La cortesía y el lenguaje. Unas nociones sobre la cortesía cuando hablamos
Los saludos cotidianos, los tratamientos, el modo de solicitar las cosas, la mención de ambos sexos... son componentes comunes de la cortesía y el lenguaje
La cortesía y lenguaje cotidiano
El Diccionario de la Real Academia Española (D.R.A.E.) define cortesía como "demostración o acto con que se manifiesta la atención, respeto o afecto que tiene una persona a otra". Claro que, en la mayoría de los casos, la cortesía comienza y termina en simples palabras. De ahí que el idioma tiene una gruesa vela en este entierro. Los saludos cotidianos, los tratamientos (señor, señora, señorita), el modo de solicitar las cosas (¡por favor!), el dar (¿o pedir?) disculpas, la mención de ambos sexos... son componentes comunes de la cortesía y el lenguaje.
Comencemos por el ¡buenos días! No parece muy lógica la frase. Nos referimos a ese plural días. El D.R.A.E. advierte que en Argentina y Chile se utiliza este saludo en singular: ¡buen día! Pese a que esta última expresión parece más razonable, no creemos que llegue a desbancar al secular ¡buenos días! (También son buenas las tardes y las noches.) Es posible que estos plurales porten la oculta y benévola intención de reforzar y prorrogar el sentido afectivo y cortés de quien saluda.
El vocablo día no se ha limitado a formar parte del saludo tradicional de las mañanas, más bien ha cumplido un papel protagónico en un gran número de dichos y expresiones. Por ejemplo, la indefinición de la frase cualquier día (o un día de estos) se refleja con frecuencia en promesas que no piensan cumplirse o en la actitud de no comprometerse demasiado con una fecha fija. El día menos pensado (o el mejor día) añade, a su vez, un cierto matiz de imprevisión, de momento inesperado, dentro de un tono de amenaza o advertencia.
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Que algo ocurra todo el santo día no representa nada religioso ni festivo; más bien implica cansancio y aburrimiento con un cierto barniz de reproche: El niño ha estado llorando todo el santo día. Si deseamos alabar a alguien por su buen aspecto físico, a pesar de los años, recurrimos con frecuencia a un elogioso no pasa un día por usted... Y al llegar a la cumbre del cansancio, ante un trabajo largo y pesado, solemos anunciar el fin de la jornada con la expresión mañana será otro día...
La convicción de que nuestro paso por esta vida es un rápido viaje, nos lleva a la resignación de freses como para cuatro días que uno va a vivir...
Claro que de eso a que se acabe el mundo hay un buen trecho; por ello, cuando tratamos de decir que algo tardará mucho o no se hará nunca, hablamos del día del juicio, y alguno, más irónico, agregará: por la tarde...
Está generalizado en nuestro idioma el título señor antes de algunos cargos y profesiones: El señor Presidente, el señor Ministro, el señor Obispo...
El D.R.A.E. consigna la acepción duodécima de señor como "término de cortesía que se aplica a cualquier hombre, aunque sea de igual o inferior condición". El diccionario VOX ofrece una mejor explicación: "Como tratamiento se antepone al nombre común (señor cura, señor profesor) o al apellido (señor Martínez)..."
La evolución semántica de señor abarca desde un origen de edad (en latín senior /más anciano/), pasando por el sentido de dueño, título de nobleza, cortesía para gente de alcurnia y, finalmente, tratamiento para cualquier hijo de vecino.
Lo conveniente o inconveniente del uso de señor está condicionado a aspectos meramente sociales y a prácticas y costumbres de tiempos y lugares. El título señor parece obligado ante cargo y profesión si se trata de un vocativo: "Buenos días, señor Ministro"; "Señor Presidente, queremos..."; "Con la venia, señor Juez". Sería inadmisible un "Buenos días, Ministro..." , "Presidente, queremos..." o "Con la venia, Juez".
En algunas oportunidades la lógica queda malparada ante un empleo de señor, normal en "el señor cura" o "el señor Obispo", pero inusual en "el señor Papa"; común en "el señor Presidente", y grotesco en "el señor Rey". Al contrario que en España, en América señor se antepone a nombres y apellidos completos (el señor Pedro Pérez Fernández). La costumbre manda.
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Señora como título antepuesto al nombre de una fémina -y abreviado generalmente en Sra.- viene prolijamente explicado en el DRAE: "Título que se antepone al apellido de una mujer casada o viuda: SEÑORA Pérez, SEÑORA Pérez de López; o al cargo que una mujer desempeña: SEÑORA presidenta; en España y otros países de lengua española, a doña seguido del nombre: SEÑORA doña Luisa, SEÑORA doña Luisa Pérez; en gran parte de América, al nombre seguido del apellido: SEÑORA Luisa Pérez; y en uso popular, al nombre solo: SEÑORA Luisa."
Señorita (oficialmente abreviado Srta.) es un término de cortesía que se aplica a la mujer soltera. El título señor se antepone al nombre de cualquier varón (haciendo caso omiso de su estado civil o situación conyugal); por el contrario, señora y señorita tienen destinatarias muy específicas y no solo determinan de inmediato un simple estado civil o situación marital, sino que también, a menudo, insinúan delicadas connotaciones relativas a la vida íntima de la dama.
