Etiqueta y el ceremonial de la corte española. La etiqueta borgoñona en la corte de España (1547-1800) III
Mientras Felipe II y Felipe IV tendían a utilizar estos métodos para intensificar el protocolo e imponer una disciplina estricta sobre sus cortesanos...
La gran rigidez de la etiqueta borgoñona: ordenanzas reales, instrucciones y edictos
La etiqueta borgoñona en la corte de España. Etiqueta y el ceremonial de la corte española
En cualquier caso, la etiqueta borgoñona se adaptó a los gustos reales y a las variables circunstancias financieras, políticas e ideológicas. Esto fue así tanto en la corte ducal borgoñona bajo los Valois, como también bajo sus sucesores Habsburgo.
El carácter de su casa y de sus ceremonias y la rigidez de su etiqueta varió de reinado a reinado. En numerosas ocasiones, también los duques, apretados económicamente, habían sacado el jugo a la corte y en una ocasión, en 1454, ordenaron prácticamente su disolución (ARMSTRONG, The Golden Age, p. 62-63). Los reyes españoles, asimismo, moldearon y remodelaron el protocolo y a menudo lo olvidaron totalmente. Aunque la estructura de la casa, los nombres de sus empleados y la descripción de sus tareas, así como su posición relativa dentro de las detalladas jerarquías de los departamentos, permanecieron básicamente intactas de siglo en siglo, otros aspectos fueron de vez en cuando reformados. Los monarcas ocasionalmente y muy formalmente decretaron nuevas reglas. Tal fue el caso cuando, en 1575, Felipe II publicó sus Ordenanzas que reformaban la casa de la reina, haciéndola más estrechamente conforme a la del rey. En otras ocasiones, los gobernantes ordenaban las modificaciones más calmadamente o simplemente ignoraban las normas, permitiendo la aplicación del silencio sobre las mismas, como mínimo temporalmente.
Se ha dicho, por ejemplo, que al hacerse viejo, Felipe II dejó de cenar en público; y que Carlos IV (1788-1808) y su consorte, María Luisa de Parma, relajaron el protocolo para tomar parte en los entretenimientos que ofrecían los grandes -algo que los monarcas españoles no habían hecho de manera regular desde hacía más de dos siglos-.
Las ordenanzas reales, instrucciones y edictos modificando la etiqueta se hacían públicos una vez casi cada diez años, como mínimo, desde 1547 hasta 1720 (ELLIOTT, The Court of the Spanish Habsburg, enfatiza el carácter variable de la corte; María del Carmen SIMÓN PALMER. La alimentación y sus circunstancias en el Real Alcázar de Madrid, Madrid, 1982, p. 45; DE LA VÁLGOMA. Norma y ceremonia, p. 31; Camillo BORGHESE, Later Pope Paul V, en Hugh THOMAS (ed.), Madrid, A Traveller 's Companion, Londres, 1988, p. 252; Jean François BOURGOING. Modern State of Spain, Londres, 1808, I, p. 192; Christina HOFMANN. Das Spanische Hofzeremoniell von 1500-1700, Frankfurt, 1985, resume muchos de los cambios más significantes antes de 1700).
Mientras Felipe II y Felipe IV tendían a utilizar estos métodos para intensificar el protocolo e imponer una disciplina estricta sobre sus cortesanos, muchos monarcas actuaron de manera totalmente diferente y "reblandecer las normas". Tal y como Dalmiro de la Válgoma lo describía, se convirtió en un pasatiempo habitual tanto de Habsburgos como de Borbones (DE LA VÁLGOMA, Norma y ceremonia, p. 121). Ya en las décadas de 1470 y 1480, Aliénor de Poitiers, un cronista asiduo del ritual de la corte borgoñona, se lamentaba de la laxitud y la irregularidad en que la casa ducal había caído. Otro testigo ocular, Jean Sigonney, respetable cortesano de Carlos V y experto en la etiqueta borgoñona, le echó la culpa al mismo emperador por el aparente empeoramiento de la observancia de las viejas normas.
