La negociación diplomática.
La palabra negociación se emplea para expresar la acción de tramitar los negocios políticos internacionales.
De la negociación diplomática.
"Un homme qui veut réussir en fait de négotiation doit savoir cacher ses passions au point de paraitre froid quand il est accablé de chagrin, et tranquille, quand il est agité par les plus grands embarras". (M. de Félice).
La palabra negociación, o sea lo que se refiere al manejo de los asuntos, se emplea precisamente en este sentido, para expresar la acción de tramitar los negocios políticos internacionales.
Después de lo que se ha escrito, por los más ilustres autores, sobre el arte de negociar; después de lo que Wicquefort, Félice, Martens y tantos otros maestros, tan sumamente autorizados como los que acabamos de citar, han dicho en sus obras diplomáticas, ilustrando de la manera más brillante tan difícil materia; después de las célebres negociaciones del Presidente Jeanin, recopiladas en la famosa obra que lleva este nombre (Amsterdan, 1645), y de las no menos conocidas de las Colonias españolas, que publicó Mr. de Chateaubriand, en su Congreso de Verona (Bruselas, 1838), de donde tantos y tan provechosos ejemplos se pueden sacar, estudiando aquellos inagotables tesoros de estilo diplomático y de arte de la negociación, serla en nosotros una pretensión incalificable y la mayor de las arrogancias, si pudiéramos atrevernos a definir principios nuestros ni a dar consejos, sobre lo que más que un arte, es una verdadera ciencia, de la que no podemos tener más que algún conocimiento imperfecto, y en la que no es posible atribuirnos la menor competencia.
Dice el famoso profesor Félice, que indudablemente desde que se constituyó una sociedad humana, se empezó a negociar, pero que solamente en los tiempos modernos, cuando la civilización ha convertido la negociación en un verdadero arte, es cuando se ha negociado realmente, sobre todo en Europa, donde los hombres se han unido más íntimamente por la identidad de las costumbres y del fondo de la religión, y por la educación y el comercio incesante de las ideas y de los principios.
En general, el conocimiento exacto de la cuestión que se ha de negociar, del carácter y condiciones de los negociadores; la calma más absoluta, el tacto más meticuloso y la justa interpretación de las instrucciones de su Gobierno, son las bases en que se debe apoyar un buen negociador, procurando además que sus mismos contrarios adopten o reconozcan la verdad de sus ideas, por la persuasión, y nunca por la intriga; porque si en determinados casos el intrigante puede tener mejor fortuna en la gestión de un negocio que un hombre de verdaderos méritos, en cambio, una vez descubierto, como se descubren a la larga todos los intrigantes, queda completamente inutilizado para seguir ninguna clase de negociación.
La historia nos prueba con mil ejemplos, que una persona de escasa inteligencia, puede llegar a ser, animada por la ambición, un hábil intrigante; pero que solo los verdaderos genios han sido negociadores políticos de importancia.
El negociador, no solo no debe sorprenderse nunca de nada, sino que no puede manifestar el menor sobresalto por lo que le digan, ni tampoco debe dar su opinión sobre ningún asunto, hasta conocer la de su Gobierno, haciendo siempre todo lo posible para, ganar tiempo, sin dejar por eso que se prejuzgue en lo más mínimo la negociación que se va a entablar, o que se ha presentado de repente; y como regla general, ha de tenerse presente, que lo mismo cuando durante el curso de una negociación, surjen de pronto incidentes o casos imprevistos, que modifican necesariamente la forma o el fondo de la cuestión, y que desbaratan el trabajo hecho o los planes forjados, que cuando se presenta un asunto imprevisto para el que no se está preparado, el Negociador debe por lo menos, antes de dejar traslucir sus impresiones, tomarse el tiempo necesario para estudiar la cuestión que se plantea hasta obtener los antecedentes y las instrucciones que necesita.
Hoy verdaderamente, el telégrafo ha quitado casi toda la responsabilidad al Negociador en la mayor parte de los casos, porque a la carencia de instrucciones o defecto de las que tenga, se puede suplir en el acto pidiendo explicaciones, o solicitando que se apruebe lo que piensa proponer, por medio de un simple telegrama cifrado. De este modo, cualquiera que sea la dificultad que se atraviese de improviso en una negociación, se tiene la seguridad de ser ayudado, en pocas horas, por su propio Gobierno.
En una palabra, al negociar, no se debe sacrificar nada a la rapidez de la expedición de un asunto, porque son contadísimos los casos en los que el buen éxito de una gestión depende de la celeridad con que se den los pasos necesarios para llevarla a buen término, y de todas maneras, el juicio que los profanos forman sobre esta clase de asuntos, se funda siempre en el resultado que se obtiene al final, porque como dice Chateaubriand, en su obra sobre el Congreso de Verona (Tomo II, pág. 218), el público nunca tiene en cuenta los obstáculos que se atraviesan en una negociación, y como no es posible iniciar a todo el mundo en los secretos y en los medios que constituyen el arte de negociar, no debe preocuparse el Negociador más que de los que pueda obtener, que son siempre más seguros cuanto menos se apoyen en las intrigas y en la vivacidad con que se desarrolle la gestión diplomática, porque cuando se negocia con calma y discreción, guiándose ante todo, por la rectitud de la conciencia y más que nada, por el amor a la patria, no puede ser nunca malo el resultado de la negociación.
Ya hemos dicho, que el Representante que recibe de manos de un Gobierno, sin estar expresamente autorizado por el suyo para ello, una protesta, la debe recibir ad referendumy sin adelantar opinión alguna sobre este documento.
Este mismo principio puede aplicarse para cuando recibe algún otro documento político de importancia, si se le entrega de improviso, y en general, de cuanta proposición o negociación se le presente cuando no está preparado para esto, o carece de las correspondientes instrucciones de su Gobierno, que son indispensables para la menor gestión diplomática.
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