La fantástica historia del abanico
Desde tiempo inmemorial forman los abanicos parte principalísima en la indumentaria de los japoneses...
El abanico ¿el ala del dios Céfiro?
Aunque el idioma del abanico no está ya en moda, lo cierto es que aquel adorno no será nunca cosa del pasado. Es tan antiguo que su origen es legendario, y tan moderno que nunca estorba su uso ni deja de ser elegante.
"Fantástica" historia del abanico
Existe una versión en la que se cuenta que hallándose Psíquis somnolienta en la florida orilla de un río, la abanicaba dulcemente el gentil Céfiro , dando lugar a que el celoso Cupido le arrancara furiosamente una de sus alas y la entregara a Psiquis para que en sucesivo pudiera ella disponer de los céfiros a voluntad. De entonces data la importancia y celebridad del abanico.
Desde tiempo inmemorial forman los abanicos parte principalísima en la indumentaria de los japoneses, para quienes aquel artefacto es emblema de vida significando el pequeño remache o punta del mango el punto de partida de nuestra existencia, mientras que los rayos o varillas simbolizan los caminos que nos conducen a la dicha o a la desgracia.
Tanta importancia conceden los japoneses al abanico, que no hay objeto entre ellos que juegue mejor papel. En aquel imperio, todo joven noble de la corte del Mikado usa un abanico que difiere en su forma de los que ordinariamente se llevan allí. Están adornados con cintas de seda de los colores blanco, amarillo, verde, rojo y negro, que forman combinación con el traje especial que solo pueden usar los privilegiados a quienes se consiente llevar ese abanico.
Aparte otras aplicaciones importantes que los japoneses dan al paipay, allí no se ponen los soldados en marcha sin llevar tal adherente consigo; se sirven de ellos para sustituir a las bandejas en que deban presentar a sus amadas los regalos que las hacen, y a los criminales se les anuncia su sentencia de muerte presentándoles un abanico especial y cortándoles la cabeza en el momento en que los desgraciados se inclinan para extender la mano y recibir aquel artefacto.
En China existe una preciosa leyenda acerca del abanico
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Se cuenta que en una de las grandes y suntuosas fiestas denominadas de las antorchas, que allí se celebran, la hermosa Kan-Si, hija de poderoso mandarín, sentía tan sofocante calor que para aliviarse de él separó de su rostro la mascarilla que la cubría, según costumbre en las doncellas chinas; pero como la estaba vedado por las leyes del pudor exponer su belleza a las miradas de los donceles que en la fiesta estaban presentes, Kan-Si agitó rápidamente la mascarilla para hacerse aire con ella mas sin alejarla de sus facciones.
La idea fue comunicándose a las concurrentes a la fiesta en número de unas ocho mil, las cuales, sintiendo el mismo calor que la bella hija del mandarín, agitaron también las mascarillas que llevaban para mitigar con ello la pesadez de la atmósfera que las asfixiaba. De aquí el origen del abanico que después, durante tantos siglos, había de imponerse a las mujeres.
Por último, en China, todo hijo del Celeste Imperio que se tenga por distinguido, debe lucir el abanico en la mano. No solamente en Oriente ha obtenido el abanico honores de tal naturaleza. Dice un tratado referente a aquellos artefactos que hemos consultado la confección del presente artículo, que en la Edad Media los abanicos eran verdaderos flabelos de plumas de pavo real, de avestruz, de papagayo o de faisán, sujetas a mango de oro, plata o marfil.
Las damas los colgaban de la cintura por medio de una cadenita de oro y eran tan estimados que ellos solos constituían uno de los comercios más lucrativos de los mercados de Levante, de donde eran exportados a Venecia y otras ciudades de Italia.
En la Catedral de Monzase conserva el flabelo o abanico de la reina Teodolinda, casada el año 558 con Antario, rey de los lombardos: es de plumas pintadas y montadas sobre un mango de metal esmaltado.
Durante el reinado de Isabel de Inglaterra se confeccionaron flabelos de plumas, fijas alrededor de un círculo de madera y en su mismo plano, del que salía un mango torneado. Un hilo que pasaba por las barbas de las plumas contribuía a mantenerlas en posición. Otros flabelos consistían en dos vistosas alas de pájaros, adosadas por su parte convexa. Los retratos de la época representan a las damas con abanicos de esta clase. En Inglaterra usaron entonces flabelos de plumas, tanto las señoras como los caballeros, y los mangos solían ostentar ricas incrustaciones y piedras de gran precio. Era moda entre las señoras llevar colgando de la cintura un espejito asegurado a una cadena de oro; pero el espejo pronto perdió su independencia, y pasó a formar parte de las incrustaciones de los flabelos, encadenados a su vez, y pendientes también de la cintura.
Cuando leyeron a la condesa de Essexsu sentencia de muerte, llevaba uno de éstos, con el cual se cubría la cara durante la lectura. La reina Isabel poseía nada menos que veintiocho, regalados, en su mayor parte, por sus cortesanos. Uno de ellos valía dos mil duros.
También registra la historia el regalo hecho por Moctezumaa Hernán Cortésde seis abanicos de plumas de diferentes colores, de ellos cuatro montados sobre diez varillas, uno sobre trece y el sexto sobre treinta v siete varillas incrustadas en oro.
En Suecia, el año 1774, la reina Luisa Ulrickefundó para las damas de su corte la Orden del Abanico, pero permitió a algunos caballeros que entrasen en ella.
En 1827, el 30 de Abril, el rey de Argel, en un acceso de cólera dio a Mr. Duval, entonces cónsul de Francia en aquel Estado, un terrible abanicazo, y la consecuencia de tal arrebato fue la conquista de Argel por los franceses.
En la liturgia cristiana también juega un importante papel el abanico. En Grecia y en Roma hubo sacerdotes ocupados en defender de los insectos voladores las sagradas especies de la Eucaristía, agitando continuamente el aire por medio de flabelos hechos con plumas de pavo real.
San Atanasio fue flabelífero, y en una antigua patena encontrada en las Catacumbas de Roma se ve grabado un flabelo de esta clase y destinado a tal uso, habiendo llegado hasta nosotros uno que representa un querubín con seis alas.
Cuando el Papa es conducido en su silla portátil en ciertas procesiones y actos pontificales, dos camareros secretos de Su Santidad, colocados a derecha e izquierda de aquella silla, agitan cada uno un flabelo.
Por esto, con decir que el abanico será siempre un bello artefacto y que el arte de adornarlo con preciosas pinturas no decaerá nunca, ni pasará jamás de moda, como lo demuestran los exquisitos ejemplares de trabajos modernos hechos por Vibert y por Mauricio Selvis, hacemos punto final en estas líneas con las que creemos haber proporcionado un rato de distracción a los lectores.
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