El ceremonial borgoñón en la corte del príncipe Felipe p. IV
En los últimos años del reinado de Felipe II cambia el sistema de abastecimiento farmacéutico vigente durante todo un siglo
Real Botica y Destiladores Reales. Espagíricos reales
La corte del príncipe Felipe y el ceremonial borgoñón
Hasta 1561, fecha en que Felipe II fija su residencia en Madrid, el carácter itinerante de la corte marca las pautas de asistencia farmacéutica. Los boticarios reales eran profesionales con boticas propias instaladas en la villa o ciudad donde temporalmente residían los monarcas. Tenían un sueldo pagado por la Casa Real y debían abastecer de medicinas a todos los criados con sueldo fijo y derecho a botica que trabajaban para los reyes (La forma de dispensación era la siguiente: el médico real visitaba a los criados enfermos, diagnosticaba la dolencia y prescribía la medicación necesaria. La receta debía llevar el nombre del criado y la forma del médico. Con esta receta, el criado podía retirar las medicinas de la botica contratada, sin ningún tipo de coste. El boticario anotaba en un cuaderno la fecha de dispensación, la sustancia dispensada, el nombre del criado y el costo. Estos libros se presentaban mensual, cuatrimestral o semestralmente, dependiendo de lo establecido entre el monarca y el boticario, a los médicos de cámara, quienes comprobaban la fidelidad de los datos, y aprobaban su pago. Las cuentas así tasadas y aprobadas, pasaban al grefier y al contralor reales, encargados de hacer el pago correspondiente).
Una vez instalada la corte fija en Madrid, la asistencia farmacéutica real va a contar con las siguientes boticas: una en Palacio, destinada a dispensar los medicamentos necesarios para el rey y la familia real; otras dos en la villa de Madrid, llamadas boticas del común, encargadas de dispensar medicamentos a los criados reales. Estas dos boticas eran la botica de Su Majestad, para los criados de la Casa del Rey y la botica de Sus Altezas, creada en 1580, tras el fallecimiento de la cuarta esposa de Felipe II, que abastecía de medicamentos a los criados que servían a príncipes e infantes reales (La botica de Sus Altezas es heredera de la botica de la Reina, establecida para la reina Ana de Austria, última esposa de Felipe II).
Estas tres boticas estaban regentadas por una familia de boticarios de origen flamenco, los hermanos Arigón, quienes estuvieron al servicio de la Casa Real durante décadas (Las primeras noticias de estos boticarios datan de 1539, cuando el mayor de ellos, Juan de Arigón, es nombrado boticario del príncipe don Felipe. Desde 1561 regentará la botica de Palacio, elaborando los medicamentos para la familia real. Sus hermanos Rafael y José de Arigón también servirán a la corona: Rafael, como propietario de la botica de Su Majestad y José como boticario de la reina Ana y, posteriormente, boticario de Sus Altezas).
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En los últimos años del reinado de Felipe II cambia el sistema de abastecimiento farmacéutico vigente durante todo un siglo. Los médicos reales consideran más apropiado prescindir de los servicios de los hermanos Arigón y crear una botica a cargo del monarca, en aposentos privados y cerrada al público. Surge así una nueva dependencia, la Real Botica, creada en 1594 y encargada de dispensar medicamentos en exclusiva a la corte. La plantilla de la Real Botica estaba compuesta por siete boticarios examinados y jerarquizados en un boticario mayor, tres ayudas y tres mozos de oficio. El ascenso se hacía por riguroso orden de antigüedad y la autoridad máxima era el boticario mayor quien, a su vez, estaba a las órdenes del sumiller de corps.
La Real Botica se instaló en dependencias palaciegas y contaba con jardines propios de donde abastecerse de hierbas medicinales, fundamento de la terapéutica de la época. Desde su creación estuvo sometida a una gran actividad, llegando a dispensar medicamentos a una comunidad aproximada de 6.000 personas (Todos los criados reales tenían derecho a botica, así como sus esposas e hijos solteros. Con el tiempo, los sucesivos monarcas concedieron merced de botica, es decir, derecho a dispensación gratuita, a diversas congregaciones masculinas y femeninas ubicadas en Madrid, así como a algunos colegios subvencionados por la Corona).
