberá un caballero incorporarse con una señorita que no vaya acompañada de alguna persona respetable, a menos que sea un sujeto de avanzada edad, y que al mismo tiempo lleve relaciones de íntima amistad con su familia.
37. Tampoco es lícito a un caballero, y mucho menos si es joven, el detenerse a conversar con una señorita o señora joven que se encuentre sola en su ventana, por muy íntima que sea la amistad que con ella tenga.
38. Evitemos, en cuanto nos sea posible, el detenernos por largo rato a conversar con señoras que estén en sus ventanas, aunque sean personas de edad o se encuentren acompañadas; y cuando alguna vez nos detengamos, guardémonos de embarazar el paso y quitar la acera a los transeúntes, especialmente a las señoras y demás personas de respetabilidad.
39. Es un acto muy descortés el conservar o tomar la acera cuando ha de privarse de ella a una persona a quien se debe particular atención y respeto. Para el uso de la acera hay reglas fijas, las cuales no pueden quebrantarse sin faltar abiertamente a la urbanidad.
40. En todos los casos el inferior debe dejar la acera al superior, y el caballero a la señora; y cuando se encuentran dos personas de circunstancias análogas, la regla general es que la conserve el que la tiene a su derecha.
41. Una persona que camine sola debe ceder la acera a dos o tres personas que se encuentren juntas; a menos que le sean todas inferiores, pues entonces serán ellas las que deberán cederla.
42. Cuando van tres caballeros juntos deben marchar en una misma línea lateral, tomando el centro el más caracterizado, y el lado de la acera el que le siga en respetabilidad. Pero si yendo un sujeto de alto carácter, los dos que le acompañan le son muy inferiores, entonces llevará aquel el lado de la acera, y estos se situarán en el orden que les indiquen sus respectivas circunstancias.
43. En ningún caso deberán marchar más de tres personas en una misma línea lateral.
44. Cuando de dos o tres personas que encuentren a otra sola, le sea una superior y las demás inferiores, estas se abrirán dejando a aquellas la acera, para que la persona sola pase por en medio.
45. Cuando yendo una persona respetable en medio de otras dos encontraren a una persona sola, inferior a aquella, y al mismo tiempo superior a la que lleva la acera, esta conversará siempre en su puesto.
46. Cuando son señoras las que van se observa generalmente lo siguiente:
46.1. Una señora y una señorita marchan en una misma línea.
46.2. Si van dos señoras y una señorita, las señoras van juntas y la señorita por delante.
46.3. Si son tres señoras, marchan en una misma línea.
46.4. Sí es una señora y dos señoritas, la señora marcha sola y las señoritas por delante.
46.5. Si son tres señoritas, o marchan todas juntas, o la de más edad va sola y las demás por delante, o las dos de más edad van juntas y la otra por delante.
47. Las personas bien educadas siempre procuran ceder la acera a los demás; bien que nunca a aquellos que les son muy inferiores, porque, en realidad, sería intolerablemente ridículo que un anciano: tratara de hacer este obsequio a un niño, o una señora a un joven.
48. Una señora que va acompañada de un caballero cede siempre la acera a las señoras solas que encuentra; pero si van dos señoras y un caballero en el centro, solo la cederán a señoras de mayor respetabilidad.
49. Pueden encontrarse señoras que de una y otra parte vayan acompañadas de caballeros, y para tales casos se tendrán presentes las siguientes reglas:
49.1. Cuando en todos los que se encuentran median circunstancias iguales, así respecto del número de personas, como de su respetabilidad, la acera corresponde, según la regla general, a los que la tienen a su derecha.
49.2. Cuando entre una y otra parte existe en totalidad una diferencia notable de respetabilidad, también se aplicará la regla general, y los inferiores cederán la acera a los superiores.
49.3. Cuando entre una y otra parte hay diferencia en el número de personas, se dará la preferencia al mayor número, a menos que en la parte del menor número concurran circunstancias de una notable superioridad.
49.4. En todos los demás casos se obrará discrecionalmente, sin olvidar nunca que si bien el que use de más desprendimiento manifestará mejor educación, no por eso podrá un caballero hacer este género de obsequios a las personas que encuentre, a costa de la comodidad y con mengua de la respetabilidad de las señoras que acompañe.
50. Cuando se encuentren grupos de más de tres personas, y no exista entre unas y otras en totalidad una diferencia que marque claramente el derecho a la acera, como cuando son de una parte señoras, y de otra hombres, se estimarán generalmente las circunstancias de los que marchen por delante; pues serán embarazosos y ridículos los movimientos que hubieran de hacerse para que cada inferior diese preferencia a cada superior.
