Buenas y malas palabras. El uso del lenguaje.
Puede dejarnos bastante sorprendidos el simple ejercicio de detenernos a escuchar cómo hablamos nosotros mismos.
Puede dejarnos sorprendidos el simple ejercicio de detenernos a escuchar cómo hablamos y cómo lo hacen nuestros congéneres, no sólo porque cortamos palabras, omitimos las eses y cometemos otros errores elementales.
El habla popular dominicana se vuelve cada vez más agresiva y desfachatada. Además, se están agregando expresiones groseras de otras culturas, fruto de la comunicación globalizada de estos tiempos.
Con suma facilidad, hasta los escolares de costosos colegios y estudiantes universitarios arrojan la blasfemia, el insulto y las expresiones subidas de tono que nosotros solemos llamar malas palabras.
Puede dejarnos bastante sorprendidos el simple ejercicio de detenernos a escuchar cómo hablamos nosotros mismos y cómo lo hacen nuestros congéneres, no solo porque cortamos palabras, omitimos las eses y cometemos otros errores elementales, en ocasiones por ignorancia y hasta por mera comodidad.
El uso de palabras o de expresiones mal recibidas socialmente es frecuente. Proliferan no solo en los ambientes privados sino también en las discusiones políticas y se han puesto en boga en los medios de comunicación, especialmente en la radio, medio en el que la estridencia campea de manera olímpica y hasta suma audiencia.
Sin embargo, en esta materia no estamos solos. En el uso del lenguaje popular soez nos ganan con creces los españoles y los argentinos, hablantes que no evaden oportunidades para lanzar el dardo de los tacos o de los lunfardos más atrevidos, con una ríspida entonación, con la que causan mala impresión en cualquier amante de las buenas maneras.
He observado, no obstante, que tanto en el español mexicano como en el ecuatoriano prevalece cierta tendencia a suavizar las palabras.
En México, por ejemplo, existe un enorme repertorio de groserías y como en España, Argentina y en otros países, los insultos giran en torno al sexo.
Hablar de una manera educada refleja la sensibilidad, la buena educación y la delicadeza del hablante. Pero no siempre se percibe de esa manera.
En determinados ambientes tal actitud es vista como una muestra de afeminamiento, si quien habla así es un hombre.
Siempre he resaltado el poder que tienen las palabras en el ánimo de la gente.
En un momento específico un término puede resultar demoledor o salvador.
Empero, hay que tener sumo cuidado.
En ocasiones, las palabras más dañinas o lacerantes no son expresadas dentro del insulto, sino que llegan de manera hasta sutil, envueltas en el velo que enmascara la intención de engañar.
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