
Los deberes de la buena educación para con la desgracia. Enfermedades y desgracias.
Cuando alguno de vuestros amigos, o persona conocida está enferma, debéis mandar diariamente a saber de su estado.
Siendo la urbanidad la reguladora de todas nuestras acciones, no podía permanecer extraña a las que la desgracia se refieren. La buena educación que se apodera de la expresión de todos nuestros sentimientos, no podía olvidar el de la piedad, y es considerada bajo este aspecto cuando aparece encantadora y casi religiosa, contribuyendo a afirmar este primero y poderoso vínculo de la humanidad.
Las enfermedades y las desgracias.
Cuando alguno de vuestros amigos, o persona conocida está enferma, debéis mandar diariamente a saber de su estado, o bien dos o más veces al día según el carácter y gravedad de la enfermedad. De tiempo en tiempo, os informareis de si el enfermo puede recibir, para ir entonces a darle testimonio personal del interés que os inspira.
Las visitas de los enfermos deben ser cortas, silenciosas y tímidas. Deben hacérseles pocas preguntas, sobre todo cuando están gravemente enfermos, procurando distraer agradablemente a la familia hablándola del mismo enfermo, enterándose de quien es el medicó que le asiste, y del tratamiento que le ha dispuesto, esforzando también todas las razones de consuelo y esperanza que se os puedan ocurrir. Si la persona que está a la cabecera del enfermo os pregunta por vuestra salud, negocios, etc. debéis ser sumamente sobrio en la respuesta.
Cuando el enfermo está ya convaleciente, entonces se puede entablar con él una variada y amena conversación teniendo siempre la mayor prudencia, pues hay enfermos tan cabilosos que la sola indicación de que se les encuentra muy demudado el semblante u otra razón análoga, les ha motivado una recaída. Las personas que se permiten observaciones de este jaez en presencia de los enfermos, son para nosotros, no solamente necias, sino criminales.
Cuando la enfermedad se convierte en crónica, la prudencia es aún más necesaria en los que rodean al enfermo, debiendo prohibirse cuantas conversaciones hagan relación a su enfermedad directa o indirectamente.
Una delicada atención acompañada de la discreción, debe ser la regla constante de las personas que visitan a un enfermo.
Las personas que habiendo tenido una distinguida posición en el mundo, han tenido la desgracia de caer en la miseria, exigen también miramientos especiales. Si os invitan a sus modestas comidas, u os ofrecen presentes, tened la mayor discreción en no rehusar con demasiado celo o terquedad, recelosos de ocasionarles un gasto superior a sus facultades, pues quizá heriríais profundamente su amor propio. Aceptad y buscad el medio de devolverles con usura y delicadeza sus obsequios. No habléis jamás los primeros de su desgraciada situación y si ellos lo hacen acoged su confidencia con una tierna y respetuosa atención; demostrándoles las mayores simpatías hacia su desgracia y procurando devolverles al menos, aparentemente, confidencia por confidencia.
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