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Aseo general del niño.
De la urbanidad en las maneras de los niños.
Aseo general del niño.
La limpieza de los dientes ha de cuidarse; pero blanquearlos con polvillo es cosa de muchachas; refregarlos con sal o con alumbre, dañoso para la encía. Hacer eso mismo con la orina es cosa de los íberos. Si algo ha quedado pegado a los dientes, no con el cuchillo, no con las uñas, a manera de perros o de gatos, no con la servilleta ha de retirarse, sino o bien con una aguja de lentisco o con una pluma o con los huesecillos que se separan de las patas de gallos o gallinas.
Enjuagarse la boca por la mañana con agua pura es tanto civilizado como saludable; hacerlo luego a cada paso, impertinente.
Del uso de la lengua diremos en su lugar.
Pueblerino es andar con la cabeza despeinada; rija en ello el aseo, no el lustre, propio de muchachas. Elimínense las suciedades de liendres y gusanillos. Andarse rascando la cabeza delante de otros es poco decente, así como es sucio refregarse el resto del cuerpo con las uñas, sobre todo si se hace por usanza, no por necesidad.
El cabello, ni cubra la frente ni caiga suelto sobre los hombros. Andar a cada poco, al sacudir la cabeza, desparciendo la pelambre, es cosa de caballos retozones.
Recogerse la cabellera por la izquierda de la frente sobre la coronilla es poco elegante; partirla en dos con la mano, más modoso.
Inclinar la cerviz y encoger las clavículas arguye desidia. Echar para atrás el cuerpo es indicio de soberbia. Blandamente derecho es como dice bien.
La cerviz no se doblegue ni a izquierda ni a derecha, pues es ello teatral o hipócrita, a no ser que el tono de conversación o semejante circunstancia lo requiera.
Los hombros conviene atemperarlos en igualado equilibrio, no, a modo de entenas de mástil, sacar para arriba uno de ellos y abajar el otro. Pues posturas como ésa, descuidadas en los niños, se convierten en naturaleza, y más allá de lo natural la traza del cuerpo afean. Y así, los que por desidia han tomado la costumbre de doblar el cuerpo se ganan una joroba que natura no les había dado, y los que se han acostumbrado a llevar la cabeza doblada a un lado se empecinan en ese hábito a tal punto que, ya adultos, en vano se esfuerzan en mudarlo; tan es verdad que son los cuerpecillos tiernos semejantes a las plantas, que, a cualquier forma que la horquilla o cordel las doblegare, así crecen y en ella se endurecen.
Echar doblados a la espalda uno y otro brazo da al mismo tiempo facha de flojedad y de ladrón; y no es mucho más decoroso el estar plantado o sentado con una de las manos puesta sobre los ijares, lo que a algunos, sin embargo, les parece elegante y marcial; pero no es ya por las buenas decente lo que a necios les ha parecido bien, sino lo que es concorde con natura y con razón.
Lo demás se dirá cuando se haya llegado al tema de la conversación y del convite.
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