
La cara. Un rostro agradable. Sentirse bien
No debe haber en el rostro nada que sea severo o repugnante, no debe aparecer tampoco nada huraño ni salvaje
foto base Pexels - Pixabay
La urbanidad y el rostro
Aquella urbanidad
Dice el Sabio que se conoce al hombre cuerdo, por el aspecto de su cara. Por esta causa, cada uno debe disponer su rostro de modo que pueda a un tiempo ser amable y edificar al prójimo por su exterior.
Para hacerse agradable, no debe haber en el rostro nada que sea severo o repugnante, no debe aparecer tampoco nada huraño ni salvaje; no debe verse en él nada que sea ligero o parezca escolar; todo debe tener en él un aspecto grave y sensato. Tampoco es decoroso tener un rostro melancólico y malhumorado; es preciso que en él nada insinúe la pasión o cualquier otra afección desordenada.
El rostro debe ser alegre, sin disolución ni disipación; debe ser sereno, sin ser demasiado libre; simpático sin dar muestras de familiaridad demasiado grande. Debe ser dulce, sin blandura y sin mostrar algo que parezca ligereza; pero ha de dar a todos muestra de respeto, o al menos de afecto y de benevolencia.
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Con todo es conveniente componer el rostro según los diferentes casos y ocasiones que se presentan, ya que, debiendo compadecer al prójimo y mostrar por lo que aparezca en la cara que se comparte sus penas, no debe tenerse un rostro risueño y alegre cuando se trae alguna noticia triste, o algo penoso le haya sucedido a alguien, y tampoco se tendrá un rostro triste al ir a comunicar algo agradable o que traerá alegría.
Respecto de los propios asuntos, un hombre avisado debería procurar ser siempre él mismo y tener su rostro siempre igual, puesto que ni la adversidad debe abatirle, ni la prosperidad hacerlo más alegre. Debe mantener su rostro siempre tranquilo, que no cambie fácilmente de disposición o movimiento según lo que suceda, agradable o desagradable.
Las personas cuyo rostro cambia en cada ocasión son muy incómodas y es muy penoso soportarlas. Tan pronto están alegres como tristes y melancólicas, a veces inquietas, otras con prisas. Todo esto muestra que la persona no es virtuosa ni trabaja en corregir sus pasiones, que sus modos de obrar son enteramente humanos y naturales y nada según el espíritu del cristianismo.
Tampoco hay que presentar un rostro risueño y libre a toda clase de personas.
Es bueno mostrar mucha discreción en el rostro cuando se encuentra uno con personas a las que se debe gran respeto y es cortés el tener un aspecto grave y serio en su presencia. Es asimismo prudente no tener un rostro demasiado accesible frente a los inferiores, en particular con los criados. Y si se está obligado a mostrarles dulzura y condescendencia, también es importante el no familiarizarse.
Respecto a las personas con las que se es libre y con las cuales se obra ordinariamente, es bueno presentar un rostro más simpático, a fin de dar de este modo más facilidad y atractivo a la conversación.

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El aseo pide limpiar todas las mañanas la cara con un paño blanco, para desengrasarla. No es tan conveniente lavarla con agua, pues ello la torna más sensible al frío en invierno y al bochorno en verano.
Es faltar al decoro frotar y tocarse cualquier parte del rostro con las manos desnudas, sobre todo si no es necesario; si es preciso hacerlo, por ejemplo para quitar alguna suciedad, hay que hacerlo ligeramente con la extremidad del dedo, y cuando se vea uno obligado a secar el rostro durante el calor, deberá utilizar el propio pañuelo, no frotar con fuerza ni hacerlo con las dos manos.
No es educado soportar suciedad o barro sobre el rostro. Sin embargo, hay que evitar limpiarse en presencia de otros y si sucede que se descubre su existencia estando en compañía, hay que cubrirse el rostro con el sombrero para quitarlo.
Es muy indecoroso, demuestra mucha vanidad y no conviene a cristianos, ponerse lunares en la cara y maquillarla con polvos y carmín.
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