
Las manos, los dedos y las uñas. Manos cuidadas. Manos distinguidas
No es decoroso, después de haberse ensuciado o lavado las manos, el secarlas con los vestidos propios o ajenos, o en una pared, o en cualquier otro lugar que pueda ensuciar a alguien
foto base stevepb - Pixabay
El cuidado de las manos y las reglas de urbanidad
Aquella urbanidad
Es signo de distinción el mantener y tener siempre las manos limpias, siendo vergonzoso aparecer con ellas negras y grasientas: esto no se puede consentir más que a los obreros y aldeanos. Para mantener las manos limpias y aseadas hay que limpiarlas todas las mañanas, lavarlas inmediatamente antes de las comidas y cada vez que, durante el día, se hayan ensuciado, al hacer algún trabajo.
No es decoroso, después de haberse ensuciado o lavado las manos, el secarlas con los vestidos propios o ajenos, o en una pared, o en cualquier otro lugar que pueda ensuciar a alguien.
Se toma uno mucha libertad al frotarse las manos ante de personas a las que se debe respeto, ya a causa del frío, ya por un impulso de alegría, o por cualquier otro motivo: ni siquiera debe hacerse cuando se está con los amigos más familiares.
No es fino que las personas del mundo oculten sus manos debajo del vestido o las tengan cruzadas cuando hablen con alguien: esas actitudes huelen más a religioso que a seglar. Es deseducado para todos meter ambas manos en los bolsillos, ni tampoco ponerlas o mantenerlas a la espalda: es una grosería propia de un mozo de equipajes.
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No es cortés dar golpecitos con las manos al bromear con alguno; es cosa de escolares, y es propio de algunos niños ligeros y deseducados.
Cuando se habla en la conversación, no hay que aplaudir ni hacer gesto alguno y se debe evitar tocar las manos de aquellos con quienes se habla; sería tener poco recato y respeto; y mucho menos todavía estirar los botones, las borlas, la corbata o la capa de alguien, o incluso poner la mano encima.
Señal de amistad y de particular afecto hacia una persona es colocar la propia mano en la suya, por cortesía. Por esta causa no debe hacerse, ordinariamente, más que entre personas iguales, al no poder existir la amistad sino entre personas que no sean superiores una a la otra.
Nunca está permitido a una persona que debe respeto a otra, el presentarle la mano para darle alguna muestra de su estima o afecto; sería faltar al respeto que se debe tener hacia esta persona y usar de una familiaridad demasiado indiscreta; con todo, si una persona de calidad, o que sea superior, ofrece la mano a otra que es de calidad inferior, ésta lo debe considerar como un honor, ofrecer enseguida su mano y recibir este favor como testimonio singular de bondad y benevolencia.
Cuando se da la mano a alguien, en signo de amistad, hay que presentar siempre la mano descubierta, y no sienta bien entonces tener el guante; pero cuando se presenta para ayudar a alguna persona en apuros, o incluso a una mujer para guiarla, es mejor visto hacerlo con el guante puesto.
Es desconocer la urbanidad el mostrar con el dedo un lugar o la persona de la que se habla, u otra que esté alejada; una libertad que una persona educada no se permite es la de estirar los dedos uno tras otro para alargarlos o hacerlos chasquear. Es cosa ridícula y huele a extravagancia tamborilear con los dedos, y es feo escupir en ellos.
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Una persona juiciosa no debe nunca golpear con los dedos, lo mismo que con la mano, y esos golpes con los dedos doblados que se llaman capirotazos, deben ser enteramente ajenos a él.
Conviene mucho no dejar crecer las uñas y no tenerlas llenas de porquería: para ello es buena práctica cortarlas cada ocho días y limpiar cada día la suciedad que se mete debajo de ellas.
No es cortés cortarlas cuando se está en compañía, especialmente ante personas a las que se debe respeto, y no hay que hacerlo con un cuchillo ni con los dientes: para cortarlas correctamente hay que servirse de tijeras, haciéndolo a solas y, si se está con personas con las que se vive ordinariamente, separarse de ellas cuando se corten.
Rascar una pared con las uñas, incluso si es para obtener arena con que secar la escritura, rascar los libros o cualquier otro objeto que se tenga en las manos; rayar con la uña la cartulina o el papel; meter la uña en una fruta o en cualquier otra cosa, rascarse a sí mismo en el cuerpo o en la cabeza, todas estas faltas de cortesía son tan groseras que no se puede incurrir en ellas sin bajeza de espíritu y no hay que pensar en ellas si no es para aborrecerlas más y más.
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