
La hipocresía y la urbanidad.
Fingir algo que no se siente o contrario a lo que realmente pensamos es pecar de hipocresía.
La hipocresía y la urbanidad.
Hubi en otro tiempo un zorro muy cargado de años y de achaques, falto de dientes y de rabo, y con una pierna menos; tristes resultas de sus juveniles travesuras. Como no podía marchar lejos de su guarida a buscar su mantenimiento, ni estaba ya para poner acechanzas a ningún viviente, fingió detestar sus pasados yerros, y abrazar la virtud. No contento con esto, quiso dar a todo el mundo una pública satisfacción, y una prueba de su arrepentimiento, para que todos imitaran su ejemplo, y conocieran los peligros a que se exponen los que viven una vida desarreglada y libertina; y para esto iba cabizbajo, los ojos inclinados a tierra con la mayor humildad, el paso muy grave y mesurado, y todo el hecho un vivo retrato de modestia. Para convencer a todos de la verdad de su conversión, y del celo que tenía por la de los otros, se metió a predicador. ¡Con qué eficacia no declamaba contra la guerra injusta, y contra los robos, los asesinatos, y la glotonería!
Su fama se extendió tanto, que desde lejos acudían en tropa los ánades, los gansos, las gallinas y los gallos, y las pollas solo por oírlo, y aprovecharse de su doctrina. No había sermón que no hiciera fruto; todos volvían muy mudados a sus casas, y rara era la tarde en la que una u otra polla escrupulosa, o algún ánade o ganso a quienes no se les ofreciese alguna duda, y se quedasen a consultar a solas con el predicador; pero ninguno se escapaba de sus uñas; zampaba a todos cuantos le consultaban, y se los guardaba para sus colaciones.
He aqui el retrata de Euforion y Clitávora, o de los hipócritas. Euforion, después de haber empleado su vida en robos, en contrabandos y en todo género de maldades, y hallándose ya falto de fuerzas y de bienes, de otros recursos que antes tenia, se acomodó en una venta, donde le dieron el solo cargo de barrer, y tenerlo todo limpio y aseado. La barba larga y canosa, el exterior manso y humilde, y el rosario que llevaba siempre en la mano le atraían la afición así de los de la venta como de los pasajeros, y todos le fiaban las cosas de más importancia. Él iba recorriendo por las noches los cuartos y las cuadras, oía las conversaciones más secretas de todos, sabía de donde venían, adonde iban, el cargo, y hasta los escondrijos del dinero que llevaban; porque sus pasos eran blandos como los del gato que se mete en todas partes sin que nadie lo perciba. Mas cuando ya el silencio ocupaba toda la venta, se salía bonitamente al camino, y marchaba al paraje donde le esperaban los ladrones, y les daba cuenta de cuanto les convenía para hacer con más seguridad sus robos, de los cuales participaba largamente.
La Clitávora, consumida su juventud en armar lazos a los jóvenes y a los viejos, se retiró, porque ya ni unos ni otros la querían, y dióse a representar el papel de beata. Los ojos inclinados al suelo, los labios fruncidos, el cuello torcido hacia la derecha, y tapado hasta lo nuez con un velo obscuro, la manteliina larga y la basquiña arrastrando, va de iglesia en iglesia, frecuenta los confesonarios, engaña a los confesores demasiado candorosos, les saca crecidas limosnas, hurta los manteles y las cruces de los altares, corta las faltriqueras, enseña oraciones y novenas a las jóvenes bien inclinadas, se las lleva a su casa, las enseña sus devotísimas estampas y sus libritos de devoción, y piadosamente las conduce por el mismo camino que ella anduvo toda su vida. ¡Cuán temible y peligrosa no es la hipocresía! ¡Cuán abominables y dañosos los hipócritas!
Pero el daño está en que las personas que no saben discernir confunden la virtud con la hipocresía; y sabedoras de lo que hacen los hipócritas, achacan los mismos males a cualquiera que vean con un exterior humilde y devoto, sea del uno, sea del otro sexo. Mas los que tienen discernimiento presto distinguen la moneda verdadera de la falsa. Cuando se presenta una persona con vestidura modesta, con el hablar blando, con la cabeza inclinada y los ojos bajos, que suspira a menudo, y que a cada instante se llama pecador y miserable; dígasele una palabra que le hiera un poco no más, y se verá que levanta los ojos hinchados de soberbia, que pone erguida la cabeza, y que convierte en quejas y clamores aquel sonido blando que antes fingía. Este es un hipócrita, y debe evitarse como un contagio.
La virtud es sencilla, recta, humilde, paciente, sufrida, graciosa, amable y atractiva, y nada tiene de aquella afectada singularidad que es el carácter de la hipocresía.
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