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Los manuales de buenas costumbres. VII.

Los principios de la urbanidad en la ciudad de Mérida durante el siglo XIX.

Universidad Autónoma de Yucatán
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Los manuales de buenas costumbres.

Los manuales de urbanidad y los libros de etiqueta, asombrosas guías de las formas de urbanidad que aparecieron a mediados del siglo XIX, constituían un borrador de las costumbres cortesanas. En las ediciones europeas había una insistencia y una obsesión por recuperar la escenografía de los viejos tiempos cuando las figuras decorativas recomendaban un ritual normativo de comportamientos muy estrictos. Los códigos de etiqueta, por obvias razones, se arreglaron a las nuevas conformaciones sociales y económicas. El inusitado éxito de estos manuales de urbanidad impulsó su aceptación a todas las grandes capitales de Europa e incluso en las mismas cortes. (Michelle Perrot, "La vida de familia", en Historia de la vida privada, 2001, pp. 188-189; Anne Martin-Fugier, "Los ritos de la vida privada burguesa", en Ibid., 2001, p. 199.).

A través de estos instrumentos, la sociedad meridana logró conocer el régimen de la élite europea y emular, provechosamente, el modelo de urbanidad vigente.

El conocido e influyente Manual de urbanidad y buenas maneras, para uso de la juventud de ambos sexos, en el cual se encuentran las principales reglas de civilidad y etiqueta que deben observarse en las diversas situaciones sociales, precedido de un breve tratado sobre los deberes morales del hombre, escrito por el músico, pedagogo y diplomático venezolano Manuel Antonio Carreño, fue originalmente publicado por Appleton & Co. de Nueva York, en 1854. Al poco tiempo de su aparición en varios países de América circuló una versión abreviada, redactada en forma de código, con preceptos breves que facilitarán su memorización y revelaran su utilidad. Su objetivo consistía en la enseñanza de los deberes del individuo con Dios, con la sociedad, consigo mismo y con sus semejantes. Al mismo tiempo, contiene útiles consejos sobre el aseo, comportamiento adecuado en el hogar y en la calle, en el templo, en los establecimientos educativos y en los viajes. Hay capítulos sobre las visitas, la mesa, el juego y la correspondencia. En síntesis, su propósito radica en la explicación de los comportamientos de las personas en cualquier situación. (Londoño Vega, "Cartillas y manuales", 1997.).

El manual de Carreño tuvo, desde entonces, numerosas reediciones. (Arnold J. Bauer, Somos lo que compramos. Historia de la cultura material en América Latina, México, Taurus, 2002, pp. 183-186. A pesar de que en Europa los manuales de buenas maneras fueron conocidos desde el siglo XVI, su objetivo se concentraba principalmente en los rituales de la mesa. Edward Muir, Rito y fiesta en la Europa moderna, Madrid, Complutense, 2001, pp. 155-163.). En Mérida, la obra fue vendida, desde diciembre de 1873, en la Librería Meridana. (La Revista de Mérida, Mérida, 24 de diciembre de 1873.).

Las representaciones y los rituales de la urbanidad tienen su fundamento en las costumbres que, copiadas de la Europa burguesa, con-cilian la cohesión de los individuos de determinada consideración social. En este sentido, ciertas formas de vida arrogadas a un estilo simbólico condicionan la identidad de una clase. Los hábitos y convenciones en la mesa, los tratamientos personales y la manera refinada de vivir, la ropa, etc. son algunas de estas representaciones. (Jürgen Kocka, "Burguesía y sociedad en el siglo XIX. Modelos europeos y peculiaridades alemanas", en Las burguesías europeas del siglo xix. Sociedad civil, política y cultura, Madrid, Biblioteca Nueva, Universitat de València, 2000, p. 37; Dieter Langewiesche, "Liberalismo y burguesía en Europa", en Las burguesías, 2000, pp. 199-200; Érika Pani, "El proyecto de Estado de Maximiliano a través de la vida cortesana y del ceremonial público", en Historia Mexicana, vol. XIV, núm. 178, 2, 1995, p. 434.).

Los principios del bien vivir recomendaban cuál debía ser la forma de comportarse en la mesa, cómo llevar en buenos términos una conversación, las reglas del bien vestir, el gusto por la cortesía y, en general, cuál debía ser la conducta pertinente en cualquier circunstancia.

La civilidad es, pues, una visión total del hombre. Los detalles acerca del régimen moral predominante se advierten en sus premisas individuales y valores sociales, destacadas en la apariencia física, en los movimientos y el comportamiento. El discurso de la civilidad amalgama tanto la vida personal como la colectiva, además de cimentar la ética de su funcionamiento en poder de los hábitos individuales. (Zandra Pedraza Gómez, "El régimen biopolítico en América Latina. Cuerpo y pensamiento social", en Iberoamérica, núm. 4, 15, 2004, p. 12.)

La cortesía era el principio que ordenaba:

el modo de obrar y hablar con acierto, en tal manera, que manifestemos a todos el respeto y consideraciones que a cada cual se le debe, y merezcamos de los otros aquellas atenciones que nos son debidas. La modestia, el respeto y la cultura son las principales partes de la cortesía, propias de las gentes bien educadas, mientras la altivez, la grosería é incivilidad se miran como frutos silvestres, nacidos en tierra inculta, y producidos por la falta de principios y de acertada educación. (Pío del Castillo, Principios de urbanidad para el uso de la juventud arreglados a los progresos de la actual civilización, seguidas de una colección de máximas y fábulas en verso, Mérida de Yucatán, Imprenta de la Lotería del Estado, 1865, pag. 9.).

El proyecto moral, sin embargo, no sólo contemplaba la incorporación de los buenos principios en los elevados círculos sociales sino también en el pueblo. En un intento de mayor acercamiento con el público meridano de menores recursos, los manuales y las obras morales se publicaron en la prensa desde la década de 1870. Aunque los periódicos de la ciudad se convirtieron en los principales vehículos de transmisión y de enseñanza moral, incluso con editoriales de sus articulistas, no puede decirse que el mensaje llegará a toda la población. En efecto, el analfabetismo y el restringido número de personas que leían o que concedían atención a la prensa confinaban todavía más las instrucciones morales. (En 1862, por ejemplo, se consideraba que sólo el 3.28% de la población total de Yucatán sabía escribir. Documentos justificativos de la memoria que el C. Antonio G. Rejón presentó a la Legislatura de Yucatán como secretario general del gobierno del estado, en septiembre de 1862, Mérida, Imprenta de José Dolores Espinosa, 1862.).

En este mismo sentido, también hubo atención en la higiene. La forma de vida (condiciones materiales de existencia y costumbres personales) está determinada por la conservación de la salud según sean los hábitos alimenticios, sexuales, de vestuario, trabajo o habitación. (Pedraza Gómez, "El régimen", 2004, p. 14.). El discurso higienista pretendía revelar que la salud era fundamental para el desarrollo de los individuos. Las energías y las capacidades se multiplicaban cuando el cuerpo constituye una preocupación constante para disminuir y neutralizar los riesgos de las enfermedades.

La salud potencia a los individuos y brinda una carga simbólica que se convierte en el sustento de la población y progreso nacional, (Idem.) de ahí que las obras y los artículos de la prensa sobre la higiene hayan proliferado. ("La economía doméstica. El jabón", en La Oliva, Mérida, 10 a 12 de diciembre de 1864; La Razón del Pueblo, Mérida, 20 de mayo de 1881; "Higiene de la infancia", en El Heraldo, Mérida, 15 de julio de 1894.).

 

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