
Cortesía con los niños. II.
La bondad constante e ilustrada unida a la severidad variable, esto es, creciente o decreciente según aumentan o disminuyen la docilidad del hijo o la malignidad de su ánimo.
La cortesía con los niños.
Es, pues, indispensable manifestar al joven cierta confianza en sus buenas cualidades y hacerle sentir que ya le creéis capaz de conducirse a fuer de hombre, y sobre todo es menester guardarse de atar a un mozo de diez y ocho años con la misma cadena con que se le tenia sujeto en el primer lustro de su vida. Cuando la dulzura no basta, lo cual sucede no pocas veces por culpa de los padres que fueron negligentes al principio, recurrirá el padre a la acrimonia, pero siempre de modo que aparezca en su serena y noble frente la compasión mezclada con un rigor bien entendido. En suma, la bondad constante e ilustrada unida a la severidad variable, esto es, creciente o decreciente según aumentan o disminuyen la docilidad del hijo o la malignidad de su ánimo, constituyen el mérito principal de los padres. Las máximas absolutas de bondad o severidad indefinida que no se adaptan al diferente carácter de los jóvenes, han sido siempre copiosa fuente de malísimos efectos.
Es cosa de todo punto inurbana y además ineficaz desafiar con humillaciones y villanías las pasiones de la juventud en su ímpetu, en vez de aguardar que la tempestad se desvanezca y sobrevenga la razón. Vuestra cólera brutal e inoportuna acostumbrará al joven al disimulo, pero no logrará corregirlo. Haced, pues, de manera que vea y experimente los funestos resultados de sus acciones, y se sienta humillado por sí misma. La humillación que nos viene de los otros es un ultraje; la que nace en el fondo de nuestra alma es una lección. Esta máxima no excluye el uso de las humillaciones o de las penas moralmente degradantes en la educación pública, con tal que las establezca una ley general que no admita arbitrarias excepciones. Las reconvenciones no solo serán inútiles sino perjudiciales si el joven descubre animosidad o mala intención en quien se las dirige.
Suele decirse que un padre debe tratar del mismo modo a sus hijos porque al fin todos son hijos suyos, pero esta máxima es falsa, apoyada en una mala razón. Un padre dará pruebas de preferencia a sus hijos, no porque el uno nació antes que el otro, no porque el uno tiene las piernas derechas y el otro torcidas, no porque el uno es hermoso y el otro feo, sino porque el uno es más atento, más estudioso y más dócil que el otro. La preferencia fundada, no en las calidades naturales sino en las adquiridas, no sale de los límites de la urbanidad y es un castigo para los hijos indóciles y haraganes.
"La falta de respeto es el origen de la desobediencia"
¿Sabéis la razón por qué no sois obedecido? Porque habéis roto la valla del respeto. Hay acciones, modales, actitudes, que agrandando en el ánimo de los niños la idea de los padres, y teniéndolos, por decirlo así, a cierta distancia moral de ellos, fomentan el respeto. Entre los hebreos los hijos recibían la bendición de sus padres; en Grecia les besaban la mano, y las desobediencias a los padres excluían de los cargos públicos, como hoy todavía excluyen en la China; en Roma un vestido particular recordaba a los jóvenes que no pertenecían aun a la clase de los hombres; en las Galias el hijo no era digno de ver a su padre en público, sino cuando era capaz de empuñar las armas; en todo el Oriente el hijo está en pie en presencia de su padre, y de esta ley no están excluidos los mismos hijos del rey; mas en nuestros días una muchacha que llega a la edad de la razón trata de tú a su madre, y en vez de llamarle madre le da el título de amiga. Desvanecida la ilusión del respeto es preciso recorrer a los castigos o tolerar la desobediencia.
La autoridad paterna, independiente de todas las convenciones, es la primera y la más sagrada de las magistraturas. Nacida de la necesidad, y conservada por el afecto, coloca al padre a la cabeza de la familia, confía a sus manos la administración y el poder, y es el fundamento de la sociedad, puesto que el edificio social se levanta y descansa sobre la unión de las familias. Honrarás a tu padre y a tu madre, es un precepto que encontramos en todas las legislaciones. La ternura y el respeto no se excluyen recíprocamente, y el afecto filial no se enfría si participa de la adoración.
Los momentos en que los muchachos se entregan al juego son los más oportunos para explorar su índole y su carácter, y un padre hábil sabe en esos instantes darles alguna lección de cortesía, alguna idea de las consideraciones que los hombres se deben unos a otros; esto es, les enseña a defender un derecho sin arrogancia, a discutir sin villanía, y a ceder de buen grado cuando lo reclaman la razón y la justicia.
- Cortesía con los niños. I.
- Cortesía con los niños. II.
- Cortesía con los niños. III.
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