Lección sobre los malos hábitos
La mesa es donde no puede ocultarse el menor defecto de educación, pues fuera aparte de las principales lecciones de saber trinchar, colocarse, hablar, servir y demás apuntadas, has de observar las cosas repugnantes de los demás para no usarlas tú
Los hábitos malos en la mesa y en la vida
Aquella urbanidad
Los descuidos de la crianza, y las faltas de observación al principio dejan ciertos resabios en los jóvenes que les hacen poquísimo favor. Se queda luego en estado de no reparar si le son defectuosos o perjudiciales. Como el tararear entre dientes, el estar tecleando con los dedos sobre la mesa o la silla, el llevar un compás ideal con los pies, el morderse las uñas, el estar siempre componiéndose el vestido o peinado. Y cosas semejantes, que manifiestan no solo una distracción y desatención a las gentes que tienen delante, sino un menosprecio tan claro, que preferirían éstos el que se fueran o que durmieran, que aún es más.
Buenos modales en la mesa
La mesa es donde no puede ocultarse el menor defecto de educación, pues fuera aparte de las principales lecciones de saber trinchar, colocarse, hablar, servir y demás apuntadas.
Has de observar las cosas repugnantes de los demás para no usarlas tú, como son el comer muy aprisa o muy despacio; porque lo uno arguye miseria, hambre, gula, y que has ido solo a comer, y lo otro es decir que no te gusta la comida, y que así entretienes el tiempo.
No estés callado siempre en la mesa, al contrario, alégrala con chistes y conversaciones festivas, pues no es la hora ni el paraje de tratar asuntos graves.
Tampoco te hagas el charlatán o el gracioso, porque no crean que se te ha calentado la cabeza.
No hagas melindres oliendo cada plato y dejándolo de comer después de hacer un gesto, porque es tachar al dueño de la casa, y causar asco a los convidados.
Tampoco comas de todos los platos sin excepción, porque te llamarán tragón o goloso.
Cuida de comer con tanta limpieza que ni manches los manteles al trinchar o servir el vino, ni tu servilleta a fuerza de limpiarte la boca y los dedos.
Si estornudas, toses, te suenas o escupes, y si te da hipo o se te sube algún eructo, ponte siempre la servilleta delante, además del pañuelo o la mano; y después baja tu cabeza como reconocido a su disimulo.
En fin, te repito que la falta más mínima en la mesa es defecto capital contra la buena crianza.
El escupir en medio de la sala siempre es una porquería; si el suelo es liso, porque se ve el gargajo y causa náuseas, por lo cual verás alguna vez que hacen traer ceniza para limpiarlo; si es alfombra, porque no es justo ensuciar una tela rica, del mismo modo que no escupiríamos en la colgadura; y siempre da uno a entender que no se ha criado entre alfombras, fuera de que si todos escupieran en medio sería preciso mudar alfombras como pañuelos.
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También es mala costumbre el andar muy aprisa por las calles, a lo menos cuando se va en traje noble. Porque un caballero no debe aparentar que le valen tanto los minutos como al artesano; y si alguna vez la misa o al saber que a uno le esperan le hace apretar el paso, debe casi irlo diciendo a cuantos le encuentren, para que no se lo reprueben.
Tampoco te quedes mirando a otro cara a cara y clavándole los ojos, como suele decirse, porque lo puede tomar por una falta de respeto que nos debemos recíprocamente, y mostrarse ofendido del insulto que sospecha, o puede también temer si notas alguna falta muy extraña que le halles, y si le reprendes con tu descaro.
Cuida escrupulosísimamente de no caer en los vicios groseros de rascarte la cabeza, tirarte de la barba, hurgarte las narices u oídos, sacar la lengua, castañear con los dedos, frotarte las manos, suspirar alto, estremecerte afectadamente, bostezar estirándote, y otros cualesquiera resabios de desatención, que arguyan haberse criado o acompañado con gentes ordinarias.
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