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Lectura. Los epistolarios.

Existen muchas recopilaciones de cartas célebres. Estas colecciones de cartas se llaman epistolarios.

Ediciones de la Sección Femenina, Departamento de Cultura. 1.955
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Convivencia Social. Formación Familiar y Social. Tercer curso.

Existen muchas recopilaciones de cartas célebres. Estas colecciones de cartas o epistolarios, desde las epístolas de San Pablo a sus discípulos de Corinto o de Efeso, hasta las cartas de nuestros días, son documentos humanos, que por su naturalidad, por estar dirigidas a una persona o a grupos determinados de personas, resultan documentos muy vivos, que nos acercan mucho a los autores, a su época, a su mundo.

Las cartas son los escritos más reales y que mejor nos sitúan en una época. Cuando se habla de epistolarios célebres, las personas medianamente cultas os hablarán de las cartas de Madame de Sevigné, dama de la corte francesa contemporánea de Luis XIV. Esta señora, muy culta, muy impresionable, muy expresiva, escribe largas y copiosas misivas a su hija, y como su estilo es muy brillante y relata con minuciosidad los acontecimientos de una época gloriosa para Francia, y de París y el Versalles de Luis XIV, naturalmente que sus cartas son amenas y constituyen un documento importante.

Pero los franceses han tenido el arte de hacer valer todo lo suyo. Existen infinidad de epistolarios tan interesantes o más que las cartas de Madame de Sevigné. Las cartas de Santa Teresa son otro documento notable y muy expresivo de nuestro gran siglo XVI, pues escribe con su natural sencillez, espiritualidad y gracejo, lo mismo a Felipe II, que a la última de sus monjuelas, como ella dice, pasando por la Duquesa de Alba o por Fray Luis de Granada.

A doña Inés Nieto (fecha incierta). Entrevista de Santa Teresa con Felipe II.

"...Mire vuestra merced, doña Inés, qué no sentiría esta mujercita cuando viese a un gran rey delante de sí. Toda turbada empecé a hablarle, porque su mirar penetrante, desos que ahondan hasta el ánimo, fijo en mí, parecía herirme; así que bajé mi vista, y con toda brevedad le dije mis deseos. Al terminar de enterarle del negocio, torné a mirar su semblante, que había así como cambiado. Su mirar era más dulce y posado.

Díjome si deseaba algo más. Contéstele que harto era lo pedido. Entonces me dijo: "Vete tranquila, que todo se proveerá según tus deseos"; lo que fue oído por mí con harta consolación.

Me postré de rodillas para darle gracias por su gran merced. Mandóme alzar; y haciendo a esta monjuela, su indigna sierva, una tan gentil reverencia como nunca otra vi, tornó a tenderme su mano, la cual besé; y salíme de allí llena de júbilo, alabando en mi alma a su Divina Majestad por el bien que el César prometía hacerme. Al salir a la otra morada, donde estaba el señor Duque, se acercó a mí vuestro buen esposo, a quien tanto bien debo, y dijo que el Rey nuestro señor mandábale escribir todo lo pedido para que se hiciese presto, según era mi deseo, y así se hizo, yo diciendo y el señor Albornoz escribiendo. Terminado que fue, salí de allí para volver a esta casa del glorioso San José de Avila, donde espero ver finado el negocio que tan buenos curadores tiene. Deseo harto que vuestra merced tenga salud, y que Dios les dé su gloria por todo lo que por mí hacen, pues así se lo pido en mis miserables oraciones.

Indigna sierva de vuestra merced,

Santa Teresa de Jesús (Carmelita)."

En el siglo pasado, sin radio y con menos prensa, las noticias epistolares tienen mucho valor. Existe un interesante epistolario de don Juán Valera. Ved una muestra.

Don Juan Valera, novelista del siglo XIX, después de terminar su carrera de abogado en Granada, y siendo un muchacho de veintitrés o veinticuatro años, viene a Madrid. Era andaluz, y su madre, la Marquesa de La Paniega, vivía en Málaga. Por eso debía ser amiga de la Condesa de Montijo, doña María Manuela Kirpatrich, también de origen malagueño.

Desde Madrid, en 1847, escribe Valera, a su madre:

"Anoche estuve en casa de Montijo. Esta señora me recibió muy cariñosamente y me convidó para el baile que tendrá lugar el domingo próximo en celebridad de los días de la hermosa Eugenia., su hija menor, que es una diabólica muchacha, que con una coquetería infantil, chilla, alborota y hace todas las travesuras de un chiquillo de seis años, siendo, al mismo tiempo, la más "faschionable" señorita de esta villa y corte, y tan poco corta de genio y tan mandoncita, tan aficionada a los ejercicios gimnásticos y al incienso de los caballeros buenos mozos, y, finalmente, tan adorable mal educada, que casi, casi, se puede asegurar que su futuro esposo será mártir de esta criatura celestial, nobiliaria y, sobre todo, riquísima."

¿Veis qué interesante puede resultar una carta informativa con detalles, a través de los siglos? También nos muestran el lenguaje familiar de cada época.

Todos conocéis la vida de Eugenia de Montijo. En el Museo del Prado está su retrato pintado por un pintor inglés, de moda en aquella época: Winterhalter. Está preciosa, y con su bonito peinado y unos hombros caídos, que ahora, en 1954, gustarían mucho a una modista que pone todos los vestidos sin hombreras... Pero estas cosas de modas varían cada año.

Eugenia de Montijo fue la Emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III de Francia. Eugenia de Montijo no fue feliz, y ¿quién sabe si el "ser mandoncita y deliciosamente mal educada" le atrajese alguna de sus desgracias?. Pero nadie es del todo feliz, y tenéis que tenerlo en cuenta desde ahora. Y los que tienen puestos de mucha responsabilidad, y de mucha altura, están expuestos a la crítica y al juicio de todos los espectadores.

 

Nota
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