
De la habitación.
Como el que entra en el mundo se sujeta a recibir las visitas que se hacen, una modestia elegante y de buen gusto, son deberes que impone la sociedad.
De la habitación.
Nuestros abuelos vivían en habitaciones estrechas y obscuras; la escalera torcida y mal dispuesta, los vidrios pequeños y embutidos en plomo, no dejaban penetrar en las casas sino una media luz; se ignoraba el arte de entarimar, y la cera no barnizaba los ladrillos groseros que formaban el pavimento de los aposentos. Nosotros estamos más adelantados en esta parte; las casas de los más simples particulares se han hecho cómodas, elegantes, y sobre todo aseadas. Es muy común en París subir por una escalera, cuyos escalones están restregados, y cuyo pasamano está hermoseado de lustrosa acayaba. A veces contribuye también el cobre a aumentar el lujo del pasamano que ordinariamente es de un color verde antiguo. Las mesetas de la entrada suelen estar enladrilladas de mármol y adornadas de estatuas. Este lujo y magnificencia obliga a que los inquilinos cuiden también de lo interior de sus casa que no debe discordar de lo que las precede.
Como el que entra en el mundo se sujeta a recibir las visitas que se hacen, una modestia elegante y de buen gusto, son deberes que impone la sociedad. Es contra toda regla de urbanidad el recibir a nadie en una casa desordenada, en donde no se ha pasado el plumero. El orden de una aposento anuncia el orden del que lo ocupa, y jamás podrá excusarse el que presente la negligencia de un aposento de un criado. Es necesario pensar siempre en no hacerse culpable de las faltas que no se perdonarían en las casas ajenas.
Habitación de hombre solo.
El hombre solo puede alojarse en donde quiera, y para ellos se construyen habitaciones, cuyo alquiler no pasa desde 300 a 600 francos, tan comunes y cómodas. En París un hombre solo puede vivir en cuarto bajo como en una guardilla (buhardilla); y aun lo caro de los alquileres ha hecho que los propietarios hayan especulado particularmente, adornando cuanto puede ser las casas en que otro tiempo se alojaban los pobres. Las guardillas se hallan en el día adornadas con elegancia, con cristales y chimeneas de mármol; y el gusto del papel que las adorna, y que por lo mismo exige pocos muebles, constituye otros tantos gabinetitos de gusto.
"El orden de una aposento anuncia el orden del que lo ocupa, y jamás podrá excusarse el que presente la negligencia de un aposento de un criado"
Un hombre solo necesita dos piezas: una, en que duerme, y la segunda, en que recibe. Esta última suele ser también su gabinete. Allí es donde responde a sus corresponsales, y donde estudia cuando gusta de ello o tiene gana; debe dar lustre a su pavimento, a lo menos dos veces a la semana; y si consigue que la misma portera de la casa sea su ama de gobierno, le irá muy bien; porque una portera suele ser un Argos que vigila todas las acciones de un hombre solo, muy dispuesta a pensar mal de todo y a murmurar; pero procurando ganarla con algunos regalillos, todo el mundo entonces a su visita es bueno. Don N. mozo soltero, y libre, descabezado y consumido de deudas, no es entonces en su opinión sino un bellísimo joven, a cuyos acreedores hace ella lo posible por alejar; porque sabido es, que estamos en un siglo de oro, no por las virtudes que recuerda, sino por los milagros que hace. Un hombre solo debe hacer lo posible por estar bien con la portera para conservar su crédito y ser servido con los recados que dejen para él.
Habitación de un hombre casado.
Un hombre casado, con hijos y con pretensiones se debe alojar en un tercer piso. No es extraño en las capitales ver en terceros pisos a personas muy acomodadas. Su casa debe tener una pieza para dormir, otra para los niños, un comedor, un despacho y una sala de tertulia. Los criados se alojan en los desvanes. Tampoco se le prohíbe el que tenga una caballeriza y una calesa, así como le es permitido a un joven tener un caballo para pasearse. Pero todo esto cuesta caro, y así se ha de mirar muy bien para tomar un lacayo; además de que en caso urgente se toma un coche de alquiler, y en el día las gentes económicas, y que miran por sus bienes, si tienen que hacer un viajecillo, no dejan de encontrar por su dinero carruajes de todas figuras y de todos precios.
Nada decimos de la habitación de las personas opulentas, de las operistas y actrices de nombradía, de los banqueros, de los grandes empleados y agentes de negocios, los cuales ni procuran la economía, ni tampoco la tranquilidad de espíritu que es su consecuencia.
Tampoco insistiremos sobre la ventaja que tiene una casa de dos puertas, porque esto nos conduciría a consideraciones morales que se alejan de nuestro objeto. Solo, si advertiremos, que los palaciegos deben buscar sus habitaciones cerca de palacio; los que aman el campo, cerca de las puertas de la ciudad; los actores, cerca de los teatros; y en fin, cada uno lo más próximo que pueda ser a los sitios que diariamente asiste, consejo tan cómodo, como económico de tiempo y de calzado.
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