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Las diversiones corpóreas que prevalecieron en los pasados siglos nos dan por resultado conquistas, agresiones, saqueos y supercherías proclamadas como acciones honoríficas.

Los excesos en las diversiones corporales.
Tan desatentada afición a la caza produjo los males que son su ordinario resultado, a saber, una indolencia activa que miró con desprecio todas las profesiones; espíritu de opresión contra los labriegos y obstáculos a las mejoras agrarias.
En efecto, cortar algunos bosques, desecar pantanos, destruir los animales dañinos que habitan en esos lugares, son los primeros trabajos que debe ejecutar el hombre que quiere arrancar a la naturaleza lo que ha menester para sus necesidades. Todos esos trabajos estaban prohibidos por la aristocracia territorial que contenía, según su capricho, los progresos de la agricultura, y aun no había aprendido a sacrificar sus antojos a su avaricia. De aquí resultó que los más hermosos territorios de Europa se quedaron estériles y desiertos desde el siglo V al XIV, en unas partes más y en otras menos. Los animales silvestres lo mismo que los bosques, bajo las garantías de leyes feroces, hicieron prevalecer el principio de que para la conservación de las selvas, el rey no estaba obligado a respetar las reglas de la justicia. De este modo las diversiones de los magnates tendían a destruir el Estado y sustituían los ciervos a los agricultores.
Esas costumbres salvajes se introdujeron en las festividades. Cuando Enrique II de Francia entró solemnemente en San Juan de Maurienne, fue recibido por cien hombres vestidos de pieles de oso, los cuales tenían exactamente la apariencia de osos naturales, con la sola añadidura de la espada. Desde luego acompañaron al rey haciendo mil cabriolas y dando saltos, y para imitar mejor a los osos, se encaramaban por las paredes de las casas y por las columnas de los mercados, y daban gritos parecidos a los que resuenan en los bosques. Para fin de fiesta dirigieron al rey una salva seguida de bramidos tan horribles, que, espantados los caballos de la comitiva, rompieron los frenos y las cinchas, y echaron a correr como locos.
Las diversiones corpóreas que prevalecieron en los pasados siglos nos dan por resultado conquistas, agresiones, saqueos y supercherías proclamadas como acciones honoríficas; los animales silvestres más estimados que los hombres; los grandes amistados íntimamente con los perros, los azores, los caballos y los osos; las destrucciones de los trabajos agrarios y los obstáculos a sus progresos, y aun podría decirse la destrucción de toda cultura, pues si hemos de dar crédito al historiador Mathieu, Carlos IX de Francia, excesivamehte apasionado por la caza, hubiera querido pasar la vida en los bosques, y daba a la ciudad el nombre de sepulcro de los vivos.
La gimnástica, que muchos escritores respetables han recomendado con tanto empeño, era excelente cuando por un lado los pueblos se encontraban en continuo estado de guerra, y por otro prevalecían en ésta las fuerzas físicas; pero desde que la masa general de las naciones es extraña a la guerra, desde que las armas de fuego disminuyeron la necesidad de extraordinarias fuerzas corporales, desde que el genio de un capitán puede hacer las veces de muchos millares de brazos y de piernas, la gimnástica, ejercicio útil para los pueblos bárbaros, pero casi inútil para los civilizados, ha perdido como debía perder la mayor parte de su valor, al igual que perdieron su valor las clépsidras cuando fueron inventados los relojes.
Querer que todos los varones se adiestren en los ejercicios guerreros, es una locura en la actual división de trabajos, y equivale a querer que todos sean agricultores, o carpinteros, o cerrajeros, o médicos, supuesto que estas profesiones son necesarias en cualquier estado social. Los conocimientos científicos y los grandes capitales que exige hoy la milicia, hacen imposibles las invasiones que tenían lugar en los pasados siglos, y hacen desrazonables los temores en virtud de los cuales se quieren generalizar los ejercicios guerreros. Si se observa que un ejercicio moderado como un paseo, procura aquella salud de que se quiere ser deudor a la gimnástica, se comprenderá que el tiempo ocupado en sus ejercicios lo puede ser con más provecho en la adquisición de conocimientos útiles y de artes agradables, lo cual reclama métodos y da resultados suficientemente diversos, en vez de que el llevar los jóvenes a los bosques y ejercitarlos en correr, saltar, encaramarse por los árboles, cual querían hacerlo algunos doctos alemanes no ha muchos años, no puede dar otros resultados que el de formar hombres físicamente posesores de una fuerza y robustez, que de nada les servirán en lo sucesivo.
El hombre es un compuesto de cuerpo y de espíritu, y conviene ejercitar la fuerza de éste y de aquel en razón de las necesidades. Los tiempos bárbaros reclaman más fuerza física, los tiempos civilizados más fuerzas intelectuales, y éstas son manantial de mayores ventajas para la sociedad y de más satisfacciones para el individuo.
- Excesos en las diversiones corporales. I.
- Excesos en las diversiones corporales. II.
- Excesos en las diversiones corporales. III.
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