Muerte de Pío IX. I.
Ceremonial por el fallecimiento del Papa Pío IX.
MUERTE DE PÍO IX.
El 7 de Febrero de 1878 el Santísimo Sacramento estaba expuesto en todas las Iglesias de Roma, según el ritual, que dispone la exposición del Santísimo, desde el momento en que el Pontífice entra en la agonía, hasta el instante de fallecer, que se reserva. A las cinco y media, Pío IX, recitando las últimas preces de la Iglesia, expiró rodeado de su servidumbre y de los médicos de cámara, que momentos después redactaron la declaración siguiente:
"Los infrascritos, certificamos que Su Santidad Pío IX, que desde hace mucho tiempo sufría una bronquitis crónica, ha fallecido a consecuencia de una parálisis pulmonar, hoy 7 de Febrero a las cinco y cuarenta minutos de la tarde." (Siguen las firmas).
El cadáver, según el ceremonial, se dejó en el lecho, confiando su custodia a la Guardia Noble, que es la que debe velarlo, hasta el momento de darle sepultura. Los Padres Penitenciarios de la Basílica Vaticana se quedaron rezando en la estancia inmediata.
Los Jefes de Misión acudieron todos al Vaticano, en cuanto supieron el triste acontecimiento, y telegrafiaron a sus respectivos Gobiernos dando cuenta de lo ocurrido y pidiendo instrucciones.
El Decano del Cuerpo Diplomático los citó a todos para el día siguiente por la mañana, a fin de ponerse de acuerdo sobre varios puntos del ceremonial. Una de las resoluciones adoptadas en esta reunión, fue que el luto del Cuerpo Diplomático para todos los individuos de las Misiones residentes en Roma hasta que terminase el Cónclave fuera: para vestir de paisano, traje, corbata y guantes negros, con gasa en el sombrero; para uniforme, se determinó llevar la gasa en forma de lazo al brazo, y guantes negros, es decir, luto riguroso.
También se decidió que, en vista de las modificaciones que las circunstancias impondrían al ceremonial romano, se discutiesen de una manera oficiosa con los Cardenales, Decano y Camarlengo, todos los actos de etiqueta que debían tener lugar con motivo del fallecimiento del Pontífice.
Mientras se celebraba esta reunión en casa del Decano del Cuerpo Diplomático, en el Vaticano tenían lugar las ceremonias siguientes: A las ocho de la mañana, el Colegio de los Clérigos de Cámara, se dirigió a las habitaciones del Cardenal Camarlengo, que seguido de Monseñor Maestro de Cámara de S.S. y de dos Monseñores Camareros Secretos Participantes y de dicho Colegio de Clérigos de Cámara, fue procesionalmente a la Cámara Pontificia para proceder al reconocimiento del cadáver.
Al entrar en la Sala mortuoria todos se arrodillaron, y el Cardenal Camarlengo, terminada su oración, se levantó para recitar en alta voz el "De Profundis", y echar el agua bendita sobre el cuerpo del Pontífice, después de llamarle tres veces, tocando su frente con un martillo.
Terminadas las preces, y mientras el Decano del Colegio de Protonotarios apostólicos leía en voz alta el acta de defunción, redactada en latin, el Maestro de Cámara entregaba al Camarlengo el anillo del Pescador, que debe romperse en la primera Congregación de los Cardenales; este anillo es de oro, de forma oval y tiene grabada la imagen de San Pedro que desde dentro de una barquilla sostiene la red; en la parte superior se graba el nombre del Pontífice.
Al acabar de leer el acta, que firmaron el Cardenal Camarlengo, el Decano de los Protonotarios apostólicos y los dos Camareros Secretos Participantes, el cadáver fue entregado a los médicos que procedieron al embalsamamiento, extrayendo las visceras que reemplazaron por algodón empapado en sublimado corrosivo, y practicando varias inyecciones de esta sustancia. Los intestinos, colocados en una urna de barro, cerrada herméticamente y sellada, se depositaron en los subterráneos de San Pedro Vaticano, según el ceremonial, pues no se depositan en la Iglesia de San Vicente y San Anastasio más que los de los Papas que mueren en el Quirinal. Después de embalsamado el cuerpo, se le revistió con la sotana blanca y la muceta de terciopelo encarnado, acostándole en un lecho de hierro, forrado de damasco encarnado, y cubierto con una colcha blanca; encendieron dos blandones, uno a la cabecera y otro a los pies de la cama, y le pusieron un crucifijo de plata sobre el pecho, la Guardia Noble hizo el servicio en la sala, y a la puerta, dos Caballeros de Capa y Espada, reciberon a las poquísimas personas que pudieron obtener el permiso necesario para entrar en las habitaciones del Pontífice.
El Cardenal Vicario publicó aquella tarde la Notificación de la muerte del Papa, al Clero y al pueblo de Roma, disponiendo que en todas las iglesias se hicieran doblar las campanas, durante una hora, al anochecer; que apenas se depositaran en la Basílica Vaticana los restos del Pontífice, se celebrasen en todas ellas solemnes funerales; y que, durante la reunión del Cónclave, al celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, se añadiera la colecta, Pro Pontífice eligendo: con otras disposiciones relativas a la Sede Vacante.
Al anochecer de este mismo día, se cerró la puerta de la cámara mortuoria; el cuerpo del Pontífice fue revestido con los hábitos pontificales, y colocado en la cama que debía servir para trasportarlo a la Capilla de la Basílica Vaticana. A las seis y treinta minutos, los "sediari" (que son los que llevan en hombros la Silla gestatoria), levantaron las andas en que reposaba el cadáver, y precedidos de los palafreneros y del clero, se dirigieron a la escalera interior que, desde el Palacio del Vaticano, conduce a la misma capilla del Sacramento, donde debía depositarse el cuerpo hasta la noche del entierro: inmediatamente después de las andas fúnebres, iban los maceros, y un piquete de guardias suizos: el cortejo marchaba rodeado de guardias nobles, y de los Penitenciarios de San Pedro, que llevaban cirios encendidos. Detrás seguían Monseñor Mayordomo, y Monseñor Maestro de Cámara, Monseñor Limosnero Secreto, los Camareros Secretos Participantes, Monseñor Sustituto de la Secretaría de Estado, los altos Dignatarios civiles de la Corte Pontificia, el Comandante y el Capitán de la Guardia Noble.
- Muerte de Pío IX. I.
- Muerte de Pío IX. II.
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