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Los manuales de buenas costumbres. VIII.

Los principios de la urbanidad en la ciudad de Mérida durante el siglo XIX.

Universidad Autónoma de Yucatán
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Los manuales de buenas costumbres.

Una de las obras más importantes fue Elementos de fisiología e higiene privada de Feliciano Salazar (Mérida, 1884). La importancia que las autoridades porfiristas confirieron a la higiene se demuestra en las frecuentes recomendaciones que figuraban sobre esta materia en el Boletín de higiene, órgano oficial del Consejo Superior de Salubridad. En el Código Sanitario de este consejo se procuró un régimen de vigilancia de la prostitución y se implementó, por ejemplo, una comisión inspectora de los alimentos vendidos en los locales dedicados al ramo para evitar la comercialización de productos descompuestos o adulterados. ("Informe leído por el C. Presidente del Consejo Superior de Salubridad del estado en la sesión del 3 de febrero de 1896", Agey, Poder Ejecutivo, Asuntos de Gobierno, caja 301, Mérida, 3 de febrero de 1896.).

Desde mediados del siglo XIX, el Estado también comenzó a fomentar los cursos de economía doméstica. (Véase, además, La Oliva, Mérida 10 a 12 de diciembre de 1864; Higiene y economía doméstica de Feliciano Manzanilla, 1871.). Algunos ejemplares se han conservado hasta nuestros días. (Entre ellos, el Catecismo de economía doméstica para el uso de las escuelas de niñas. Reimpresa con ligeras reformas, Mérida, 1890; las Lecciones de economía doméstica para el uso de las escuelas primarias, Mérida, 1895; El hogar mexicano. Nociones de economía doméstica para el uso de las alumnas de instrucción primaria de Laura Méndez de Cuenca, México, segunda edición en 1910; Las máximas sabias de economía de Benjamín Franklin, Mérida, 1866, y el Libro Útil. Obra de suma utilidad para todos de Enrique A. Sáinz, Mérida, 1896. Entre estos libros también merece una mención especial el Prontuario de cocina para un diario regular de María Ignacia Aguirre, Mérida, 1832, corregido y aumentado en 1896.).

Estos populares libros reclamaban la racionalidad económica de la mujer porque insisten en la necesidad de su preparación en tanto son responsables del espacio privado.

La competencia del ama de casa, al refugiarse en el ámbito doméstico, asumía en su papel la definición de los ceremoniales y rituales en torno a las comidas y veladas, así como de los distintos conceptos relacionados con la reproducción de las relaciones sociales fomentadas o creadas durante las recepciones y visitas. A través de los manuales domésticos, la mujer tenía las herramientas indispensables para civilizar el interior doméstico porque podía imprimir en la organización y en los ceremoniales de la casa un distintivo de civilización y de buenas costumbres. (Martin-Fugier, "Los ritos", 2001, pp. 200, 203.).

La importancia del conocimiento de las artes domésticas radicaba en que el orden expuesto en la casa constituía una representación micro de la funcionalidad social. En estos términos el espacio habitacional se convertía en el reflejo y en la naturaleza moral de sus habitantes, por lo que era significativo reconocer la trascendencia de una disciplina normativa, un orden funcional, una armonía distributiva y un régimen de limpieza. (Cfr. Michelle Perrot, "Formas de habitación", en Historia de la vida privada, 2001, pp. 302-303.).

La sección, llamada por la prensa de 1900 "conocimientos útiles", figuraba en el primer plano de este orden porque brindaba consejos y sugerencias acerca de cómo mejorar ciertas tareas de la cocina y en general del hogar. En este mismo orden puede entenderse porque desde mediados del siglo XIX se publicaron una serie de lecturas sobre del hogar en la Biblioteca de Señoritas y un semanario de ciencias, economía doméstica y variedades llamado La Aurora. El papel de la mujer se traducía en la orquestación doméstica de los principios culturales y morales observados en la sociedad.