Destiladores reales
Los primeros destiladores al servicio real aparecen en el último tercio del siglo XVI. Las prácticas destilatorias aplicadas a las medicinas son una consecuencia de la asimilación de las teorías de Paracelso y su novedosa concepción de la medicina. Felipe II mostró una especial predilección por el arte destilatorio y tuvo a su servicio a destacados especialistas, venidos de diversos territorios bajo el cetro del monarca, destacando el flamenco Holbeeck y el napolitano Giovanni Vicenzo Forte. Durante su reinado, funcionaron tres laboratorios de destilación: uno en Aranjuez (1564-1602), otro en Madrid (1579-1602) y un tercero en El Escorial (1588-1598). Los destiladores de Aranjuez y de El Escorial tenían como encargo preparar todos los destilados, usando como materia prima las plantas cultivadas en sus correspondientes jardines. Los destiladores instalados en la corte eran los encargados de recibir dichos destilados y prepararlos para la provisión anual de las boticas reales.
A partir de 1598, el destilatorio de El Escorial, situado en las dependencias de la botica del monasterio escurialense, pasa a manos religiosas y deja de abastecer al monarca. El destilatorio de Madrid se integra, en 1602, en las dependencias de la Real Botica y pasa a ser un lugar de almacenaje de los productos elaborados en el destilatorio de Aranjuez. Se crea el cargo oficial de destilador mayor, con residencia permanente en Aranjuez. Su obligación es hacer las aguas destiladas necesarias para el servicio real. No podía tener oficio privado ni vender aguas por su cuenta. Disponía de dos ayudas: uno en Aranjuez, encargado de ayudarle en todas las operaciones y otro en Madrid, en la Real Botica, encargado de recibir las remesas de aguas, cuidar de su buena conservación y avisar de las necesidades de aguas propias de cada época.
Espagíricos reales
La terapéutica empleada en España a lo largo de la historia sufre un punto de inflexión en el siglo XVII. Los últimos años de esta centuria van a ser testigos de la polémica que enfrentará a renovadores y tradicionalistas, motivada por el atraso en que se encontraba la ciencia española (El proceso de renovación de la ciencia española y la pugna entre renovadores y tradicionalistas ha sido perfectamente estudiado por LÓPEZ PIÑERO, JOSÉ MARÍA La introducción de la ciencia moderna en España. Barcelona, 1969).
La última década del siglo contempla una nueva orientación en la medicina y farmacia de cámara practicada en el entorno de Carlos II, último monarca de la dinastía de los Austrias. Las taras congénitas de este rey, unidas a las tercianas crónicas que van minando su salud se suceden a lo largo de tres décadas sin que la medicina tradicional practicada por los médicos de cámara pueda ponerles remedio. Tras una crisis febril aguda, que puso en grave peligro su vida, Carlos II decidió dar un aire de renovación a sus servicios sanitarios y, en 1694, crea una nueva dependencia, el Real Laboratorio Químico (La creación y funcionamiento de esta institución durante los últimos años del siglo XVII ha sido estudiado por REY BUENO, MAR y ALEGRE PÉREZ, Mª ESTHER «El Real Laboratorio Químico (1693-1700)», Dynamis, 1996, 16, pp. 261-290). Al frente de esta dependencia va a estar el espagírico mayor, boticario examinado y conocedor de la espagiria, o modus operandi de obtención de los medicamentos químicos. Este nuevo cargo fue ocupado, inicialmente, por el boticario napolitano Vito Cataldo, quién fue sustituido en 1697 por el boticario aragonés Juan del Bayle. Ambos fueron expertos conocedores de la química del momento, si bien su actividad se vio constantemente entorpecida por los sectores más tradicionalistas de la medicina real.
Corolario
En la actualidad, y gracias a los estudios que se están llevando a cabo en la antigua cátedra de Historia de la Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid y en la Institución Milá y Fontanals de Barcelona, podemos tener un conocimiento algo más exacto de la forma en que se regulaba la asistencia recibida por los monarcas españoles durante la segunda mitad del siglo XVI y todo el siglo XVII. Este estudio es fundamental, pues eran los profesionales que servían a la familia real quiénes tenían en sus manos el control de la profesión a nivel nacional. Tras una primera aproximación a la organización sanitaria real, queda por realizar un estudio de la influencia que ejercieron los médicos y boticarios reales para la evolución de la ciencia española en una etapa tan rica en acontecimientos como es el período elegido.
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