El discurso y la conversación. III.
Cuando se refiere un suceso, no debe ahogarse a los oyentes con un diluvio de noticias preliminares.

Condiciones físicas, intelectuales y morales del discurso y de la conversación.
Si la manía de hablar antes de reflexionar no fuese tan común, no se oirían tantos discursos oscuros y revueltos, cuyo objeto y cuyo fin no se columbran, y que pueden compararse a las antiguas inscripciones carcomidas por los años, en las cuales el viajero no logra sacar en limpio el significado sino a costa de gran trabajo. En efecto, quien cede a esta manía, ora omite una circunstancia de la cual depende la inteligencia del hecho, ora hace figurar a un personaje de quien no dio antes ninguna noticia, o bien mezcla cosas que andan a la greña por verse juntas, o bien presenta como oro fino lo que no es sino plomo.
Cuando se refiere un suceso, no debe ahogarse a los oyentes con un diluvio de noticias preliminares, y exponiendo, por ejemplo, la historia de una familia, no es cosa de atravesar las aguas del diluvio para ir hasta la cuna de Adán. Debe unirse al discurso todo cuanto puede embellecerlo, mas no todo lo que se te presente a la memoria; ni a propósito de tu relato contarás otra cosa y así sucesivamente, pues éste, además de causar fastidio, es una señal de memoria mecánica, que no de fino discernimiento. Muchas personas, en particular ancianas, son como relojes de repetición, que apenas tienen cuerda van tocando hasta que se les concluye.
Se puede ser un poco difuso en los cuentos que se relatan a los muchachos, cuya imaginación joven y ansiosa de conmociones gusta de aventuras y prefiere sentir a juzgar. Es ya un precepto antiguo no prometer grandes cosas en el principio del discurso ni hacer grande aparato de lo que va a referirse, porque el golpe más fuerte es el más imprevisto. Si la curiosidad ajena a la cual prometiste joyas se ve metida en el fango se irritará contra tí y pondrá tu discreción en duda.
"Es ya un precepto antiguo no prometer grandes cosas en el principio del discurso"
Atendida la natural asociación de los sentimientos y de las ideas, las cosas más sencillas traen consigo en el discurso alguna imagen, algún color, alguna comparación o alusión, por lo cual la cortesía exige que se alejen aquellas imágenes que pueden ofender a las personas finas o delicadas. El hombre de buen gusto si se ve precisado a hablar de objetos repugnantes, apenas los indica en vez de mostrarlos, y si no tiene más remedio que ponerlos de manifiesto los cubre con una flor.
Nunca lleva nuestro ánimo entre la podredumbre de los sepulcros, sino que os habla de los ojos que arrojaban dardos de amor, y que ahora están cerrados a la luz para siempre. No describe los locos esfuerzos de la concupiscencia en un lupanar, sino que os hace ver en el umbral de la puerta el placer desvanecido y las gracias que huyen.
Las alusiones y comparaciones en la conversación común sirven para comprender cuales son las ideas habituales de quien echa mano de ellas; así, para conocer hasta que punto llega la falta de sensibilidad de quien os habla, no tenéis más que ir contando las imágenes bajas, ignobles y necias que ensarta en un discurso, y observar la frecuencia con que las repite.
Puede con las palabras ofenderse el pudor como se le ofende con las acciones. Entre las palabras las hay que se presentan con aire modesto y hasta vergonzoso, y otras que expresando lo mismo descubren la imprudencia del que las usa. La calidad del gusto moral se reconoce en esta elección; el hombre juicioso prefiere las primeras, las segundas se adaptan mejor al carácter del deshonesto y disoluto. Buffon ha sabido hablar del misterio de la generación con una gravedad, decendencia y dignidad filosófica, que permiten a las personas más severas detener las miradas y contemplar sin avergonzarse los secretos de la naturaleza.
¿Deseáis saber si en un poeta predomina el gusto moral al sentimiento del pudor? Basta que examinéis sus descripciones amorosas. El más delicado coge las imágenes y los colores en las sensaciones de la vista y del oído; el menos delicado invoca en su auxilio al tacto, y sucesivamente va bajando por todas las sensaciones brutales. La decencia prescribe que se alejen del discurso las ambigüedades, los equívocos, las palabras libertinas, los acertijos obscenos, que son otras tantas estocadas para quien tiene delicadeza de gusto moral.
- El discurso y la conversación. I.
- El discurso y la conversación. II.
- El discurso y la conversación. III.
- El discurso y la conversación. IV.
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