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Protocolo: el arte de ponerlos en su sitio.

El orden en torno a la organización jerárquica se encuentra en el origen mismo de la civilización.

Diario del Sur
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La jerarquía manda y ordena en un pequeño espacio geográfico a personas según cargos y excelencias. El azar no cuenta.

Su origen se escapa a la memoria de los que han hecho de él su profesión, tanto, que incluso hay quien se atreve a citar una desconcertante definición del arqueólogo José Luis Arsuaga, responsable de las excavaciones de Atapuerca: «Chimpancé más protocolo, igual a hombre». La frase, realizada por el investigador tras su experiencia como galardonado en la ceremonia de los premios Príncipe de Asturias le sirve a Juan Antonio O"Donnell, experto en protocolo, para argumentar su convencimiento de que el orden en torno a la organización jerárquica se encuentra en el origen mismo de la civilización.

«Se trata de ordenar un espacio donde hay gente. Es necesario escenificar los actos y establecer la diferenciación social para situar geográficamente a los cargos. Cada cual debe ocupar su lugar, si no sería el caos». Es la síntesis que hace Rafael Illa de la profesión a la que ha dedicado ya veinte años de su vida. El jefe de Protocolo del Ayuntamiento de Málaga, considerado un "Grande de España" en la materia, se aventura a decir que habría que buscar en la tradición y en el derecho consuetudinario para encontrar el porqué de tratamientos tales como excelentísimo, ilustrísimo, reverendísimo o incluso magnífico, vocablos que marcan diferencias y honores y que, aunque el protocolo mande, suenan anacrónicos.

El cargo manda.

Quizá sea por eso por lo que el Gobierno decidió hace algunos años que sus miembros abandonaran el excelentísimo para quedarse con el "señor don", que en otros tiempos sólo se aplicaba a aquel que se convertía en bachiller, y que hoy se ha convertido en un apelativo estandar para dirigirse protocolariamente a todo aquel al que el cargo o las excelencias no le han hecho meritorio de un tratamiento honorífico.

Para Illa, la decisión del Ejecutivo en nada afecta al complicado organigrama protocolario: «El cargo siempre es más importante que el tratamiento y siempre priman los cargos electos a los nombramientos. No soy contrario a que todo el mundo sea "señor don". Si desaparecen los tratamientos, como punto de referencia siempre tendré los cargos. Siempre estará antes el presidente del Gobierno que un ministro, ya sea tratado como excelentísimo o como señor don».

Por eso mismo, la actual rectora seguirá ocupando el cuarto rango en importancia dentro del protocolo de autoridades de la provincia, a pesar de que la Universidad de Málaga también haya decidido abandonar el tratamiento de excelentísima, dejando sólo el de rectora magnífica. Su prominente lugar en esta jerarquización ejemplifica la importancia que el protocolo da a la institución universitaria, que es a la que Adelaida de la Calle representa en todo acto oficial.

La representación.

Para el jefe de Protocolo del Ayuntamiento de Málaga esta es una cuestión clave que jamás se debería olvidar y que evitaría más de una tensión y algún que otro enfrentamiento: «El alcalde, por ejemplo, es la primera autoridad de la ciudad, y no se le puede obviar nunca. Si en un acto público se intenta obviar al alcalde, no se obvia a Francisco de la Torre ni al Partido Popular; se obvia al representante democrático de todos los ciudadanos». Cuando De la Torre sale de su ciudad deja de tener ese tratamiento de prevalencia y si, por ejemplo, acudiera a un acto oficial en Torremolinos, siempre estaría detrás del regidor de la localidad, Pedro Fernández Montes, en este caso concreto.

La no observación del protocolo de forma deliberada puede tener consecuencias desastrosas. «Un fallo deliberado en el protocolo es un insulto», afirma tajante Juan Antonio O"Donnell, que en la actualidad imparte un curso de experto universitario en Comunicación y Protocolo . E incluso siendo inconsciente, también puede resultar fatal. Es lo que ocurrió en 1997 en el Circuito de Jerez, cuando se produjo una desatención protocolaria al presidente de la Federación Automovilista Max Mosley: «No se le situó en el lugar de la tribuna que le correspondía ¯relata O"Donnell¯ y el resultado fue catastrófico para el circuito, para Jerez y para Andalucía. El señor se marchó prometiendo que, mientras él fuera presidente de la FIA, no se celebrarían más competiciones de Fórmula Uno en Jerez. Así ha sido».

Tras escuchar la anécdota quizá tome más fuerza la definición que de su oficio hizo un día a Rafael Illa un ex embajador: «Un jefe de protocolo es un administrador de las vanidades ajenas». Y claro, hay vanidades y vanidades. Conocer el tamaño de cada una de ellas puede evitar más de un quebradero de cabeza: «El protocolo encierra en sí mismo sutileza. En el acto jamás se debe notar tensión o enfrentamiento, por eso, ante cualquier contratiempo hay que elegir el mal menor: agraviar a quien sabes que se va a ofender menos», resume O"Donnell.

Al milímetro.

Un acto público está pensado al milímetro, y de hecho, los jefes de Protocolo de las instituciones que intervienen se suelen intercambiar un "cronograma", que recoge lo que allí va a ocurrir, cómo y en qué tiempo.

«El protocolo no deja nada al azar», asegura Rafael Illa. Por supuesto no deja al azar la configuración de la presidencia, a veces muy compleja, ni la colocación de las banderas y el orden de los himnos, en caso de que los hubiera. Por supuesto, establece el orden de las intervenciones, que siempre es de menor a mayor rango. Así, no fue por casualidad que, en la inauguración de la llegada del AVE a Málaga, por citar un acto muy cercano, la primera persona en hablar fuera la ministra de Fomento, seguida por el presidente de la Junta de Andalucía; y que fuera el jefe del Ejecutivo, José Luis Rodríguez Zapatero, el que dijera la última palabra.

¿Debería haber estado en esa presidencia el alcalde de Málaga? «Creo que, en punidad, no. Había tres cargos de rango superior a él. En este caso, el alcalde ejercía de anfitrión», afirma O"Donnell.

 

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