Partes accesorias de las relaciones sociales. La oficiosidad.
Toda persona bien educada, es necesariamente oficiosa, y se ve asomar a sus labios la sonrisa.
Emprendemos bajo este nombre las acciones relativas a la oficiosidad, tales como servicios, préstamos, regalos y consejos; y también la conducta respectiva a la diserección que debe emplearse en conversaciones, cartas, secretos y confidencias.
La oficiosidad.
Toda persona bien educada, es necesariamente oficiosa, y se ve asomar a sus labios la sonrisa, y pintarse en su semblante el buen deseo y la diligencia, cuando se reclama de ella algún servicio; sabe que hacer un favor de mala gana equivale a no hacerle, y caso que se vea obligado a rehusarle, lo hace con lal dulzura y delicadeza, manifiesta de un modo tan digno su sentimiento que aún inspira gratitud y reconocimiento.
Por otra parte como su conducta aparece natural, y realmente piensa que ofrecerle una ocasión de hacer un servicio es obligarle, evita y esquiva el reconocimiento sin afectación, y sin esfuerzo.
Este amable carácter consecuencia necesaria de una perfecta civilidad, no se encuentra siempre en sociedad adornado de todos sus naturales encantos. Hay personas que si bien oficiosas quieren que se les arranquen los servicios, se dan importancia, gustan de que se las ruegue y den grandes muestras de agradecimiento. No imitéis a esas personas que convierten en ingratos y enemigos a aquellos a quien creen favorecer, trocando en un peso y tormento insoportable el que debe ser grato y espontáneo sentimiento de la gratitud.
Cuando alguien se os acerque a pediros algún servicio responded al punto: "Estoy a la disposición de Usted"; "quedaré contento si puedo serle Usted útil en alguna cosa"; o bien con la expresión de pesar contestad en su caso: "Siento en el alma no poder servir a Usted, pero me es imposible", y aún en este caso debéis examinar si existe algún medio de vencer la dificultad aún cuando de antemano estéis convencidos de que ese medio no existe.
Hay otra clase de personas que con pretensiones de finas y atentas hacen frecuentemente protestas de oficiosidad, sin tomarse el trabajo de sostener su crédito cuando la ocasión se ofrece. Tan ridícula es su ligereza y palabrería, en este particular, como la del fanfarrón que hablando siempre de lances y duelos, se pone en fuga al aspecto de una espada desnuda. Estas muestras de diligencia y oficiosidad deben reputarse por sospechosas desde el momento que se prodigan a cada instante y sin motivo, y la práctica del mundo únicamente es la que enseña a discernir el valor de estas frases y a darles el grado de confianza que merezcan.
Se puede felicitar a los demás, desearles buena suerte y tener la exterioridad de que se toma parte en la relación que nos hacen de sus asuntos sin que realmente nos tomemos el menor interés; pues si bien nadie es dueño de no ser indiferente en estas circunstancias todos estamos obligados a evitar la molestia y el enojo que experimentarían infaliblemente los demás si les dejásemos ver a las claras la frialdad con que tomamos sus negocios. A las personas que conocen el mundo toca no confundir esta condescendencia de la política con el fingido celo de los Quijotes de salón de que hemos hablado mas arriba.
Para que un servicio sea cumplido importa que sea pronto, pues nada hay mas inoficioso que la lentitud y la alternativa en que se coloca a una persona, o de dirigir nuevos ruegos, o de sufrir un grave retraso eu sus pretensiones.
Los favores tardíos pueden ser hasta perjudiciales a la persona a quien se hacen y sobre todo se la pone en situación de sufrir por mucho tiempo antes de importunar de nuevo a aquel de quien espera algo. Servid pues a los demás con la mayor prontitud, y si algunas circunstancias imprevistas os impiden obrar, advertidlo a vuestros protegidos excusándoos y prometiéndoles reparar vuestras faltas, y en este caso seguramente no tendrán motivo para quejarse de vosotros.
Cuando alguna señora amiga o conocida se encuentre en vuestra casa y tenga necesidad de un vestido, chal, pañuelo, sombrero, etc. ofrecédsele con la mas amable diligencia combatiendo la resistencia que pueda oponer; elegid las mejores prendas y concluid por invitarla a que no se apresure a volveros dichos efectos. Si hiciera mal tiempo y tuvieseis carruage estáis en el caso de ponerle a su disposición.
Cuando una señora pide a otra en préstamo adornos o alhajas, ésta debe por su parte ofrecer siempre más que lo que se la pide; guardar un profundo silencio sobre los objetos que ha prestado, no hacer mención de ellos por concepto alguno y aún devueltos abstenerse de usarlos por algún tiempo a fin de evitar que los reconozcan. Si alguno se apercibiese del empréstito, y hablase algo no dejaría de pasar por una persona mal educada. Todos estos consejos son sin duda minuciosidades, pero ¿qué queréis? de eso se compone el amor propio femenino.
Hay una clase de empréstito que tiene lugar todos los días, y muy frecuentemente con detrimento de los poseedores; tal es el empréstito de libros. Se olvida hasta tal punto la delicadeza sobre esle particular, que las personas que poseen, una librería escogida, aunque amables y complacientes por otra parte, se ven obligados a renunciar a hacer préstamos tan onerosos. El asunto es bastante difícil puesto que no se puede decir: "No quiero prestaros esta obra"; mas cuando su dueño vacila, es conveniente evadir el compromiso diciendo que le es sensible pero que tiene necesidad de este libro y que dentro de algunos días se le pasará, y luego definitivamente no prestarle.
Las personas bien educadas no piden jamás de buenas a primeras un libro; aguardan que se les ofrezca, oponen algunas dificultades antes de aceptarle y se informan del tiempo que podrán retenerle remitiéndole exactamente el día señalado, y para evitar todo accidente le cubren con un papel guardándose bien de doblar las hojas, poner señales o notas marginales, etc.; si sobreviniese algún deterioro a la cosa prestada, en preciso sin decir nada repararlo lo más pronto posible. No nos ocuparemos de los préstamos de más consideración puesto que esos están ya fuera de las atribuciones de la urbanidad.
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