Cortesía de los súbditos para con los Magistrados. I.
Antes de hablar de la cortesía que deben usar los súbditos con respeto a los magistrados, es preciso indicar las razones de obediencia, gratitud y respeto de que les son deudores.
La cortesía de los súbditos para con los Magistrados.
Antes de hablar de la cortesía que deben usar los súbditos con respeto a los magistrados, es preciso indicar las razones de obediencia, gratitud y respeto de que les son deudores. La producción de las riquezas depende de tres fuerzas muy conocidas, a saber, conocimientos, poder y voluntad, y de la cotidiana necesidad que los súbditos tienen de estas fuerzas se pueden deducir sus deberes para con los magistrados que las mantienen. Los soldados romanos que en la toma de Corinto jugaban a dados encima de cuadros de un valor inestimable, y los mahometanos que arrojaban a los hornos los mármoles de Fidias y de Praxíteles para convertirlos en cal, hicieron ver que la ignorancia no es capaz de gustar los placeres de las artes ni de cultivarlas.
Las artes mecánicas, los diversos oficios y la agricultura necesitan medios, procederes, máquinas, medidas, etc., los cuales no pueden obtenerse sin conocimientos físicos, químicos y matemáticos. Sin la teoría de los satélites de Júpiter no es posible transportar las mercancías en medio de la inmensidad del océano ni puede construirse un buque sin conocer las leyes estáticas, hidrostáticas e hidráulicas.
La salud pública reclama conocimientos anatómicos, fisiológicos, patológicos, físicos y botánicos, sin los cuales las epidemias y otros males se atribuyen a causas falsas y se les aplican remedios funestos. Aludiendo a esta ignorancia el conde Pedro Veri, y a propósito de la peste de 1630 decía que la ignorancia asesinó a 440.000 milaneses. Sin conocimiento de las leyes no puede haber jueces ilustrados; sin las ciencias económicas y estadísticas no son posibles los administradores buenos; la ignorancia de los empleados es perjudicial al público y al soberano; al público porque las muchas órdenes inútiles hacen perder tiempo, suspenden los negocios y obstruyen los capitales; y al soberano por que la ignorancia no conoce los medios de promover sus intereses, y le proporciona descrédito.
En tales circunstancias la población de las cárceles está en razón inversa de la población de las escuelas. Los soberanos, pues, tienen tanto mayor derecho a la veneración, y sus nombres deben brillar más vivamente en el templo de la gloria, cuanto son mayores los conocimientos que derraman en todas las clases sociales.
"Los soberanos tienen tanto mayor derecho a la veneración cuanto son mayores los conocimientos que derraman en todas las clases sociales"
La agricultura no puede alcanzar la perfección sin los canales de riego, ni sus pesados productos llegan con poco coste a los mercados sin la navegación; ni las ciudades comercian entre sí y con los pueblos sin carreteras, y caminos; ni los buques mercantes surcan los mares sin marina de guerra, sin faros en los puertos, islas y escollos. La falta de una buena telegrafía náutica de día y de noche es en gran parte causa de los frecuentes naufragios en las costas, y de las muertes que de ellos se originan.
Las artes reclaman grandes conservatorios en donde puedan estudiarse los inventos del genio; las enfermedades exigen establecimientos sanitarios; la instrucción bibliotecas y archivos; la conservación de los derechos registros inaccesibles al fraude; la vida y la prosperidad milicia que las defienda de los enemigos de dentro y fuera; las naciones una representación que exponga sus derechos en los estados extranjeros. Todos estos establecimientos que son necesarios a la existencia del cuerpo social, como las columnas a los arcos, las márgenes a los canales, los cimientos a los edificios, son otros tantos motivos de veneración y de respeto a la autoridad soberana que los mantiene, y a cuyo sostenimiento no alcanzan las fuerzas privadas.
En el hombre naturalmente indolente no se desenvuelve la eficaz y práctica voluntad de trabajar sino en vista de la utilidad y del honor que el propio trabajo puede proporcionarle; la voluntad es el producto de la justicia que garantiza a cada uno sus derechos, y de la recompensa que garantiza crédito y gloria a los que mejor trabajan; una y otra son funciones del poder soberano. Hay más: cualquiera que en el palenque social aspira con honrado trabajo a la gloria de ser útil, está seguro de mover contra sí a la numerosa e intranquila turba de aquellos que atormentados por el sentimiento de la propia nulidad, no está satisfecha hasta que ha conseguido arrancaros de la mano la palma que alcanzásteis.
Los deberes de obediencia, respeto y reconocimiento que resultan de las tres dichas necesidades inherentes a la humana naturaleza, son extraños e independientes de las opiniones de los príncipes, por cuya razón la moral recomienda la obediencia, cualquiera que sea la opinión de la autoridad dominante, y es muy conforme con la moral de los primeros cristianos que obedecían a los emperadores gentiles. Esta moral que arranca los puñales de manos del fanatismo hubiera salvado la vida de Enrique IV.
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- Cortesía de los súbditos para con los Magistrados. II.
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