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En su descripción del protocolo que se utilizaba en la casa del emperador Carlos V, escrito a petición del príncipe Felipe como guía del establecimiento del sistema borgoñón en España, Sigonney insiste que la corte española de Carlos debía ser inevitablemente "muy diferente" de aquélla de los duques borgoñones. Según Sigonney, mucho del protocolo tradicional se había perdido de manera irreparable. Bajo María de Borgoña y su marido Habsburgo, Maximiliano, la casa ducal se había dotado de personal alemán: "Yo creo que entonces lo borgoñón empezó a perder algo de su grandeza". El mismo Carlos V, que se crió en "una casa totalmente diferente (según lo que yo había oído) a la que los Duques, sus antepasados, habían poseído", se reservó el derecho de enmendar y remodelar la etiqueta cuando así lo creyera necesario. El resultado, se ha dicho, fue que "no quedan indicios de tales cosas" (CARTELLIERI. The Court of Burgundy, p. 72; y SIGONNEY, Jean. Relación de la Forma de Servir que se tenía en la Casa del Emperador don Carlos, Nuestro Señor..., Biblioteca Nacional, Madrid, MS1080).
Tal "reblandecimiento", u olvido total de las normas borgoñonas, dio flexibilidad al sistema y ganó la lealtad, más o menos entusiasta, de todos los monarcas españoles de la Edad Moderna. Sin embargo, esta flexibilidad no fue el simple producto de la negativa real a vivir con un protocolo que podía parecer sin sentido o demasiado estricto, sino que resultó también de una profunda perversión del sistema borgoñón experimentada a finales del XVII. Por entonces, las costumbres originalmente franco-holandesas de los duques de Valois habían quedado diluidas primeramente por los hábitos alemanes.
Después, debido a las quejas en las Cortes de 1558, en España, tanto Carlos V como Felipe II habían permitido deliberadamente que algunas de las antiguas costumbres castellanas se mezclaran con las borgoñonas.
Además, la etiqueta cortesana portuguesa fue importada a España por la esposa de Carlos I y muchas de las prácticas de la Casa Real de Lisboa se aceptaron y se codificaron en las Ordenanzas de 1575. Incluso contemporáneos de la escuela de Jean Sigonney se dieron cuenta de la desordenada realidad de la etiqueta borgoñona en la corte española. Como el embajador de Venecia escribiera a Felipe II en 1557, describiendo el ritual de la llamada casa de Borgoña, "tal institución no se encuentra en este momento en su literal observancia" (Citado en DE LA VÁLGOMA, Norma y ceremonia, p. 26; ver también p. 31). Más tarde, durante sus primeros años en Madrid, Felipe V complicó aún más el asunto cuando impuso algunas peculiaridades menores de organización y ritual traído de Versalles. De este modo, hacia mediados del siglo XVIII, la pureza que quedaba del protocolo borgoñón era escasa, a pesar de la esperanza que había expresado Felipe IV en 1631 (BOTTINEAU, Yves. L'art de cour dans l'Espagne de Philippe V 1700-1746, Burdeos, 1962, p. 162-196).
Igual que en otras cortes y en otros sistemas de protocolo, la etiqueta era ante todo una herramienta. Un instrumento que los gobernantes manipulaban, como hemos visto, para glorificarse ellos y su dinastía y para mantener el orden y reforzar la convencional jerarquía social, rodeándose de inexpugnables muros de historia y de tradición. Los reyes españoles utilizaron la etiqueta para hacer que su persona fuera prácticamente inviolable. De ahí que Felipe IV advirtiera, a sus gentilhombres de cámara, que no debían permitir que nadie tocara ni las sábanas ni los visillos de su cama "a menos que fueran gentilhombres y ayudas de cámara con el fin de prepararla o para alguna otra cosa necesaria a su mantenimiento, y aun entonces debía de ser hecho con la mayor decencia y respeto" (Ver Etiquetas Generales y Funciones de la Casa Real, Biblioteca del Palacio, Madrid, MS II/578).
