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De son tontos todos los que parecen y la mitad de los que no lo parecen a ... Saber jugar de la verdad.

Alzóse con el mundo la necedad, y si hay algo de sabiduría, es estulticia con la del cielo; pero el mayor necio es el que no se lo piensa y a todos los otros define.

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201. Son tontos todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen. Alzóse con el mundo la necedad, y si hay algo de sabiduría, es estulticia con la del cielo; pero el mayor necio es el que no se lo piensa y a todos los otros define. Para ser sabio no basta parecerlo, menos parecérselo: aquel sabe que piensa que no sabe, y aquel no ve que no ve que los otros ven. Con estar todo el mundo lleno de necios, ninguno hay que se lo piense, ni aun lo recele.

202. Dichos y hechos hacen un varón consumado. Hase de hablar lo muy bueno y obrar lo muy honroso: la una es perfección de la cabeza, la otra del corazón, y entrambas nacen de la superioridad del ánimo. Las palabras son sombra de los hechos: son aquellas las hembras, estos los varones. Más importa ser celebrado que ser celebrador. Es fácil el decir y difícil el obrar. Las hazañas son la sustancia del vivir, y las sentencias, el ornato. La eminencia en los hechos dura, en los dichos pasa. Las acciones son el fruto de las atenciones: los unos sabios, los otros hazañosos.

203. Conocer las eminencias de su siglo. No son muchas: una fénix en todo un mundo, un Gran Capitán, un perfecto orador, un sabio en todo un siglo, un eminente rey en muchos. Las medianías son ordinarias en número y aprecio; las eminencias, raras en todo, porque piden complemento de perfección, y cuanto más sublime la categoría, más dificultoso el extremo. Muchos les tomaron los renombres de magnos a César y Alejandro, pero en vacío, que sin los hechos no es más la voz que un poco de aire: pocos Sénecas ha habido, y un solo Apeles celebró la fama.

204. Lo fácil se ha de emprender como dificultoso, y lo dificultoso como fácil. Allí porque la confianza no descuide, aquí porque la desconfianza no desmaye. No es menester más para que no se haga la cosa que darla por hecha; y, al contrario, la diligencia allana la imposibilidad. Los grandes empeños aun no se han de pensar, basta ofrecerse, porque la dificultad, advertida, no ocasione el reparo.

205. Saber jugar del desprecio. Es treta para alcanzar las cosas depreciarlas. No se hallan comúnmente cuando se buscan, y después, al descuido, se vienen a la mano. Como todas las de acá son sombra de las eternas, participan de la sombra aquella propiedad, huyen de quien las sigue y persiguen a quien las huye. Es también el desprecio la más política venganza. Única máxima de sabios: nunca defenderse con la pluma, que deja rastro, y viene a ser más gloria de la emulación que castigo del atrevimiento. Astucia de indignos: oponerse a grandes hombres para ser celebrados por indirecta, cuando no lo merecían de derecho; que no conociéramos a muchos si no hubieran hecho caso de ellos los excelentes contrarios. No hay venganza como el olvido, que es sepultarlos en el polvo de su nada. Presumen, temerarios, hacerse eternos pegando fuego a las maravillas del mundo y de los siglos. Arte de reformar la murmuración: no hacer caso; impugnarla causa perjuicio; y si crédito, descrédito. A la emulación, complacencia, que aun aquella sombra de desdoro deslustra, ya que no oscurece del todo la mayor perfección.

206. Sépase que hay vulgo en todas partes: en la misma Corinto, en la familia más selecta. De las puertas adentro de su casa lo experimenta cada uno. Pero hay vulgo, y revulgo, que es peor: tiene el especial las mismas propiedades que el común, como los pedazos del quebrado espejo, y aun más perjudicial: habla a lo necio y censura a lo impertinente; gran discípulo de la ignorancia, padrino de la necedad y aliado de la hablilla. No se ha de atender a lo que dice, y menos a lo que siente. Importa conocerlo para librarse de él, o como parte, o como objeto. Que cualquiera necedad es vulgaridad, y el vulgo se compone de necios.

207. Usar del reporte. Hase de estar más sobre el caso en los acasos. Son los ímpetus de las pasiones deslizaderos de la cordura, y allí es el riesgo de perderse. Adelántase uno más en un instante de furor o contento que en muchas horas de indiferencia. Corre tal vez en breve rato para correrse después toda la vida. Traza la ajena astuta intención estas tentaciones de prudencia para descubrir tierra, o ánimo. Válese de semejantes torcedores de secretos, que suelen apurar el mayor caudal. Sea contraardid el reporte, y más en las prontitudes. Mucha reflexión es menester para que no se desboque una pasión, y gran cuerdo el que a caballo lo es. Va con tiento el que concibe el peligro. Lo que parece ligera la palabra al que la arroja, le parece pesada al que la recibe y la pondera.

208. No morir de achaque de necio. Comúnmente, los sabios mueren faltos de cordura; al contrario, los necios, hartos de consejo. Morir de necio es morir de discurrir sobrado. Unos mueren porque sienten y otros viven porque no sienten. Y así, unos son necios porque no mueren de sentimiento, y otros lo son porque mueren de él. Necio es el que muere de sobrado entendido. De suerte que unos mueren de entendedores y otros viven de no entendidos; pero, con morir muchos de necios, pocos necios mueren.

209. Librarse de las necedades comunes. Es cordura bien especial. Están muy validas por lo introducido, y algunos, que no se rindieron a la ignorancia particular, no supieron escaparse de la común. Vulgaridad es no estar contento ninguno con su suerte, aun la mayor, ni descontento de su ingenio, aunque el peor. Todos codician, con descontento de la propia, la felicidad ajena. También alaban los de hoy las cosas de ayer, y los de acá las de allende. Todo lo pasado parece mejor, y todo lo distante es más estimado. Tan necio es el que se ríe de todo como el que se pudre de todo.

210. Saber jugar de la verdad. Es peligrosa, pero el hombre de bien no puede dejar de decirla: ahí es menester el artificio. Los diestros médicos del ánimo inventaron el modo de endulzarla, que cuando toca en desengaño es la quinta esencia de lo amargo. El buen modo se vale aquí de su destreza: con una misma verdad lisonjea uno y aporrea otro. Hase de hablar a los presentes en los pasados. Con el buen entendedor basta brujulear; y cuando nada bastare entra el caso de enmudecer. Los príncipes no se han de curar con cosas amargas, para eso es el arte de dorar los desengaños.

 

Nota
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