
Saber ser agradecidos. La gratitud.
Estamos obligados a sentimientos piadosos y a modales benévolos con todos.
Saber ser agradecidos. La gratitud.
Si estamos obligados a sentimientos piadosos y a modales benévolos con todos, ¿cuánto mas con aquellos generosos que nos dieron prueba de amor, de compasión y de indulgencia?
Comenzando por nuestros padres, no haya nadie que habiéndonos prestado algún liberal servicio de hecho o de consejo nos encuentre olvidadizos de sus favores.
Con otros podríamos acaso ser rígidos en nuestros juicios o escasos de cortesía sin grave culpa; pero con nuestros favorecedores no es lícito nunca omitir ninguna de todas las atenciones posibles, para no ofenderlos, para no ocasionarles disgustos, para no disminuir su fama, mostrándonos antes bien prontísimos a defenderios y a consolarlos.
Muchos, cuando su favorecedor forma o parece formar una idea demasiado alta de su propio mérito respecto de ellos, se irritan como de indiscreción imperdonable, y con esto quieren darse por libres de la obligación de ser agradecidos. Muchos, teniendo la vileza de avergonzarse del beneficio recibido, son ingeniosos para suponer habérseles hecho por interés; por ostentación o por cualquier otro motivo indigno, y piensan encontrar así excusa a su desagraciamineto. Muchos, cuando se encuentran en disposición, se apresuran a restituir el beneficio para sacudirse el peso delagratitud, y hecho eso, se creen inculpables, olvidando todas las consideraciones que aquella impone.
Vanas son todas las astucias para justificar la ingratitud; el ingrato es un
vil, y para no caer en semejante vileza es preciso no escatimar el reconocimiento; es necesario que abunde y sobreabunde.
Si el bienhechor se ensoberbece del favor que te hizo, si no tiene contigo la delicadeza que tú quisieras, si no se conoce con toda claridad haber sido generosos los motivos que le impulsaron a favorecerte, no te toca a tí el condenarle. Extiende un velo sobre sus faltas verdaderas o posibles, y mira solo al bien que de él recibiste. Mira a ese bien, aunque lo hubieras devuelto, aun cuando lo hubieras devuelto con el céntuplo.
A veces, es lícito ser agradecido, sin publicar el beneficio recibido; pero siempre que la conciencia te diga haber motivo para publicarlo, no te lo impida ninguna mala vergüenza; confiésate obligado a la diestra amiga que te socorre. Dar gracias sin testigos es muchas veces ingratitud, dice el ilustre moralista Blanchard.
Solamente es bueno el que es agradecido a todos los beneficios, aun los más pequeños. La gratitud es el alma de la Religión, del amor filial, del amor a los que nos aman, del amor a la sociedad humana, de la cual recibimos tanta protección y tantas dulzuras.
Cultivando agradecimiento a todo cuanto bueno recibimos de Dios y de los hombres, adquirimos mayor fuerza y paz para tolerar los males de la vida y mayor disposición a la indulgencia y a emplearnos en favor de nuestros semejantes.
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