Éste es uno de los muchos manuscritos sobre etiqueta fechados entro los siglos XVI y XVII que, con diferente título, se conservan en las bibliotecas y archivos de Madrid y de otros lugares de España). Ahora bien, las normas de etiqueta de la corte también servían para necesidades prácticas. La seguridad la proporcionaban los alabarderos y otras compañías de guardias y las reglas que protegían al rey y a su familia de envenenamientos y otros peligros y que salvaguardaban la Casa Real de intrusos y ladrones -aunque los robos incesantes de plata y lino indican que tales medidas no eran del todo eficaces-.
Incluso las cocinas reales necesitaban una cuidadosa custodia contra los intrusos y Felipe II tuvo grandes dificultades, según cuenta un empleado de la corte, para mantener a los bribones a raya. Así que Felipe II tuvo que intensificar las reglas desde entonces, pues, tal y como Francisco Martínez Montiño escribía, "no hay nada más odioso que cuchillos inmundos y rotos" en la cocina. También se hicieron repetidos intentos para asegurar la moralidad entre todos los rangos de cortesanos y sirvientes.
Capítulos enteros de regulaciones, en las Ordenanzas de 1575 o en muchas órdenes de Felipe IV, se dedicaron en particular a mantener a hombres y mujeres separados. Los gobernantes del XVI y del XVII tenían que recordar a los galanes y a las jóvenes damas de la corte el modo de comportarse. Éstas y otras normas aseguraban, cuando se hacían cumplir con efectividad, que las sucesivas reinas, infantas y sus damas y sirvientas estuvieran prácticamente aisladas del mundo exterior. Otras reglas protegían la salud real y la limpieza de los palacios y de aquéllos que trabajaban en estas tareas: se lavaban las manos -incluyendo las del rey-; se fregaban las mesas; se barrían los suelos, y la comida se almacenaba y se servía cuidadosamente -todo ello se hacía de acuerdo con los preceptos detallados en los libros de etiqueta y otras órdenes-. Otras fórmulas regulaban la gradación de los cortesanos, prescribiendo, por ejemplo, en qué lugar tenía que sentarse cada uno cuando los oficiales de alto rango se encontraban para comer o para conducir los negocios de la casa. Estas fórmulas fomentaban la eficacia y la puntualidad, y se aplicaban a supervisar los gastos a través de exámenes contables frecuentes y a asegurar la buena calidad de los productos adquiridos para la corte (La mayoría de los manuscritos de los siglos XVII y XVIII son copias de la poco revisada etiqueta de Felipe IV (1647-1651).
Algunas copias son más completas que otras; otras incluyen órdenes reales hechas de vez en cuando exigiendo modificaciones; algunas llevan adjuntas descripciones de acontecimientos ceremoniales, tales como funerales particulares. Estos manuscritos proporcionan la base esencial de cualquier estudio de las ceremonias españolas de corte, etiqueta y organización durante el Antiguo Régimen. MS II/578 ha sido la principal fuente de este artículo. RODRÍGUEZ VILLA, en Etiquetas publicó más de una copia. John E. VAREY, en La mayordomía mayor y los festejos palaciegos del siglo XVII, Anales del Instituto de Estudios Madrileños, IV (1969), lista las copias de los manuscritos en Madrid, París y Londres. MARTÍNEZ MONTIÑO, Francisco. Arte de cocina, pastelería, vizcochería y conservería, Barcelona, 1982 (edición original, 1611), p. 5; sobre el problema del robo, ver Simón PALMER. Alimentación y sus circunstancias, p. 27 y p. 65-67; sobre la regulación moral, DE LA VÁLGOMA. Norma y ceremonia, p. 40-50 y 110-113).
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