51. Cuando una persona va en la misma dirección y por la misma acera que otra, a la cual va a dejar por detrás, por llevar un paso más acelerado, no debe tomar la dirección que ella tenga derecho, si no encuentra fácil y cómodamente el suficiente espacio. Pero el que siente pasos por detrás debe cuidar de dejar siempre este espacio, pues debería serle penoso que una señora o cualquiera otra persona respetable, tuviera que tomar el lado de la calle para pasar. Siempre que en estos casos media una superioridad notable, es lícito abrirse paso por el lado de la acera, por medio de una ligera y delicada insinuación.
52. Cuando un caballero acompaña a una señora, esta lleva el lado de la acera; si conduce dos, se coloca en el centro, tomando la acera, la más caracterizada; si conduce una señora y dos señoritas, da el brazo a la señora, y las señoritas van por delante; y si conduce a una señora y tres señoritas, da el brazo a la señora y a la señorita de más edad, y las otras dos van por delante.
53. Al ofrecer un caballero el brazo a dos señoras debe entrar por detrás de ellas, y nunca presentarse por delante, de manera que les dé la espalda al colocarse en el centro.
54. Cuando un caballero que acompaña a señoras encuentra un mal piso, hace que las señoras ocupan el lugar más cómodo y decente, aunque tenga que abandonar la posición que había tomado según las reglas aquí establecidas.
55. El caballero que acompaña a señoras debe adaptar su paso al de aquella que marche más lentamente.
56. Cuando un caballero acompaña a una señora y a una señorita, o a una señora de avanzada edad y a otra señora joven, debe cuidar, al cambiar de acera, hacer que la señorita o señora joven cambie también de lugar, para que vaya siempre del lado de la calle.
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57. Cuando se marcha a caballo en compañía de otras personas, los lugares preferentes son generalmente el centro o la derecha. Si son hombres solos y van dos, el menos caracterizado ocupa el lado izquierdo del más caracterizado; si van cuatro, los dos más caracterizados ocupan el centro; y si van cinco, los dos menos caracterizados van por detrás, pues nunca deben formarse líneas que pasen de cuatro personas.
58. Cuando se acompañan a señoras a caballo se observarán las reglas siguientes:
58.1. Una señora con un caballero, este marchará del lado del frente de la señora.
58.2. Dos señoras con un caballero, este ocupará siempre el centro.
58.3. Tres señoras con un caballero, irán dos señoras a la derecha del caballero y una a su izquierda.
58.4. Dos señoras con dos caballeros, aquellas ocuparán el centro y estos los extremos.
58.5. Una señora con tres caballeros, los dos más caracterizados irán del lado del frente de la señora y el menos caracterizado en el lado opuesto.
58.6. Una señora con cuatro caballeros, los dos más caracterizados, acompañarán a la señora, y los demás irán detrás.
59. En todos los casos en que van cuatro personas a caballo, y aun cuando a ello no obliguen las circunstancias del tránsito, pueden marchar divididas en dos secciones de a dos personas, con tal de que no vayan las señoras solas.
60. Cuando las señoras van acompañadas no solo de caballeros de su familia sino de otros de su amistad, estos tendrán siempre la preferencia en todo lo que sea obsequiarías, ofrecerles el brazo, ayudarlas a montar a caballo y a desmontar, etc. Respecto de los amigos entre sí, tendrán la preferencia los de menos intimidad, y entre estos, los que sean más caracterizados por su edad y sus demás circunstancias personales.
61. Si encontramos a una persona en una situación cualquiera en que necesite de algún auxilio que podamos prestarle, se lo ofreceremos desde luego, aun cuando no tengamos con ella ninguna especie de relaciones.
62. Al pasar por una iglesia cuyas puertas estén abiertas, quitémonos el sombrero en señal de reverencia; y si fuere en momentos en que se anuncia el acto augusto de la elevación, no nos cubramos hasta que no haya terminado.
63. Tributemos un respeto profundo a todos los actos religiosos que se celebren en la calle; y tengamos siempre muy presente que una persona culta y bien educada no toma jamás parte en los desórdenes que suelen formarse en las procesiones, en los cuales se falta, no solo a los deberes que la religión y la moral nos imponen, sino a la consideración que se debe a las personas que a ellas asisten con una mira puramente devota.
64. Hay ocasiones en la vida en que un desconocido nos detiene en la calle para pedirnos informes, bien para orientarse hacia un número de casa, bien para encontrar alguna oficina o establecimiento comercial. Si no podemos serle de utilidad, demostrémosle con nuestra conducta que sentimos mucho no servirlo, procurando en todo caso dirigirlo hacia quien si puede ayudarlo. En caso de accidente, seamos lo suficientemente atentos para apartarnos y no estorbar el paso, a menos que podamos ser de utilidad. La prueba mayor de buena educación que puede darse, es manteniéndonos reposados y compuestos aún en las más críticas y desalentadoras circunstancias.
