
Urbanidad al vestirse y al desnudarse.
Nunca debemos mostrarnos, no sólo sin vestidos, sino ni siquiera sin estar totalmente vestidos.
Urbanidad al vestirse y al desnudarse.
El pecado nos ha puesto en la necesidad de vestirnos y de cubrir nuestro cuerpo con vestidos. Por ese motivo, puesto que siempre llevamos con nosotros la condición de pecadores, nunca debemos mostrarnos, no sólo sin vestidos, sino ni siquiera sin estar totalmente vestidos. Es lo que exigen tanto el pudor como la ley de Dios.
Aunque muchas personas se tomen la libertad de estar con frecuencia sin ninguna otra ropa que la bata, y a veces, incluso, en pantuflas, y aunque parezca que, con tal de no salir de casa de esa forma, esté permitido hacerlo todo así vestido, sin embargo, ofrece una imagen de excesivo descuido permanecer mucho tiempo vestido de ese modo.
Se considera contrario a la urbanidad ponerse la bata, por comodidad, en cuanto se entra en casa, y mostrarse con esa ropa. Sólo a los ancianos y a las personas enfermas se les puede permitir tal cosa. Sería, incluso, faltar al respeto con cualquier persona, que no fuera un inferior, recibir su visita en esa forma.
Mucho más descortés aun es presentarse ante alguien sin medias, o no llevar sobre el cuerpo más que la camisa o unas simples enaguas, y no es admisible llevar gorro de noche en la cabeza cuando se está fuera de la cama, a menos que se esté enfermo, ya que sólo es para servirse de él cuando se descansa.
Es muy conveniente acostumbrarse a no hablar nunca a nadie, salvo a los criados, sin estar totalmente vestido con las ropas habituales. Eso es propio de un hombre sensato y bien ordenado en su conducta.
Manda también la decencia vestirse con mucha diligencia y ponerse primero las prendas que cubren más el cuerpo, para ocultar lo que la naturaleza no quiere que se muestre. Lo cual debe hacerse siempre por respeto a la majestad de Dios, que se ha de tener continuamente ante los ojos.
Hay mujeres que necesitan dos y tres horas, y a veces mañanas enteras, para vestirse. Se podría decir de ellas, con justicia, que su cuerpo es su dios, y que el tiempo que emplean para adornarlo lo roban a aquel que es su único Dios, vivo y verdadero, y al cuidado que deben tener de su familia y de sus hijos, que siempre han de considerar como los deberes indispensables de su estado. Sin duda no pueden proceder así sin violar la ley de Dios.
Es incivil y poco educado desvestirse en presencia de los demás, y descalzarse para calentar los pies desnudos. Tampoco es educado, cuando se está en compañía, quitarse los zapatos o levantar los pies para calentarse más fácilmente. Esto, a veces, sucede a personas que buscan sus comodidades, pero en modo alguno puede admitirlo la cortesía.
Mucho más descortés aun es, al descalzarse, salpicar con suciedad a las personas presentes. Es vergonzoso examinar las medias, darles la vuelta, sacudirlas, limpiar la suciedad y quitarles el barro en presencia y a la vista de alguna otra persona, si no es de los sirvientes. Pero algo mucho más inadmisible es, al descalzarse, lanzarle a alguien la suciedad en el rostro.
Así como pide la decencia que al vestirse uno se ponga siempre primero las prendas que cubren más el cuerpo, del mismo modo la urbanidad pide que al desnudarse se quiten esas mismas ropas en último lugar, para no ser visto nunca sin estar vestido de manera decente.
Cuando uno se desviste, hay que tener cuidado en poner los vestidos cuidadosamente, sea sobre una silla, sea en cualquier otro sitio que esté limpio, y donde se puedan encontrar fácilmente al día siguiente, sin que haya que andar buscándolos.
Durante el invierno se podrían poner sobre la cama, si no hubiera otra cosa para cubrirse; pero, en ese caso, hay que tener cuidado de darles la vuelta, para no ensuciarlos. Con todo, sería más a propósito no cubrirse con ellos.
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