
Urbanidad del modo como hay que hablar de las personas y de las cosas.
Hay personas tan llenas de sí mismas que siempre cuentan a aquellos con quienes conversan lo que han hecho, lo que hacen, y cuánto deben apreciarse todas sus palabras y todas sus acciones.
Urbanidad del modo como hay que hablar de las personas y de las cosas.
Es muy descortés hablar sin cesar de uno mismo, y comparar su proceder con el de los demás; diciendo, por ejemplo: por mi parte, yo no hago así; él no hace esto; una persona de mi rango, etc. Estas formas de hablar son inoportunas e indiscretas, pues nunca es educado compararse con los demás, o a otros entre sí; tales tipos de comparaciones son siempre odiosas.
Hay personas tan llenas de sí mismas que siempre cuentan a aquellos con quienes conversan lo que han hecho, lo que hacen, y cuánto deben apreciarse todas sus palabras y todas sus acciones. Este proceder es muy incómodo en las conversaciones, y muy pesado para los demás.
Ufanarse y hablar favorablemente de sí mismo es cosa totalmente contraria a la cortesía. También es señal de cortedad de espíritu. Es propio del hombre prudente no hablar nunca de lo que le afecta, si no es para responder a lo que se le pregunta; pero debe hacerlo con mucha moderación y con mucha modestia y comedimiento.
Cuando se relata algo que se hizo o que ocurrió estando en compañía de otra persona de rango muy superior, es de muy mal efecto hablar en plural, y decir, por ejemplo: fuimos, o hicimos tal cosa. En tal ocasión no hay que alabarse, y ni siquiera hablar de sí mismo, sino que la cortesía exige hablar de la cosa como si no se hubiese participado en ella, y decir: el señor hizo tal cosa, el señor fue a tal sitio.
Igualmente, cuando un inferior habla de alguna acción que una persona a quien debe respeto hizo en su favor, no es conveniente decir crudamente: "el señor me dijo esto"; "el señor vino a verme". Antes bien, hay que usar estos términos o formas de hablar parecidas: "el señor me hizo el honor de decirme"; "el señor me hizo el honor de venir a verme". O bien, si uno se dirige a esa persona: "usted tuvo la bondad", "usted me hizo el favor de ocuparse de mí", etc.
Cuando hay que hablar de los demás, la cortesía exige hablar siempre favorablemente. Por lo cual, nunca se debe hablar de nadie de quien no se pueda decir bien. No hay ninguna persona, por mala que sea, de quien no pueda decirse algo bueno. Sin embargo, no sería educado hablar positivamente de una persona que hubiera cometido alguna falta pública o alguna infamia. En tales casos, es mejor guardar silencio al respecto; y si los demás hablan de ella, manifestar que se la compadece.
En las conversaciones también hay que manifestar que se tiene en estima a los demás; por lo cual no hay que contentarse con hablar favorablemente, sino que hay que tener cuidado de no hacerlo con frialdad; o al decir algo que vaya en su honor, no añadir un pero, que suprima toda la estima que pudiera suscitar lo que se ha dicho.
Siempre hay que hablar de las personas sobre las que se conversa de forma respetuosa y en términos que indiquen mucha deferencia hacia ellas, a menos que la persona sea un inferior; e incluso en tal circunstancia hay que usar expresiones educadas, que muestren que se tiene consideración con ellas.
Cuando se tiene que llamar a alguien, la cortesía no permite llamarlo en voz alta, ni desde la escalera, ni desde la ventana. Tomarse esa libertad sería, además, faltar al respeto debido a las personas con quienes se está. Hay que enviar a alguien para que busque a la persona requerida, o ir uno mismo a buscarla, para que venga.
Si uno se halla en compañía de otra persona a quien se debe respeto, y ésta necesitara de alguien, no hay que permitir que ella misma vaya en su busca, sino que la educación exige que se le preste este servicio con prontitud.
Es descortesía preguntar a una persona superior, al saludarla, cómo se
encuentra, a menos que esté enferma o indispuesta. Eso sólo se permite con personas de la misma o inferior condición.
Si se desea expresar a alguien a quien se debe mucho respeto la satisfacción que se siente por su salud, es conveniente, antes de hablarle, informarse por medio de algún sirviente de cómo está, y luego decirle de forma cortés: Caballero, estoy muy contento de que se halle perfectamente de salud.
Cuando se pregunta a alguien cómo se encuentra, debe responder: "Me
encuentro muy bien, gracias a Dios, y dispuesto a presentarle mis más humildes respetos"; o bien, valerse de expresiones parecidas, que la agudeza de espíritu puede sugerir.
Cuando se está en compañía, y se tiene alguna dificultad o incomodidad, es descortés quejarse; eso es un reproche para los demás, y a veces parece que se haga para tener ocasión de tomarse más fácilmente sus comodidades.
Hay personas que cuando están en compañía sólo hablan de lo que les gusta, y a veces, incluso, de cosas cuyo afecto les es muy singular. Si quieren a un perro, a un gato, a un pájaro, o a algún otro animal, constantemente harán de ello el tema de su conversación; y hasta les hablarán de vez en cuando en presencia de los demás, y en ocasiones interrumpirán para ello la charla. Y eso, hasta les impide, a veces, prestar atención a lo que dicen los demás.
Todas estas formas de actuar son señales de pequeñez y bajeza de espíritu, y son muy contrarias a las reglas de la cortesía y al respeto que ha de tenerse hacia las personas con quienes se conversa. Y no pueden consentirse en persona bien educada, pues como este tipo de afectos es cosa muy rastrera, es muy descortés manifestar tanto contento y dejarlo traslucir con tanta efusión.
Hay otros que cuando han realizado un viaje o algún otro asunto, o cuando les ha ocurrido algo imprevisto, sea agradable o desagradable, nunca terminan de hablar de lo que les ocurrió o de lo que vieron u oyeron, o de lo que hicieron. Se diría que como este tipo de relatos les agradan, también tienen que agradar a quienes los escuchan. Es señal del amor que se tienen a sí mismos y de la complacencia que ponen en todo lo que hacen o en lo que les sucede.
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