65. El caballero ofrece el brazo en toda ocasión a una anciana o un inválido. Ofrece también el brazo a quien acompañe, cuando se trata de atravesar calles peligrosas, o descender las escaleras de una casa cuando ha caído la noche, o cuando cruza un puente estrecho, o cuando camina por lugares incómodos. Así mismo, el hombre debe ofrecer el brazo a la mujer cuando se desata repentinamente una tormenta y un aguacero, con objeto de conducirla hasta un lugar seguro. Cuando llegan a un charco, el hombre se adelanta y desde el otro lado ofrece el brazo a su compañera para que salte; y, si el trecho es bastante ancho, puede tomar en brazos a la señora y depositarla en la orilla opuesta. Quien ayuda a una señora a subir a un automóvil, al tranvía o al camión, puede colocarle su mano debajo del codo. Al abandonar el vehículo, se invierte el orden: baja el primero y ofrece la mano. Es de todo punto incorrecto que el hombre tome en cualesquiera ocasiones el brazo de su compañera.
66. El apretón de manos es un ademán instintivo y natural de amistad, y proviene desde hace tanto tiempo, que se pierde en la noche de la historia, cuando el hombre extendía su mano desarmada en señal de paz. Actualmente, resulta tan natural el apretón de manos, que casi nadie se detiene a pensar su origen. (Lillian Eichler).
67. Cuando nos encontramos en la calle con un amigo íntimo, la inclinación de cabeza o la sonrisa se antojan demasiado indiferentes. Necesitamos manifestar mayor placer y cordialidad, Las mujeres ya no se besan en público, porque es antihigiénico y de muy mal gusto (al menos en los grandes centros de población), sino que se concretan a estrecharse la mano cálida y efusivamente. En los hombres, esta actitud se da por de contado, aunque en los tiempos de epidemias quedamos relevados de esta obligación.
68. Pero, hasta en el apretón de manos hay reglas. No se debe oprimir tan fuertemente que paralice los dedos, ni aceptarla suavemente, con soltura, como si quisiéramos dejarla caer cuanto antes. Y, como el apretón de manos da a conocer nuestra personalidad, procuremos que aquel sea breve, cálido y vigoroso, sin llegar a las exageraciones, especialmente con los desconocidos.
69. Hubo un tiempo en que era necesario quitarse el guante para dar la mano. Esta muestra de educación todavía se acostumbra en los lugares tranquilos, pero en las grandes ciudades, donde la vida es agitada, no debe darse uno por extrañado de que el amigo le ofrezca la mano enguantada.
70. Parece increíble, pero el individuo olvida frecuentemente las buenas maneras cuando más necesita mostrarlas, como en los tranvías y ómnibus. No es preciso manifestarse falto de educación, ni es de perdonarse, el que las personas, principalmente los hombres, aparezcan bruscos y desatentos en los vehículos de uso público. Se pueden perdonar las inconsecuencias cuando el tranvía o el ómnibus va atestado de gente y son las horas de entrada y salida de tiendas y despachos, pero lo que no se puede perdonar es al hombre o la mujer que poco les importa la comodidad de sus semejantes, y que empuja a quienes se hallan cerca, les pisa los pies o se les va encima, sin dignarse ni tan siquiera a pedir disculpas.
71. Cuando el tranvía o el ómnibus se detiene de repente y nos lanza contra nuestros compañeros de viaje, no hay tiempo siquiera para pedir disculpas por anticipado, pero cuando puede uno pensar lo que debe hacer, no existe excusa para no disculparse con quienes molestamos, aunque las incomodidades que les originamos sean contra nuestra propia voluntad.
72. Las personas bien educadas no atraen la atención, lo mismo en los salones de baile, que en las oficinas y los vehículos públicos. Hablan siempre en voz baja y pausada, y no ríen jamás estrepitosamente. Son cordiales y gentiles en sus modales, y nunca dejan que en público les domine la cólera.
73. Cuando viajan juntos un caballero y una señora que sean simplemente conocidos, aquel puede ofrecerse a pagar el importe del pasaje; ¡es tan corto que la señora haría mal en negarse a aceptar esta atención!. Pero si la señora insiste en cubrir su pasaje, el caballero debe de abstenerse a seguir adelante con su cortesía.
74. En los centros importantes de población, la señora o señorita que encuentra un conocido en un restaurante, no debe permitir por ningún motivo que el caballero le pague la cuenta de su consumo, a menos que el amigo o conocido haya invitado expresamente para que se encontraran en aquel lugar.
