Cosas que deben hacerse antes de comer: lavarse las manos, bendición de la mesa y modo de sentarse a ella
El orden que se debe observar para el lavado de las manos es el hacerlo según el rango que se tiene en la familia; o si se come en compañía, según el rango que se tenga entre los invitados
La urbanidad y las buenas costumbres familiares antes de comer
Aquella urbanidad
Las buenas costumbres piden que, un poco antes de tomar las comidas, uno se lave las manos, se bendigan los alimentos y se siente a la mesa. Indican también cómo realizar bien estas acciones.
Aunque, como dice Nuestro Señor en el Evangelio, el comer sin lavarse las manos no mancha al hombre, es decoroso no sentarse nunca a comer sin haberlo hecho. Es incluso una práctica que ha estado siempre en uso; y si Nuestro Señor lo critica en los judíos, es porque se aferraban a ella tan escrupulosamente que creían cometer una falta considerable si no se lavaban 4 veces las manos antes de comer e incluso las lavaban varias veces, por temor de estar sucios, si tocaban algún alimento con manos por poco impuras que fueran, mientras que no temían ensuciarse con los numerosos crímenes que cometían; por lo tanto Jesucristo no ha censurado en absoluto esta práctica, no ha condenado más que el exceso.
El orden que se debe observar para el lavado de las manos es el hacerlo según el rango que se tiene en la familia; o si se come en compañía, según el rango que se tenga entre los invitados.
El uso más común, cuando se está con personas más o menos iguales, es de hacerse algunas deferencias mutuas, antes de lavárselas manos, pero sin hacer demasiadas ceremonias para esto, y lavárselas casi todos a la vez.
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Si hay una o varias personas distinguidas en el grupo, no hay que acercarse en absoluto al lavabo para lavarse las manos, hasta que ellas hayan lavado las suyas; si, con todo, una persona superior nos toma la mano y nos pide lavarnos con ella, sería descortesía oponerle resistencia.
Al lavarse las manos hay que abajarse al menos un poco, para no ensuciarse los vestidos y procurar no salpicar a nadie con el agua.
Es descortés hacer mucho ruido con las manos, frotándose enérgicamente, sobre todo cuando se está en compañía; y si se llegase a tener las manos muy sucias, sería conveniente tomar la precaución de lavarlas a solas en otra parte, antes de lavarlas con los demás.
Si la persona que ofrece el agua merece algún honor, hay que hacerle alguna reverencia; y no se debe omitir, después de haber tomado el agua, indicar que lo servido es suficiente. Cuando no hay nadie para usar la toalla, está bien tomarla apenas se ha lavado uno; es fino, antes de secarse, ofrecerla a los que se han lavado antes que nosotros o con nosotros, anticipándose a ellos en esto; no debe permitirse que la toalla quede en las manos de una persona de calidad, o simplemente superior; más bien hay que aguantársela teniéndola por un extremo, hasta que esta persona esté servida.
Hay que poner cuidado, al enjugarse las manos, de no molestar a nadie y de no mojar tanto la toalla que los demás ya no puedan encontrar una parte limpia donde secar sus manos. Por esto es educado no usar más que una parte de la toalla o paño puesto al efecto.
Sentarse a la mesa
Una vez se hayan lavado todos las manos, deben ponerse alrededor de la mesa y esperar en pie y descubiertos, con gran modestia, hasta que hayan bendecido los manjares.
Es muy deseducado entre cristianos ponerse a la mesa para comer, antes que los alimentos están bendecidos por alguno del grupo. Jesucristo, que debe ser nuestro modelo en todas las cosas, tuvo por práctica en sus comidas, según cuenta el santo Evangelio, bendecir lo que estaba preparado para su comida y la de los que le acompañaban; hacerlo de otro modo es hacerlo como los animales.
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Cuando hay algún eclesiástico en la reunión, es deber suyo dar la bendición; y sería una injuria a su carácter si un laico, cualquiera que fuese su categoría, osara tratar de bendecir los alimentos en su presencia: sería también infringir los antiguos cánones, que prohíben incluso a un diácono, y con mayor razón a un laico, el bendecir en presencia de un sacerdote.
Si no hay eclesiástico entre los invitados, corresponde al jefe de la familia, o al dueño de la casa, o a la persona que tenga alguna importancia por encima de las demás; no sentaría bien con todo que una mujer lo hiciera en presencia de uno o varios hombres. Cuando hay algún niño presente, sucede a menudo que se le confía el ejercicio de esta función; otras veces incluso, cuando nadie quiere bendecir las viandas en alta voz, cada invitado lo hace en particular y en voz baja, cosa que no debería suceder nunca.
Una vez terminada la bendición, la cortesía quiere que se observe lo que Nuestro Señor ordena en el santo Evangelio, que es el ponerse en la última plaza y en el último extremo de la mesa, o esperar a que nos den un puesto; y es muy descortés en personas que no sean distinguidas por su categoría, el colocarse los primeros, o tomar los primeros puestos. En cuanto a los niños, no deben sentarse hasta que todos los demás estén colocados. Al sentarse, debe tenerse la cabeza descubierta y no cubrirse hasta que se esté ya sentado, y las personas de mayor consideración se hayan cubierto.
Quiere la cortesía que al estar sentado a la mesa se mantenga uno derecho sobre su asiento, y que cuide uno de no recostarse sobre la mesa, ni apoyarse en ella deseducadamente: no es cortés alejarse tanto de la mesa que no se la pueda alcanzar, o acercarse tanto que se la toque: sobre todo, no hay que poner nunca los codos sobre la mesa, pero hay que estar colocado de modo que no se ponga encima más que los puños.
Uno de los principales cuidados que se deben tener en la mesa es el de no molestar a nadie, con los brazos o con los pies; por tal motivo no se deben extender ni separar los brazos ni las piernas, ni empujar con el codo a los que estén próximos: y si acontece que se esté demasiado apretado, es bueno retirarse un poco hacia atrás, para estar más libre; debe uno incluso apretujarse y molestarse para favorecer a los otros.
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