Sátira cortés en sociedad. II.
Es menester distinguir la maledicencia que descubre las inofensivas debilidades por el solo gusto de denigrar, de la otra que descubre delitos verdaderos que pueden ser dañosos al prójimo.
La sátira cortés en sociedad.
El amo que interrogado acerca de las circunstancias de un criado a quien ha despedido, dice que es un ladrón porque así lo ha experimentado, es también un maldiciente, más esta maledicencia o difamación es útil, por que vale más que un ladrón se quede sin amo, que sean robadas personas inocentes.
Es menester distinguir la maledicencia que descubre las inofensivas debilidades por el solo gusto de denigrar, de la otra que descubre delitos verdaderos que pueden ser dañosos al prójimo. La primera es injusta y reprensible, y la otra útil y necesaria. Supongamos que el hombre a quien tratáis de confiar vuestros intereses es un jugador, un disoluto, un bribón; ¿podrá vituperárseme que yo os lo advierta? Si alguno os imputa vicios o delitos falsos, ¿os quejaréis de mí si le arranco la máscara y pruebo que es un embustero y un impostor? Llega a una ciudad un caballero de industria que con sus estratagemas arranca dinero de cuantos puede; ¿queréis que no se lo avise a mis amigos para que su buena fe caiga en el lazo? En suma, si tenéis cariño al rebaño, procurareis cazar al lobo; si a los hombres, les daréis a conocer los perros rabiosos.
Las reglas que deben observarse en la sátira a fin de que ésta sea honesta y legítima, esto es, que no ofenda la justicia, ni la humanidad, ni la conveniencia, son tres. La Sátira es injusta cuando va dirigida a personas que no tienen los vicios que se les imputan, y cuando recae sobre defectos no imputables, como son las imperfecciones físicas, o las desgracias accidentales. La humanidad queda ofendida cuando la sátira es maligna o acerba. Da indicios de malignidad quien se manifiesta deseoso del mal ajeno, goza en él y se complace en insultar y causar daño. Y se prueba la acerbidad cuando la sátira es desproporcionada a la culpa, y azota hasta sacar sangre al que no merece más que un sencillo golpe.
Se quebranta la conciencia cuando la sátira no es acomodada al satirizado o al satirizador o a las circunstancias de lugar o de tiempo, cuando es villana, y cuando se vierte sin medida. La injusticia del que satiriza, o es maliciosa, o irreflexiva; la primera es hija de la necesidad de humillar el mérito ajeno para encumbrarse sobre las ruinas del rival abatido; la segunda proviene de error de entendimiento, nacido de poquedad de ideas, sistemas exclusivos, rigidez de carácter o tenacidad de oposiciones. De esta causa procede la acrimonia, hija con más frecuencia de humor cáustico y atrabiliario. La causticidad es muchas veces hija de un corazón depravado, ebrio de orgullo, maléfico y alimentado con la hiel de la envidia, o quizás de una mala organización, de obstinadas persecuciones de la fortuna que logran malograr una buena índole, y envenenar el talento.
La inconveniencia por fin nace de una naturaleza grosera, o de falta de educación, o de vida aislada y lejos de la sociedad, o de poco estudio del hombre, o de compañías vulgares, o finalmente del hábito de hablar inconsideradamente.
Cuando en la conversación la sátira, apoyada en la falsedad, va mordiendo ligeramente las costumbres de los presentes, no te erijas en censor severo para arrugar al punto las cejas, ni con atrevida mano le quitarás este tenue placer a la mediocridad que se consuela de la propia bajeza esforzándose en deprimir el mérito ajeno, sino que mostrándote más dispuesto a la condescendencia que a la reprobación, admirarás el talento del que censura, manifestando dudas acerca de su aplicación.
Si el deseo de satirizar va ganando terreno entre los presentes, podrás truncar con dignidad el discurso y tomar la defensa de los ausentes; mas para no disminuir el valor de tus palabras no te muestres alterado; obrando de otro modo, al placer de satirizar se reñirá en el ánimo del satírico el gusto de turbarte, y los ausentes vendrán a salir perjudicados por tu misma apología. En efecto, la experiencia enseña que el calor de la defensa muchas veces enfurece más a los adversarios, y entonces la conversación se parece a aquellos sacrificios bárbaros en que se inmolaban víctimas humanas. Si quieres, pues, que la malignidad te permita algún elogio, fuerza es que le dejes algún alimento. A fin de probar la sinceridad de tu celo, cuando tú mismo saques a colación las acciones de alguno, cuyos defectos anden mezclados con virtudes, haz como aquel pintor, que debiendo retratar a Antígono, que era tuerto, la retrató de perfil.
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