La conversación de los semi-literatos.
Con esta clase de personas no se debe temer el ser impolíticos, y se debe romper inmediatamente con los que espetan cumplimientos ridículos.
De los semi-literatos.
¿Quién no conoce a muchos que aspiran a literatos y solo han tomado los defectos de aquellos a quienes han querido imitar? Semejantes hombres ¿se encuentran con algunos que hayan salido de la línea general, o con quien haya publicado una obra que se haya merecido la atención pública ? No hay remedio sino que le han de abrumar a fuerza de fastidiosos elogios, y que se han de hallar siempre en las sociedades en que se acoge a los hombres de mérito; porque aspiran a participar del brillo que no tienen, por solo rozarse con los que lo poseen.
Con esta clase de personas no se debe temer el ser impolíticos, y se debe romper inmediatamente con los que espetan cumplimientos ridículos, y os descalabran a incensarazos.
Regularmente los semi-literatos ostentan todo su saber con las mujeres. Como ellas son más accesibles a la alabanza que los hombres, encuentran en sus encantos un texto sobre el cual están disertando eternamente; pues no puede haber hombre tan poco advertido que las saque los colores al rostro al decirlas que son amables o bonitas. Ved aquel corrillo compuesto de mujeres de todas las edades; solo un hombre está en medio de ellas; su fisonomía indica lo contento que está de sí mismo, se sonríe con satisfacción a cada palabra que suelta, mirando a todos lados con aquel aire que quiere decir: ¿no es verdad que esto está muy bien dicho? Este hombre es un semi-literato, y se halla en disposición de disparar un centenar de requiebros galantes que hubieran pasado por comunes aun en tiempo de la caballería; pero particularmente saca sus obsequios del reino vegetal; cada una de las señoras es una flor, y ya se sabe de antemano que papel ha de hacer la rosa en esta escuela de galantería botánica.
Hubo, sin embargo, una época en que semejantes gentes brillaban en la sociedad y aún adquirían una reputación, pero no es así en nuestros días. Ya las señoras tienen demasiado discernimiento y modestia para ser presa de estos necios cumplimenteros; gustan que se haga justicia a sus gracias y atractivos, pero ya no quieren que se les compare a las flores, y sobre todo a la rosa que se marchita tan pronto.
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