Partes accesorias de las relaciones sociales. Los consejos. La discrección.
Las conveniencias de la discrección son en tal manera conocidas por las personas bien nacidas que jamás pecan contra ellas a no ser por olvido.
Los consejos son sin duda alguna cosa muy buena, es cierto, pero no obstante es una de las cosas que desagrada más en el mundo. Un consejero de profesión que repite sin cesar: "En vuestro caso yo obraría así", ofende a todos por su orgullo e indiscreccion. Semejantes importunos debieran saber que no se deben dar consejos sino cuando se piden, y que el número de los demandantes es muy limitado, y no queremos hablar aquí de esas reflexiones vanas, sino de los consejos de que la oficiosidad y el afecto se hacen mi deber. Es muy importante tener en este punto el mayor tino y prudencia, pues de otro modo parecería que adoptabáis tono de superioridad que podría suscitar en contra vuestra y de vuestros más sabios consejos el amor propio de vuestro amigo.
Ninguna fórmula de modestia está aquí de mas: "Es posible que yo me engañe; estoy muy lejos de tener el ánimo que este asunto exige, etc."
Si os hacen algunas objeciones no digáis: "Usted no me comprende", sino "yo me he explicado mal", etc.
La discrección.
Las conveniencias de la discrección son en tal manera conocidas por las personas bien nacidas que jamás pecan contra ellas a no ser por olvido. Bastará con que hagamos su enumeración, sin que nos tomemos el trabajo de demostrar su necesidad.
La discreccion exije, desde luego, el respeto a la conversación de los demás, y así al entrar en una casa y oir hablar con vivacidad y calor, se debe procurar hacer algún ruido a fin de llamar la atención de los interlocutores. Cuando en una reunión se retiran dos personas a un lado para hablar de algún negocio se debe poner el mayor cuidado en no acercarse a ellas, ni dirigirles la palabra sino cuando se separen.
Las personas de alguna experiencia en el mundo, saben que esencial es el no mezclarse curiosamente en los asuntos y costumbres de las personas a quienes se visita, y no ignoran tampoco cual es la conducta que deba seguirse en el caso de ocupaciones secretas; mas los jóvenes deben ignorarlo, y yo los ruego presten un poco de atención.
Al ver una persona ocupada, el que va a visitarla debe retirarse o al menos hacer la demostración, y caso que acepte el quedarse debe retirarse a un lado haciendo como que contempla un cuadro u otro objeto para probar que permanece extraño al asunto de que se ocupa el dueño o dueña de la casa.
Hay también que evitar un defecto en este particular, pues algunas personas en este caso se ocupan en hojear los libros colocados sobre la chimenea, o en otra parte; en repasar las tarjetas o cartas aunque sea limitándose a mirar el sobre, todo lo que reprueba la buena educación. Igualmente si la persona a quien se visita abriese alguna cómoda o armario en busca de algún objeto, seria una grosera curiosidad aproximarse para ver lo que en uno de estos muebles se contenía, y aún cuando os muestren un objeto o alhaja para que examinéis su mérito, debéis limitaros a ella sin aparecer que dedicáis vuestra atención a las demás,
No está permitido sacar libros de un estante; pero está admitido el que se pueda acercar y mirar los títulos de las obras dirigiendo con este motivo al dueño de la casa algunos elogios acerca del buen gusto que ha presidido a su elección.
Si sucede alguna vez, en el círculo en que os encontréis que alguno enseñe algún objeto raro, precioso, no os apresuréis a pedirle, ni menos a tomarle: aguardad modestamente a que os llegue el turno, y no le examinéis por mucho tiempo. Si por casualidad algún importuno le pidiese antes que le hubiéseis visto no le reclaméis, pues vale más sufrir esta pequeña privación que no pasar plaza de curioso y mal educado.
Por insignificante que sea el objeto presentado así en una reunión, no le critiquéis y caso que se os pida vuestra opinión responded brevemente con algunas palabras de elogio. En todo caso bien sea de valor o no, absteneos de los cumplimientos exagerados.
Violar el secreto de una carta bajo cualquier pretexto que sea, es una indiscreción tan baja y odiosa que no encontramos palabras bastante duras para calificarla. Cuando se os presente una carta para que leáis en ella algunas líneas referentes a vuestra persona debéis limitaros escrupulosamente a la parte que os concierne, y lo mismo en el caso que os inviten a poner una posdata.
La buena educación se opone también, en ciertos casos, a que se muestre demasiada diligencia e interés en saber el estado de los asuntos propios y así en el caso que alguno os traiga alguna carta no debéis apresuraros a abrirla sino pensar si esa carta hace relación al mensajero, o si únicamente os concierne a vosotros. En el primer caso debéis abrirla desde luego, y en el segundo dejarla a un lado para leerla cuando estéis solos.
La urbanidad no impone tantas cortapisas a la curiosidad en las cosas de poca valía, sino para dejarla libre y expedita en los asuntos importantes. Estamos lejos de sostener que sin excepción alguna se deba guardar religiosamente todo secreto y que toda confidencia recibida sea un depósito sagrado, mas al propio tiempo advertiremos a las personas curiosas que deseen conocer alguna circunstancia oculta que se cubrirían de vergüenza si no retirasen sus instancias, a esta sola indicación: "es un secreto".
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