
De la conversación. Parte IV.
Jamás entréis en partido alguno de las familias; esto no os toca, y si fuereis llamados para intervenir, apaciguad, endulzadlo todo.
De la conversación.
Una cosa hay, dice un autor célebre, que jamás se ha visto, y que tiene apariencia de no verse nunca, y es un lugar que no esté dividido en partidos, en que todas las familias estén unidas, los parientes se vean con confianza, en que un matrimonio no produzca una guerra civil, y en que las etiquetas de clases no se exciten a cada paso. Esto no es tan general en las cortes, pero como donde quiera hay hombres, se encuentran también en las capitales sociedades que se parecen a las de los lugares. Jamás entréis en partido alguno de las familias; esto no os toca, y si fuereis llamados para intervenir, apaciguad, endulzadlo todo; sed conciliadores, pues no sin razón uno de nuestros autores cómicos ha difundido la palabra conciliador por la expresión de hombre amable.
No abuséis de la ironía; y si sois superior a las gentes a quienes habláis, no os la permitáis jamás, pues vuestra posición les debe poner a cubierto de vuestros tiros.
Se encuentran defectos pequeños que se abandonan con facilidad a la censura de los hombres, y sobre los que no deja nadie de ser zumbado. Esta especie de faltas ligeras y poco importantes debemos elegir siempre que queramos zumbarnos.
El reírse de las gentes de talento es el privilegio exclusivo de los tontos.
Acordaos, constantemente, que el afectar desdén, el no estimar sino poco o nada, el darse un aire de superioridad sobre todos, es justamente lo que hace que no se nos estime y que se nos coloque aún más debajo de lo que merecemos.
El decir a una señora, nos vamos envejeciendo, señora; a otra, Vd. tiene hoy mal semblante; hablar a una anciana de su juventud delante de personas con quienes pretende rejuvenecerse, es cabalmente hacer lo que puede desagradarles más, y lo que con más cuidado se debe evitar.
"Es preciso dejar siempre en la propia casa las pesadumbres, y no ir a turbar la alegría de los otros"
No llevéis a la sociedad vuestras pesadumbres ni desazones. Si éstas os entristecen e incomodan, quedaos en vuestra casa con vuestras ideas melancólicas; pero si tratáis de disiparlas buscando para el efecto las distracciones de la sociedad, no impongáis vuestras penas por castigo a todos sus individuos. Es preciso dejar siempre en la propia casa las pesadumbres, y no ir a turbar la alegría de los otros; personas hay que llevan a una tertulia una figura triste con todas las apariencias de unos conjurados que conspiran contra la alegría común.
Si se os pide, contad una historia o una anécdota, pero sin olvidaros de que nada es tan difícil como este empleo. Muchas veces piensa N. que es alegre, ligero y agudo, y no tiene nada de eso; y el imponer en tal caso a la gente que os rodea la obligación de escucharos por mucho tiempo, es una penitencia dura. Sed, pues, sobrios en la narración, porque sobre esto nos suele engañar el amor propio. Evitad los equívocos y menudencias que suelen ser propios de los titiriteros y bufones, pues por un dicho agudo que por casualidad pueda salir de vuestros labios, diréis veinte necedades que cansen o tal vez hieran a alguno.
No habléis de vuestra mujer, ni niños; no contéis sus travesuras ni condenéis a toda una reunión a que admiren como golpes de talento, rasgos de niño que solo pueden interesar al padre, a la madre o a los abuelos. En fin, procurad haceros agradables tanto por lo que digáis, como por el modo con que lo digáis. Esforzaos a que vuestra voz salga armoniosa a variar sus inflexiones; que el tono no sea monótono; pronunciad claramente, no mortifiquéis los oídos de los que os oyen, y les obliguéis a que os vuelvan a preguntar. Estas atenciones, por pequeñas que os parezcan, son señales de estimación y deferencia para con las gentes con quienes se vive, y constituyen parte de la urbanidad.
- De la conversación. Parte I.
- De la conversación. Parte II.
- De la conversación. Parte III.
- De la conversación. Parte IV.
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