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De no escucharse a ... Saber vender sus cosas.

Querer hablar y oírse no sale bien; y si hablarse a solas es locura, escucharse delante de otros será doblada.

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141. No escucharse. Poco aprovecha agradarse a sí, si no contenta a los demás, y de ordinario castiga el desprecio común la satisfacción particular. Débese a todos el que se paga de sí mismo. Querer hablar y oírse no sale bien; y si hablarse a solas es locura, escucharse delante de otros será doblada. Achaque de señores es hablar con el bordón, del ")digo algo?" y aquel ")eh?" que aporrea a los que escuchan. A cada razón orejean la aprobación o la lisonja, apurando la cordura. También los hinchados hablan con eco, y como su conversación va en chapines de entono, a cada palabra solicita el enfadoso socorro del necio "¡bien dicho!"

142. Nunca por tema seguir el peor partido, porque el contrario se adelantó y escogió el mejor. Ya comienza vencido, y así será preciso ceder desairado. Nunca se vengará bien con el mal. Fue astucia del contrario anticiparse a lo mejor, y necedad suya oponérsele tarde con lo peor. Son estos porfiados de obra más empeñados que los de palabra, cuanto va más riesgo del hacer al decir. Vulgaridad de temáticos, no reparar en la verdad, por contradecir, ni en la utilidad, por litigar. El atento siempre está de parte de la razón, no de la pasión, o anticipándose antes o mejorándose después; que si es necio el contrario, por el mismo caso mudará de rumbo, pasándose a la contraria parte, con que empeorará de partido. Para echarle de lo mejor es único remedio abrazarlo propio, que su necedad le hará dejarlo y su tema le será despeño.

143. No dar en paradojo por huir de vulgar: los dos extremos son del descrédito. Todo asunto que desdice de la gravedad es ramo de necedad. Lo paradojo es un cierto engaño plausible a los principios, que admira por lo nuevo y por lo picante; pero después con el desengaño del salir tan mal queda muy desairado. Es especie de embeleco, y en materias políticas, ruina de los estados. Los que no pueden llegar o no se atreven a lo heroico por el camino de la virtud, echan por lo paradojo, admirando necios y sacando verdaderos a muchos cuerdos. Arguye destemplanza en el dictamen, y por eso tan opuesto a la prudencia; y si tal vez no se funda en lo falso, por lo menos en lo incierto, con gran riesgo de la importancia.

144. Entrar con la ajena para salir con la suya. Es estratagema del conseguir. Aun en las materias del cielo encargan esta santa astucia los cristianos maestros. Es un importante disimulo, porque sirve de cebo la concebida utilidad para coger una voluntad: parécele que va delante la suya, y no es más de para abrir camino a la pretensión ajena. Nunca se ha de entrar a lo desatinado, y más donde hay fondo de peligro. También con personas cuya primera palabra suele ser el No conviene desmentir el tiro, porque no se advierta la dificultad del conceder, mucho más cuando se presiente la aversión. Pertenece este aviso a los de segunda intención, que todos son de la quinta sutileza.

145. No descubrir el dedo malo, que todo topará allí. No quejarse de él, que siempre sacude la malicia adonde le duele a la flaqueza. No servirá el picarse uno sino de picar el gusto al entretenimiento. Va buscando la mala intención el achaque de hacer saltar: arroja varillas para hallarle el sentimiento, hará la prueba de mil modos hasta llegar al vivo. Nunca el atento se dé por entendido, ni descubra su mal, o personal o heredado, que hasta la fortuna se deleita a veces de lastimar donde más ha de doler. Siempre mortifica en lo vivo; por esto no se ha de descubrir, ni lo que mortifica, ni lo que vivifica: uno para que se acabe, otro para que dure.

146. Mirar por dentro. Hállanse de ordinario ser muy otras las cosas de lo que parecían; y la ignorancia que no pasó de la corteza se convierte en desengaño cuando se penetra al interior. La mentira es siempre la primera en todo, arrastra necios por vulgaridad continuada. La verdad siempre llega la última, y tarde, cojeando con el tiempo; resérvanle los cuerdos la otra mitad de la potencia que sabiamente duplicó la común madre. Es el engaño muy superficial, y topan luego con él los que lo son. El acierto vive retirado a su interior para ser más estimado de sus sabios y discretos.

147. No ser inaccesible. Ninguno hay tan perfecto, que alguna vez no necesite de advertencia. Es irremediable de necio el que no escucha; el más exento ha de dar lugar al amigable aviso, ni la soberanía ha de excluir la docilidad. Hay hombres irremediables por inaccesibles, que se despeñan porque nadie osa llegar a detenerlos. El más entero ha de tener una puerta abierta a la amistad, y será la del socorro; ha de tener lugar un amigo para poder con desembarazo avisarle, y aun castigarle. La satisfacción le ha de poner en esta autoridad, y el gran concepto de su fidelidad y prudencia. No a todos se les ha de facilitar el respeto, ni aun el crédito; pero tenga en el retrete de su recato un fiel espejo de un confidente a quien deba y estime la corrección en el desengaño.

148. Tener el arte de conversar, en que se hace muestra de ser persona. En ningún ejercicio humano se requiere más la atención, por ser el más ordinario del vivir. Aquí es el perderse o el ganarse; que si es necesaria la advertencia para escribir una carta, con ser conversación de pensado, y por escrito, (cuánto más en la ordinaria, donde se hace examen pronto de la discreción! Toman los peritos el pulso al ánimo en la lengua, y en fe de ella dijo el Sabio: "Habla, si quieres que te conozca". Tienen algunos por arte en la conversación el ir sin ella, que ha de ser holgada, como el vestir, entiéndese entre muy amigos; que cuando es de respeto ha de ser más sustancial, y que indique la mucha sustancia de la persona. Para acertarse se ha de ajustar al genio y al ingenio de los que tercian. No ha de afectar el ser censor de las palabras, que será tenido por gramático, ni menos fiscal de las razones, que le hurtarán todos el trato y le vedarán la comunicación. La discreción en el hablar importa más que la elocuencia.

149. Saber declinar a otro los males. Tener escudos contra la malevolencia, gran treta de los que gobiernan. No nace de incapacidad, como la malicia piensa, sí de industria superior, tener en quien recaiga la censura de los desaciertos, y el castigo común de la murmuración. No todo puede salir bien, ni a todos se puede contentar. Haya, pues, un testa de yerros, terrero de infelicidades, a costa de su misma ambición.

150. Saber vender sus cosas. No basta la intrínseca bondad de ellas, que no todos muerden la sustancia, ni miran por dentro. Acuden los más adonde hay concurso, van porque ven ir a otros. Es gran parte del artificio saber acreditar: unas veces celebrando, que la alabanza es solicitadora del deseo; otras, dando buen nombre, que es un gran modo de sublimar, desmintiendo siempre la afectación. El destinar para solos los entendidos es picón general, porque todos se lo piensan, y cuando no, la privación espoleará el deseo. Nunca se han de acreditar de fáciles, ni de comunes, los asuntos, que más es vulgarizarlos que facilitarlos; todos pican en lo singular por más apetecible, tanto al gusto como al ingenio.

 

Nota
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