De ahí los frecuentes apuros de quien debe dirigirse -especialmente por escrito- a una mujer cuando desconoce su estado civil y (con mayor razón) las vicisitudes de su vida privada. ¿Señora o señorita?
Los anglohablantes -mucho más prácticos- han creado para el caso la abreviatura Ms., aplicable indistintamente a la señora (Mrs.) y a la señorita (Miss): Dear Ms. Smith...
La solución salomónica puede servirnos. Tal vez un Sra.: Estimada Sra. González. Y se acabaron los apuros.
De algunos años acá hemos notado una invasión de fórmulas de cortesía -particularmente en rótulos y carteles- iniciadas invariablemente con el vocablo favor: Favor de no fumar, favor no tirar la puerta, favor de no hablar con el conductor...
Gramaticalmente hablando, no objetamos nada. Se trata en realidad de una forma elíptica de la frase haga o hágame el favor de , o algo por el estilo.
Tampoco estamos -¡Dios nos libre!- en contra de los buenos modales; pero tenemos una perversa sospecha: el please inglés tiene mucha culpa de esa moda del favor como inicio de frases en nuestro idioma. Los anglosajones, en efecto, tal vez para compensar la atrofia de su espontaneidad, han creado alguna normas expresivas para facilitar las relaciones sociales. Para el anglohablante esa actitud resulta muy cómoda: anteponer (o posponer) un sencillo please a cualquier expresión desiderativa.
El español -lingüística y étnicamente- resultó por naturaleza más brusco e imperativo. Se prohíbe fumar; no tire la puerta; no distraiga al conductor... son expresiones tal vez sin la meliflua cortesía anglosajona, pero mucho más acordes con el genio de nuestra lengua.
Pero, si realmente estamos superando la brusquedad y el imperio heredados de nuestros ancestros celtibéricos (lo cual, sinceramente, nos alegra), al menos tratemos de expresarnos más adecuadamente y evitemos ese favor iniciador de oraciones, de indiscutibles resonancias anglicadas. Digamos (o escribamos): Se ruega no fumar; sírvase cerrar al puerta; se suplica no botar basura...
¿Pedir disculpas o dar disculpas? Creo que es este un caso para la lógica más que para la lexicología.
El D.R.A.E. define disculpa como "razón que se da o causa que se alega para excusarse o purgarse de una culpa". Si nos atenemos estrictamente a esta definición, no hay duda de que lo lógico es dar, presentar, ofrecer disculpas y no pedir, rogar, solicitar disculpas. En efecto, si disculpa es el motivo con que un supuesto culpable pretende justificar o explicar su falta o error, es obvio que ese aparente culpable tiene que dar, y no pedir, disculpas.
Sin embargo, de la segunda acepción del propio D.R.A.E. en el verbo disculpar se infiere que, al menos en lenguaje familiar, disculpa es también el perdón o absolución de las faltas u omisiones que otro comete. Por consiguiente, en este contexto, se pueden pedir, rogar o solicitar disculpas.
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Tal vez entre ambas expresiones -dar disculpas y pedir disculpas- existe un cierto matiz diferencial. En dar disculpas se quiere decir que hay motivos (aunque no se expresen) que justifican, o al menos explican, el error cometido o la molestia causada. En pedir disculpas se está solicitando la benevolencia de alguien para exonerar de culpa o perdonar a quien cometió el error o causó la molestia.
La reciente (1992) vigésima primera edición del D.R.A.E. registra, como novedad, la frase pedir disculpas, que hace equivalente a disculparse, pedir indulgencia.
Roma locuta, causa finita. No hay nada más que discutir. Las dos modalidades son ya oficialmente correctas.
Aun admitiendo un sustrato machista en el idioma, algo hemos progresado cuando nuestro léxico oficial ha reconocido un buen número de sustantivos femeninos en oficios, cargos y profesiones de las mujeres (médica, notaria, jefa, jueza, tenienta...), otrora sometidos ignominiosamente a la forma masculina.
Recientemente, sin embargo, algunas personas e instituciones -sin duda con los mejores propósitos en este contexto de la "igualdad real"- pretenden desterrar de la lengua la función de muchos masculinos (personas y animales) de representar no solo a los individuos de ese sexo, sino también a machos y hembras en conjunto. Según ellos, no debería hablarse de los derechos del niño, sino del niño y de la niña; ni alabar la eficiencia de los empleados de tal empresa, sino de los empleados y empleadas; ni Cristo murió por los hombres, sino por los hombres y las mujeres (o, mejor dicho, por las mujeres y los hombres, por aquello de primero las damas)...
Sin duda se está queriendo llegar demasiado lejos. Esta función genérica del masculino, heredada de nuestros ancestros lingüísticos, es parte de la más genuina tradición gramatical y, al mismo tiempo, resulta altamente funcional. Su hipotética eliminación generaría un auténtico caos en el idioma y ciertamente no aportaría gran provecho a la causa feminista. Un dicho como El perro es el mejor amigo del hombre se convertiría en El perro y la perra son el mejor amigo y la mejor amiga del hombre y de la mujer. Cristo debiera haber dicho: Dejad que los niños y niñas vengan a mí. Y escucharíamos cotidianamente frases como estas: Tengo cita con el médico o médica; Se avisa a todos y todas nuestros clientes y nuestras clientas...; Historia de los romanos y de las romanas; Esto deberían resolverlo los académicos y las académicas... ¡Un lío!
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