El objetivo del aleccionamiento en las tareas del hogar reposaba en que la mujer, en tanto administradora, debe poseer los elementos básicos para utilizar con eficiencia los recursos familiares. Ante el progresivo aumento de las actividades comerciales y el florecimiento de los almacenes que ofrecían una amplia gama de productos -muchos de ellos suntuarios- la mujer preparada no cedería a los encantos de los artículos superfluos en menoscabo de las necesidades familiares. (Sobre la trascendencia de la moda en la vida femenina véase La Siempreviva, Mérida, 11 de enero de 1871 y 1 de febrero de 1871. En la prensa, por ejemplo, se refiere que la madre debe contribuir al proceso de enseñanza doméstica básicas: el respeto, la honestidad, la dignidad y la confianza en sí misma, los valores morales propios del cortejo, el conocimiento de la cocina, costura, lavado y planchado, así como música, pintura, baile y siempre tener a Dios presente, la conducta en el comedor, cocina y sala, enajenarse de los postizos y pedir fiado en los establecimientos, comprender que un peso son cien centavos, no derrochar, la relación con un hombre honrado y ser buena madre de familia. "Educación de las jóvenes", en El Eco del Comercio, Mérida, 7 de julio de 1888.).

La distribución del gasto diario era una tarea que competía exclusivamente a las amas de casa que muchas veces tenían que lidiar con los costos del mercado y, por lo tanto, la economía doméstica respondía a métodos de empleo más eficaces y de aprovechar al máximo todo lo relativo a los asuntos domésticos. (La economía doméstica representó una importante medida para la distribución y la mejor eficiencia del gasto corriente. El salario de los obreros que, en 1878, iba de los 37 centavos a un peso diarios era sumamente escaso. De ahí que era preciso economizar en los renglones menos indispensables. "Varias noticias estadísticas relativas al Estado de Yucatán, que acompañan los que suscriben al informe que elevan al Gobierno con esta fecha", Agey, Poder Ejecutivo, Gobernación, s/clasif., Mérida, 26 de marzo de 1878. Sobre la imagen femenina véase "La mujer", en La Revista de Mérida, Mérida, 11 de marzo de 1875.).

En la Europa decimonónica proseguían los mismos criterios de eficiencia doméstica. De ahí que la mujer debiera poseer la virtud de gobernar la casa, la capacidad de organización familiar, práctica, además de procurar ser caritativa, devota y maternal, capaz de educar y de guiar a los hijos. (Alison Lurie, El lenguaje de la moda. Una interpretación de las formas de vestir, Barcelona, Paidós, 1994, p. 88.).

La educación doméstica tenía un valor fundamental porque ahí se cultivaban los primeros valores morales, sociales y éticos, mismos que se complementarían en la formación escolar. (Cfr. Sonia Pérez Toledo, "Ciudadanos virtuosos o la compulsión al trabajo de las mujeres en la ciudad de México", en Siglo XIX. Sociabilidad y cultura, Segunda Época, núm. 13, 1993, pp. 145-146; Enrique G. Canudas Sandoval, Viaje a la república de las letras. La historia de México a través de sus fuentes literarias. Enciclopedia de la vida cotidiana, México, conaculta, Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, 2000, tomo II, p. 851.).

Al margen de procurar la regulación de los comportamientos, valores y principios apropiados para el hombre modelo, el siglo xix representó el florecimiento de una sociedad donde las inclinaciones por lo culto y lo moderno constituían estandartes considerados fundamentales para el progreso de la nación. En este sentido, los manuales de urbanidad, por medio de recomendaciones y de enseñanzas acerca de los ideales de la moralidad social y del comportamiento, procuraron definir la imagen del ciudadano moderno.

Consideraciones finales.

Las diversas maneras de comprender y asumir la moral, los valores éticos, los principios públicos o formas de comportamiento en la sociedad constituyeron, a lo largo del siglo XIX, una etiqueta de identificación de los individuos y de su posición, pues ante la defnición de que las buenas costumbres coincidían con la sociedad en la que se vivía, el Estado fue particularmente incisivo en promover la publicación y difusión de los manuales de buenas costumbres. Es decir, si había una sociedad correcta en sus formas, esto necesariamente repercutiría en el progreso en todas las parcelas del Estado y, por este motivo, se favorecería el fortalecimiento colectivo. Así, los manuales eran instrumentos muy eficaces para instrumentar una política social de acuerdo a los estándares de sociedad que se pretendía imprimir en el siglo XIX meridano.

 

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