
Urbanidad de las visitas que se reciben y del modo de comportarse en ellas.
Nunca hay que hacer esperar a una persona que acude a visitar a uno, a menos que se esté comprometido con personas de mayor rango que ella.
Urbanidad de las visitas que se reciben y del modo de comportarse en ellas.
Nunca hay que hacer esperar a una persona que acude a visitar a uno, a menos que se esté comprometido con personas de mayor rango que ella, o se esté ocupado en asuntos públicos.
Es del todo contrario a la urbanidad hacerle esperar a la puerta, en el patio, en la cocina o en el pasillo; y si se ve uno forzado a hacerle esperar algún tiempo, es preciso que sea en un sitio limpio, donde la persona tenga posibilidad de sentarse, si lo desea. Y es de cortesía que, si se puede, se le envíe a alguien, de condición digna, para que converse con ella durante el tiempo que tenga que esperar.
Hay que dejarlo todo para recibir a la persona que hace la visita. Si es persona de mayor rango, o con quien no se tiene ninguna familiaridad, hay que dejar la bata, el gorro de noche, la comida y ponerse la espada al flanco, si es que uno la lleva, o la capa por los hombros.
En cuanto lo avisen a uno de que alguna persona a quien debemos mucho respeto viene a visitarnos, hay que acudir hasta la puerta para recibirla; o si ya ha entrado, lo más lejos que se pueda. Hay que rendirle el mayor honor posible, hacer que pase y que se siente en la sala más hermosa, cederle siempre el paso, y ofrecerle el lugar más honroso.
Este es honor que en la propia casa hay que hacer no sólo a las personas de mayor rango, sino también a cualquier otra persona que no sea sirviente o inferior.
Sin embargo, cuando se es visitado por una persona de alto rango o muy superior, si dicha persona manifiesta su deseo de que se prescinda de una parte de las deferencias que se tienen con ella, no hay que obstinarse en continuarlas. La cortesía exige que en tal caso se haga ver, mediante la entera sumisión a esa persona, que es ella quien tiene todo el poder en nuestra casa.
Si la persona que hace la visita lo sorprende a uno en la habitación, hay que levantarse inmediatamente si se está sentado, dejar todo, para hacerle honor, y abstenerse de cualquier acción hasta que haya salido. Con todo, si uno está en la cama debe seguir en ella.
En la propia casa hay que ceder el lugar más honroso incluso a los iguales. No hay que presionar a un inferior a que acepte un sitio que no podría aceptar sin faltar a su deber.
Es descortés dejar de pie a las personas que nos visitan. Hay que ofrecerles siempre asientos que sean de los más honrosos y de los más cómodos. Y si los hay más o menos honrosos y cómodos, los que son mejores deben ofrecerse a las personas presentes de más alto rango; y también hay que honrarlas más que a los demás. No hay que sentarse hasta que la persona que hace la visita se haya sentado, y hay que ponerse en un asiento que sea inferior al suyo.
Cuando alguien llega durante el tiempo de la comida y entra en la habitación, la cortesía exige que se lo invite a comer. Pero la cortesía también exige a quien hace la visita que, si la persona a quien visita está a la mesa, se lo agradezca con toda educación. Y ambos deben contentarse con esto; e igual que uno no debe insistir, el otro tampoco debe aceptar la invitación que se le hace.
En las visitas y en las conversaciones, y particularmente en las visitas que se reciben, nunca hay que mostrar que está uno aburrido de la charla, preguntando, por ejemplo, qué hora es. Sin embargo, si se tiene algo apremiante que hacer, se puede aludir a ello discretamente al hablar.
La urbanidad exige adelantarse a aquellos con quienes se está, particularmente a los visitantes, en las cosas en las que se les puede prestar servicio. Por ejemplo, al salir hay que abrirles las puertas, apartar lo que pudiera obstaculizar su paso, levantar una cortina, tocar la campana, llamar a la puerta, recoger algo que se hubiera dejado caer y llevar la luz; y si se trata de una persona que tenga dificultad para andar, es educado darle la mano para ayudarla a caminar.
Todo el mundo debe esforzarse por adelantarse a los demás en este tipo de atenciones y en otras parecidas; pero la persona a quien se visita tiene especial obligación con la persona que la visita. Pasaría por ser muy descortés si no cumpliera este deber.
Cuando las personas que han venido de visita salen de la casa, se les debe acompañar hasta más allá de la puerta de la casa. Si la persona a quien se acompaña ha de subir a una carroza, no hay que dejarla hasta que haya subido; y si se trata de una dama hay que ayudarla a subir.
Sin embargo, si se trata de una persona pública, como un hombre de Estado, un magistrado, un abogado o un procurador, que esté muy ocupado, puede dispensarse de acompañar a los que hacen la visita. Corresponde incluso a su discernimiento rogar a aquel a quien van a ver que no salga de su habitación o de su despacho.
Si uno está con varias personas, de las cuales unas se van y otras se quedan, si la persona que se va es de mayor rango que la que se queda, hay que acompañarla; si es inferior, hay que dejarla ir, y continuar con las otras, pero pidiendo, sin embargo, disculpa. Si es un igual, hay que considerar quién o quiénes, en conjunto, son más que los otros, y quiénes son a los que más nos debemos, y acompañar o bien quedarse en compañía de quienes son superiores.
Si hubieren dejado en nuestra casa a algún menor, es descortés permitir que vuelva solo a su casa, especialmente si es de noche y está lejos. Debe, más bien, acompañarlo uno mismo, o encomendarlo a personas de confianza.
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