
Tarde segunda. Deberes para con Dios.
De los deberes para con Dios de los más pequeños de la casa.
Emilio. - ¿Qué nos contará V. esta tarde, papá?
El Padre. - Esta tarde os hablaré algo de los deberes morales del hombre. ¿Sabéis, hijos mios, cuál es el primero de ellos?
Todos. - Sí, señor, sí, señor.
El Padre. - Habla tú primero, Jacobito.
Jacobito. - El primer deber es amar y respetar a sus padres; y cuando se tiene un padre tan bueno como el nuestro, este deber es un placer muy grande.
El Padre. - ¿Qué dices tú a esto, Emilio?
Emilio. - Que tiene razón mi hermano; pues yo veo que V. y mamá nos quieren mucho, y creo que todos los padres querrán lo mismo a sus hijos.
La Madre. - Luisita, dinos también lo que piensas tú.
Luisita. - Que nadie me quiere tanto como V. y papá; que a nadie quiero, ni debo querer tanto como a ustedes.
El Padre. - Venid a mis brazos, hijos mios, a que yo os colme de besos. Bien veis cuan agradable ha debido serme vuestra respuesta; pero no obstante es obligación mía deciros que no debo tener en vuestro corazón el primer lugar. Yo soy vuestro padre, pero acordaos que tenéis otro, y es el de todas las criaturas; es Dios, que no solamente da la vida, sino que nos la conserva con sus continuas bondades. De él viene todo, y todo debe volverá él. Los corazones vuestros animados por él, deben dirigirse a él continuamente. No puede darse cosa más ingrata que recibir beneficios sin agradecerlos al bienhechor. ¡Ah, hijos mios, si queréis vivir felizmente, haced que siempre habite con vosotros el agradecimiento!
Este vuelo del alma, que desea subir al cielo, estas palabras que salen con fervor de mi boca: ¡Oh Dios mió, bendito y alabado seáis una y mil veces por vuestras bondades y beneficios! Este vuelo, estas palabras hacen que yo experimente mayor placer al dar las gracias por las bondades del Criador; parécenos que entonces tenemos mas derecho a la protección divina.
Emilio. - Tiene V. razón, papá; después que hemos rezado, se me figura que soy hijo de Dios, y suelo ir mas contento a la cama.
El Padre. - Y en aquel momento, supongo que os creéis mejores que en los demás instantes; ¿no es así, hijos mios?
Los tres. - Sí, señor.
Emilio. - He observado que después de rezar Jacobito no suele enredar tanto, y yo mismo me siento dispuesto a hacer bien.
El Padre. - ¡Felices efectos de la piedad sincera! Hijos queridos, no olvidéis jamás que todo lo que sois y tenéis se lo debéis a Dios, y que él también será el que recompensará o castigará en el otro mundo las acciones buenas o malas que hayáis cometido en este.
Jacobito. - Y ¿qué debemos hacer para tener a Dios contento?
El Padre. - Además de cumplir con los deberes en que os iré instruyendo poco a poco, en lo cual consiste el ser buenos, tened particular cuidado en no pasar un solo dia sin dirigir vuestras oraciones al Criador del universo. Esto os costará muy poco al considerar que es una gloria muy grande para nosotros, que somos unas pobres criaturas, el poder alzarla voz hasta donde está aquel que es superior a todos; esto mismo debe ser un motivo de agradecimiento.
Cadia dia de que gozáis es un beneficio extraordinario; por esto al despertaros por la mañana debéis agradecérselo a Dios; este debe ser siempre vuestro primer pensamiento. Por la noche, emplead vuestros últimos momentos en alabar a la Divinidad; después de haber cumplido con un deber tan sagrado, vuestro sueño será mas tranquilo. Dios no tiene necesidad de vuestras oraciones; pero vosotros tenéis necesidad de dirigir a él vuestras plegarias, y desde ahora os pronostico que si hacéis vuestras oraciones con fervor y con gusto, sin que se conviertan en una vana costumbre, todos los deberes de la humanidad os parecerán mas fáciles y agradables.
Ahora vamonos a gozar del fresco que corre a la orilla del mar.
Todos. - ¡Tan pronto, papá!
El Padre. - No es pronto, amigos mios, pues el sol acaba de ponerse.
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