De las visitas. Sus tipos.
Hay visitas que son necesariamente cortas, como las que se hacen en las tres épocas señaladas de la vida: visitas de bautismo, de boda y de duelo.
De las visitas.
Las visitas tienen por objeto el acercarse los hombres unos a otros y establecer relaciones más íntimas que las que los negocios o el interés pueden producir momentáneamente.
Hay mil especies de visitas. Visitas de gracias, de digestión, de urbanidad, de ceremonia, y de amistad. Estas últimas son las más agradables. ¡Felices los que no tienen que hacer otras! Pero los deberes y obligaciones de la sociedad son frecuentemente otras tantas leyes.
En las visitas de ceremonia debe uno atenerse a cierta etiqueta y a una urbanidad que no deja a veces de ser embarazosa. Por fortuna, estas visitas son cortas. Mr. Hofman, cuya pérdida lloran los amigos de la literatura, cita una anécdota sobre el ceremonial observado en las visitas diplomáticas, y los inconvenientes que hay en dispensarse de ellas.
Cuando el conde de Avauxfue nombrado plenipotenciario en el congreso de Munster para la paz de Westfalia, iban tomando los negocios un buen giro, más una visita recibida de un modo indebido lo trastornó todo y prolongó la guerra por más de seis meses. Habiendo ido Mr. Contarini, embajador de Venecia, a hacer su visita diplomática al conde de Avaux, solamente le acompañó el embajador de Francia hasta la escalera, sin que el conde bajase un solo escalón. El orgulloso veneciano se incomodó de tal modo por esta falta de miramiento, que tomó inmediatamente la posta y fue a dar la queja a su gobierno. Venecia, aunque debilitada, conservaba aún toda su soberbia, y declaró que no volvería a enviar su embajador sino cuando se arreglasen los honores que le eran debidos. La Francia estaba cansada de guerra, y después de grandes negociaciones, durante las cuales morían bastantes hombres, y se incendiaban no pocas ciudades, mandó el Regente al conde de Avaux que satisfaciese plenamente la quisquillosa vanidad de Mr. Contarini. Éste volvió triunfante y visitó al conde que le acompañó hasta el pavimento de la puerta cochera, permaneciendo allí hasta que el Veneciano subió en su coche y le saludó profundamente cuando volvió la esquina, y Mr. Contarinile volvió el saludo, porque todos estos movimientos se habían estipulado en el "ultimátum" de Venecia.
"No se entra jamás en casa ninguna sin que un criado introduzca, o cuando no le hay, se llama a la puerta"
En el curso extraordinario de la vida no hay que temer que una falta contra el ceremonial lleve consigo consecuencias tan fatales. Cuando se ha recibido una visita de convite y se ha aceptado, es la costumbre el hacer una visita en la misma semana; pero si algún obstáculo imprevisto ha hecho que no pueda asistirse, se debe hacer la visita mucho más pronto. No se entra jamás en casa ninguna sin que un criado introduzca, o cuando no le hay, se llama a la puerta; lo contrario es impolítica.
Hay visitas que son necesariamente cortas, como las que se hacen en las tres épocas señaladas de la vida: visitas de bautismo, de boda y de duelo, conociéndose fácilmente las razones que hay para no alargarlas. La multitud de personas que visitan a la recién casada, imponen la obligación de no estar sino un momento; y los desvelos y cuidados que exige una recién parida, reclaman iguales atenciones.
Cuando una señora os visite acompañadla urbanamente hasta lo último de la escalera, reconociendo de este modo el placer que os ha proporcionado.
Las visitas más largas suelen ser regularmente las de los amigos, porque la conversación de la amistad hechiza y nos hace olvidar del tiempo que se huye; tened, no obstante, presente cuan precioso es para todo el mundo, y que jamás se detiene ni vuelve atrás.
Nunca visitéis a horas intempestivas; ni la misma amistad gusta ser sorprendida en medio de los cuidados de su familia y de su tocador, o de sus negocios. Si estáis convidados a un baile no entréis precisamente en el momento en que el peluquero arregla el cabello de la señora de la casa, que puede ser vieja y querer ocultar algo de su edad. Entrad siempre en las casas ajenas y en circunstancias felices, con semblante apacible y sereno; animad la conversación con cosas alegres o agradables, y no os balanceéis sobre la silla, ni sonéis los dijes de la cadena del reloj, ni el lente que cuelgue del cuello, como un hombre fastidiado, y que quiere libertarse de un deber que le es incómodo.
Si sois quienes recibís alguna visita, sed finos y agasajadores; manifestad gratitud por la lisonjera atención que se os prodiga; y si por casualidad os incomodan en vuestras ocupaciones, interrumpidlas sin mal humor. Esto cuesta a veces y es preciso vencerse; pero el arte de agradar necesita de algunos esfuerzos y sacrificios.
Hay visitadores pesados y fastidiosos, que no sabiendo en que emplear su tiempo, le quieren matar en las casas de los demás. Estos se apoderan o de vuestra estufa, o de vuestro brasero, lo revuelven, admiran vuestro reloj de sobre mesa, o vuestras cómodas, hablan sin decir nada de la ópera, de la comedia y del teatro pintoresco. Procurad no pareceros a estos seres cansados que llevan a do quiera que van su incomodidad y hacen partícipes a los demás de ella. Haced que vuestro criado les conozca y que diga siempre no estáis en disposición de recibir a nadie.
Las visitas por tarjeta son la cosa más insignificante, y acaso la más inurbana. Las visitas deben hacerse verdaderamente en persona, aunque el uso instituye ciertas ocasiones en que es permitido enviar al criado con la tarjeta de cumplimiento, tales como días primero del año, o días propios de la persona a quien no se puede o no se quiere visitar; pero tales visitas, aun en persona, deben ser las más cortas de todas.
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