Tarde veinte. El arte de agradar.
¡Cuántas veces el más sólido mérito ha sido mal recibido y desechado por falta de gracia, en tanto que un hombre con algunas prendas superficiales, poco saber y menos mérito, introducido por las gracias, ha sido recibido, querido y admirado!
Una cosa dicha por una persona amable de un modo agraciado y con semblante risueño no puede menos de agradar; la misma cosa dicha entre dientes por un hombre tosco, con una frente ceñuda, no hay duda que desagradará. Los poetas representan a Venus acompañada de las tres Gracias. Minerva debería tener igualmente otras tres, porque sin ellas la sabiduría tiene pocos atractivos.
Si nos paramos a examinar porqué ciertas gentes nos agradan y cautivan más que otras de igual mérito, siempre observaremos que es porque aquellas tienen consigo las gracias y las otras no. ¡Cuántas veces el más sólido mérito ha sido mal recibido y desechado por falta de gracia, en tanto que un hombre con algunas prendas superficiales, poco saber y menos mérito, introducido por las gracias, ha sido recibido, querido y admirado!
Frecuentemente la fortuna del hombre depende para siempre del modo de presentarse la primera vez. Si lo hace con gracia, muchos se persuaden que tiene un mérito, que es muy posible no lo tenga; si se presenta de un modo zafio y desaliñado, se previenen contra el, y a duras penas le conceden el mérito que tiene. El camino que conduce al corazón pasa por los sentidos; el que cautiva los ojos y los oidos ya tiene medio hecha la jornada.
Es un proverbio antiguo y verdadero que los reyes que reinan más segura y absolutamente, son aquellos que reinan en el corazón de sus súbditos. Su popularidad es una salvaguardia mejor que su ejército; y el amor de sus súbditos una prenda más segura de su obediencia, que el miedo. Esta misma regla puede aplicarse, guardando las debidas proporciones, a personas particulares. El hombre que posee el gran arte de agradar universalmente, y de ganar las voluntades de aquellos con quienes conversa, posee una fuerza que le sirve para sostenerse y alzarse, y en caso de contratiempo para impedir su caída. Pocos son los jóvenes que consideran debidamente este gran punto de la popularidad, y les sucede que, cuando llegan a la edad madura, no pueden recobrar, lo que han perdido por su abandono.
Tres son las causas principales que impiden la adquisición de una fuerza tan útil; el orgullo, la desatención y el empacho. La primera pertenece a los necios, que por un empleo dependiente de la voluntad de un cortesano, o por la casualidad de haber nacido ricos, se creen superiores a los demás hombres. Vosotros, hijos mios, podéis dar gracias a Dios de vivir en la abundancia, mas no tenéis derecho por esto de despreciar al criado que os limpia los zapatos. El rico debe gozar de sus riquezas sin insultar a los que tienen la desgracia de no poseerlas, ni recordarles tampoco la falta de ellas.
Además de que la fortuna es caprichosa, hoy podéis ser ricos, y mañana pobres. Estáis viendo ejemplos terribles de esta verdad. Los reyes mismos con todo su poder no están a cubierto de los reveses de aquella inconstante diosa. En nuestros días hemos visto muchas testas coronadas bajar del trono para subir al cadalso, y otras para ir a un destierro a meditar sobre la inconstancia de las cosas humanas.
Oid, hijos mios, el caso siguiente de Sesostris, rey poderoso de Egipto. Tenia en su corte cuatro reyes cautivos, que había cogido en cuatro batallas diferentes, y lleno de soberbia hacía que tirasen de su carroza. Uno de ellos tenía siempre los ojos fijos en una de las ruedas; Sesostris, movido de curiosidad le preguntó ¿qué era lo que estaba considerando? A lo cual el rey cautivo contestó lo siguiente: "Al observar el movimiento de esa rueda, y ver que la parte de ella que está ahora debajo, un momento después se hallaba encima; y esa misma parte que está encima, baja luego al nivel del suelo, pienso en nuestra suerte futura." Esta idea sorprendió tanto a Sesostris, que al momento mismo mandó poner en libertad a los cuatro ilustres cautivos.
Yo, como podéis observarlo, hijos mios, tengo más cuidado en tratar cual es debido a mis criados y a otros que se dicen inferiores míos, que a mis iguales, para que no sospechen que albergo el bajo sentimiento de hacerles ver la diferencia que la fortuna ha hecho, tal vez muy injustamente, entre nosotros. Los jóvenes no se cuidan de esto y se imaginan falsamente que unos modales imperiosos, y un tono áspero de autoridad y decisión, son señales de vivacidad y ánimo esforzado.
La desatención se mira siempre, aunque muchas veces injustamente, como el efecto del orgullo y desprecio; y el que lo cree así, no lo perdona jamás. Los jóvenes acostumbrados a tratar con gentes de alto rango, consideran a las demás clases como indignas de su atención y de los respetos de la urbanidad. Hacen la corte asiduamente a los personajes más distinguidos, a los ministros, a los sabios, a las hermosas damas, ofenden con su aire desdeñoso a todos los demás, y se granjean mil enemigos de ambos sexos. Confieso que es desagradable muchas veces pagar el tributo debido de atención a hombres estúpidos y pesados, y a viejas feas y habladoras eternas; pero este es el precio más bajo a que se vende la popularidad y aplauso general, que son dignos de comprarse, aun cuando fuesen más caros. Sed pues atentos y corteses con todos, y si no podéis ganar su buena voluntad, al menos conseguiréis una parcial neutralidad.
El empacho priva a los jóvenes de muchos amigos, y les procura enemigos. Tienen vergüenza de hacer lo que contemplan bueno, por temor de que se les ría alguna señora, o algún chusco. Haced prontamente, sin temor ni vergüenza, lo que la razón os diga, o aquello que veáis practicar a gentes de más experiencia que vosotros, y que sean bien conocidas por su juicio y buena crianza.
Después de todo esto, me diréis tal vez que es imposible agradar a todos; lo concedo, pero no se sigue de aquí que no debamos esforzarnos en agradar a tantos como podamos. También es cierto que apenas hay hombre que no tenga enemigos, pero el que tenga menos, será el más fuerte, subirá al punto más alto con menos envidia, y si cae, será, lamentado en su caída.
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