75. Así mismo, se está estableciendo más y más la costumbre de que las mujeres se abran paso por sí mismas en las ciudades, y resulta impertinencia y de poco gusto que el hombre quiera obligar a sus amigas y conocidas a que acepten sus agasajos improvisados. Repetimos, únicamente cuando el hombre invita a la señora expresamente al teatro, a cenar, etc., toca al caballero pagar todo lo que sea necesario y se consuma.
76. El ceder los asientos en los tranvías y camiones tuvo grande y justificada aceptación en los tiempos en que la lucha por la vida no era tan intensa en las urbes, y todavía vemos muchos casos en el que el caballero se levanta para que se siente una señora o señorita que vaya de pie. Pero, por desgracia, en la mayoría de las veces los hombres siguen sentados, mientras que las mujeres van de pie. Físicamente, esto tiene su justificación, porque hay hombres que regresan muy cansados de sus trabajos, y es hasta injusto que cedan el asiento a muchachitas perezosas y bullangueras. Pero, el hombre bien educado, aunque esté rendido de cansancio, atentamente se levantará de su sitio para cederle el asiento a una anciana, o a una señora con un niño en brazos, y hasta a un hombre cuando se trate de un enfermo o una persona considerablemente de mayor edad que quien se pone en pie.
77. Hay personas que se ven obligadas a ceder su asiento a otras, a regañadientes, y en tal caso nadie les agradece este gesto que podríamos llamar de semi atención. Los hombres deben decidirse de antemano a ceder el asiento con voluntad, dirigiendo palabras corteses a la señora a quien distinguen. Pero la señora a quien se le ofrezca el asiento, no importa que el hombre se lo ceda graciosamente, o refunfuñando, debe aceptarlo y mostrarse cortés, dirigiendo a aquel aunque sea una sonrisa, o dándole las gracias.
78. Recordemos que la cortesía es como el eco que regresa, y que las atenciones que sembremos forzosamente las cosecharemos con creces. Seamos gentiles, seamos bondadosos, seamos sencillos en nuestras acciones, que todo lo que hagamos y digamos, esté gobernado por el deseo de agradar a los demás, porque todas estas cosas son las que distinguen un carácter exquisito.
79. Para cerrar este artículo, asentaremos que las personas educadas no andan jamás con perros por la calle, sino que, en caso de alojarlos en casas carentes de jardín o de corral, comisionen a los criados para que paseen a los canes, o los mismos dueños pueden sacar a los animales, pero por la noche y por lugares de escaso tránsito.
80. Debe aquí advertirse, por conclusión, que la costumbre de andar por la calle con un perro, es enteramente impropia de personas bien educadas, sobre todo en calles concurridas donde este puede molestar. En caso de caminatas fuera de sitios muy poblados, sí está permitido.
81. Cuando se sube a un automóvil, si está manejado por un chófer, las señoras más caracterizadas tomarán los asientos de atrás y las de menor edad los del lado del chofer. Si hay señoras y caballeros, estos últimos tomarán los asientos al lado del chófer, siempre que todos los de atrás estén ocupados por señoras. Si la persona que conduce el automóvil es la dama o caballero dueño del vehículo, los asientos se distribuirán indiscriminadamente. Si el caballero que conduce el carro está acompañado de una señora e invita a una persona amiga de su misma categoría para subir al coche, y le insinúa que suba adelante, si el asiento es para tres personas, compete a esta última rechazar el ofrecimiento en aras de la comodidad general.
82. El dueño de un automóvil es el anfitrión de las personas que suben en él y está obligado a tratarlas con todo miramiento y consideración, evitando frenadas bruscas, velocidades excesivas y pidiendo el consentimiento de sus invitados para abrir y cerrar ventanas, poner la radio, etc., preguntando a las señoras si se encuentran cómodas.
83. Cuando un caballero invita a una dama a subir a un automóvil que él mismo maneja, tiene la obligación de abrirle la puerta, esperar que esta se acomode y cerrarla después. Luego puede dirigirse a su sitio. Al llegar al lugar de su destino bajará él primero, abrirá la puerta a la dama y la ayudará a descender del auto.
84. Cuando advirtamos que el Viático está en la misma calle que nosotros atravesemos, aunque sea a mucha distancia, nos quitaremos el sombrero, y no nos cubriremos hasta que la procesión o nosotros hayamos variado de calle; y siempre que haya de pasar el Viático por junto de nosotros, nos arrodillaremos, doblando ambas rodillas, sea cual fuere el lugar en que nos encontremos.
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