Urbanidad de las faltas que pueden cometerse contra la cortesía hablando contra la caridad.
De las condiciones que la cortesía pide que acompañen a las palabras.
Urbanidad de las faltas que pueden cometerse contra la cortesía hablando contra la caridad debida al prójimo.
La urbanidad es tan exacta en lo que mira al prójimo, que no permite que se le hiera de ningún modo; por eso no da libertad para hablar nunca mal de nadie.
Es también algo que va contra la ley de Dios, según advierte Santiago a los primeros cristianos, cuando les dice que quien habla mal de su hermano, habla mal de la ley. Es, pues, indecoroso encontrar siempre motivo para criticar el proceder de los demás; y si no se quiere hablar bien de ellos, mejor es callarse. El Sabio manda taparse los oídos con espinas cuando alguien hable mal de otro. Desea, incluso, que uno se aleje tanto de la maledicencia, que no se escuche siquiera a una mala lengua.
Tampoco quiere que se cuente a nadie lo que otro dijo de él; y advierte que hay que guardarse mucho de adquirir esa reputación, al afirmar que el correveidile será odiado por todo el mundo. Según el consejo del mismo Sabio, para proceder con urbanidad, cuando se ha oído alguna palabra contra el prójimo, hay que sepultarla en uno mismo.
Cuando se oye hablar mal de alguien, la urbanidad exige excusar sus defectos y procurar hablar bien de él; ver el lado bueno y apreciar cualquier acción que haya hecho. Ése es el medio de ganarse el afecto de los demás y hacerse agradable a todos.
Es muy descortés hablar desfavorablemente de una persona ausente ante otra persona que tuviera los mismos defectos; como decir, por ejemplo, tiene poca cabeza, ante una persona que tuviera la cabeza pequeña; o es cojo, ante otro que cojea. Este tipo de palabras ofenden a los presentes lo mismo que a los ausentes. Pero aún es mucho más descortés reprochar a alguien algún defecto natural; eso es propio de un espíritu ruin y maleducado.
También es muy descortés tomar como término de comparación a la persona con quien se habla para indicar alguna imperfección o alguna desgracia que hubiere ocurrido a otra, como decir, por ejemplo: Ese hombre está tan borracho como lo estaba usted el otro día; fulano recibió un puñetazo o una bofetada tan fuerte como la que recibió usted hace algún tiempo; fulano se cayó en el mismo charco en que se cayó usted el otro día; fulano tiene el pelo rubio, como usted. Hablar de ese modo es injuriar gravemente a la persona a quien se habla. Tampoco hay que hablar de los defectos visibles, como los que se tengan en el rostro; y no debe uno informarse de qué provienen.
Es, incluso, ofensivo, atribuir inconsideradamente a la persona con quien se habla alguna acción desacertada, indiscreta o desagradable, en vez de hablar de tal forma que no se aplique a nadie; como por ejemplo, si se dice: "si usted dice algo desagradable, ofende los oídos"; en vez de servirse de esta expresión: "hay algunos que cuando dicen algo desagradable ofenden los oídos".
También es gran descortesía, como igualmente falta de caridad para con el prójimo, recordar a alguien alguna situación que no fuera muy afortunada, o decir cosas que pueden mortificar o provocar vergüenza a la persona con quien se habla, como decir crudamente a una persona: Usted se cayó hace algún tiempo en un cenagal; hace algún tiempo usted recibió una gran afrenta; o si hablando con una persona que quiere aparentar ser joven se le dice que se lo conoce desde hace mucho; o a una dama, que tiene mala cara.
Una de las cosas que más chocan con la cortesía, así como con la caridad, son las injurias. También Nuestro Señor las condena de forma muy expresa en el Evangelio; nunca deben estar en boca del cristiano, pues son incluso muy impropias de una persona por poca educación que tenga. Tampoco debe afrentarse nunca a quienquiera que sea; y no está permitido hacer ni decir nada que pudiera dar ocasión para ello.
Otro defecto que no es menos contrario a la cortesía y al respeto que se debe al prójimo, es la burla, que se hace riéndose de alguien por algún vicio o defecto que tenga, o remedando sus gestos, pues no hay mucha diferencia entre burlarse de ese modo y proferir injurias, si no es que con la injuria se ataca a una persona de forma grosera y sin ambages.
Este tipo de burla es absolutamente indigno de persona bien nacida: hiere la cortesía y ofende al prójimo. Por eso nunca está consentido incurrir en burlas que ataquen a las personas, vivas o muertas.
Si no está permitido burlarse de una persona por algún vicio o defecto que tenga, mucho menos lo está hacerlo por defectos naturales o involuntarios. Hacerlo es villanía y bajeza de espíritu; burlarse, por ejemplo, de alguien que es tuerto, o cojo, o jorobado, pues quien tiene tal defecto natural no es causa del mismo. Pero, además, es absolutamente indecoroso burlarse de alguien por alguna desgracia o por algún infortunio que le hubiere sucedido. Atreverse a mofarse de ese modo de su desdicha es, realmente, herirlo.
Sin embargo, cuando se burlan de los defectos de uno, hay que tomarlo siempre por las buenas y procurar no manifestar exteriormente que uno se molesta por ello. Pues es propio de la honradez y también muestra de bondad en el hombre, no disgustarse por nada de lo que le digan, por muy desagradable, hiriente o injurioso que pudiera ser.
Hay otro tipo de broma que sí está permitida, y que lejos de ser contraria a las reglas de la honestidad y de la cortesía, adorna en gran manera la conversación y honra a la persona que la utiliza. Esta broma es la charla jugosa y llena de agudeza, que expresa algo agradable sin herir a nadie ni tampoco la honestidad. Esta broma es muy inocente y puede ayudar mucho a hacer agradable la conversación. Sin embargo, hay que procurar que no sea demasiado frecuente y saberla expresar bien. Por eso, si se tiene una inteligencia naturalmente lenta, hay que abstenerse por completo de usarla; de lo contrario sería ocasión para que se riesen de uno; y esa broma tan insulsa y ramplona sería mal recibida y no alcanzaría el objetivo deseado, que es divertir a los demás y hacer que reciban mejor lo que se les dice para su diversión.
Para bromear bien de esa forma, no hay que hacer en absoluto el loquillo, ni reírse de todo sin ningún motivo, ni decir ciertas agudezas insulsas, ramplonas, y ordinarias; hay que lograr, más bien, que lo que se dice sea algo ocurrente y de relieve, que esté a la altura de la calidad de las personas que hablan y que escuchan, y que se diga con oportunidad.
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