La nueva urbanidad. II
Entre los más jóvenes va cayendo en desuso la costumbre de hacer presentaciones cuando varias persona se encuentran
Urbanidad entre desconocidos y urbanidad entre amigos
La urbanidad del cambio
Hoy vemos por ejemplo, que entre los más jóvenes va cayendo en desuso la costumbre de hacer presentaciones cuando varias persona se encuentran. En algunos círculos no se estila ya darse la mano al saludar. Dar la derecha a las mujeres o cederles el paso ante la puerta puede ser considerado en ocasiones como "resto" de la antigua solicitud machista. Pagarles sistemáticamente la Coca-Cola o no dejarlas invitar nunca cuando se está en grupo puede ser señal de estar desfasado.
Pero en ellas, la obstinación en no dejarse invitar en ningún caso, podría entrañar la descortés suposición de que la invitación tenía un precio.
En tiempos, los jóvenes que no tenían novia sacaban a bailar "a todas" en una fiesta. Y hoy bailar continuamente con la misma persona no da lugar a ninguna presunción de noviazgo. La palabra "novio" o "novia" no se dicen apenas con quien se mantiene la vieja relación de los "amantes".
Ya no hay "queridas", ni, casi "esposas", del mismo modo que ya no existen las "viudas", sino "una chica a quien se la ha muerto el marido". El marido, aún se lleva, y suele ser un personaje importuno.
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Los padres ya no son padres, sino "amigos" y el dedo con que nos advertían ha sido sustituido por la mano en el hombro, en amistosa camaradería. El título de "don" o de "doña" ha caído en considerable desuso, pero aún debe aplicarse a algunas personas y es frecuente en la prensa escrita. El empleo del "tú" y el "usted" plantea la necesidad de un estudio respecto a qué personas y en qué momentos deben recibir uno u otro tratamiento. Hoy podemos tutear al profesor o ser tuteados por el camarero. La relación entre "superiores", "iguales" e "inferiores" ha cambiado, pero existe lo mismo que antes, bajo formas más sutiles. Los "pobres" no han dejado de existir, o son comparativamente más pobres que antes, aunque no sean andrajosos. Pero hoy se tolera un tipo de pobre más rebelde, no llamado a ser tan obediente, ni tan arreglado, ni tan limpio como era en el pasado.
Hay una urbanidad entre desconocidos y una urbanidad entre amigos que tienen unas formas diferentes de las de antes. Hay que saber cómo asistir a los entierros, cómo felicitar el cumpleaños, cuál es en cada momento la forma adecuada de vestirse -¿qué significa hoy, por ejemplo, ir correctamente vestido?-. Y existe una nueva cortesía en el tráfico automovilístico, con un muy peculiar lenguaje de signos.
En la conversación, no sólo, como antes, los hombres, sino también las mujeres, utilizan frecuentemente tacos. Pero hay que saber cómo y cuándo deben utilizarse. En sociedad, un hombre puede y debe besar a la mujer del amigo -en ciertos círculos sería casi sospechoso que no lo hiciera-, pero sería demasiado hacerlo en los labios. Llegar a la mayor "naturalidad" y "sinceridad" posible "sin pasarse", recupera, dentro de un orden, lo que nos hizo perder la urbanidad clásica, parece ser la norma de oro del nuevo código. Pero, por mucho que se intente militar contras las leyes que nos decían qué cosa era de buena o mala educación, qué cosa era "política o impolítica", hay que darse cuenta de que, se haga lo que se haga, eso será la nueva etiqueta.
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