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Falta grave de protocolo.

Cuando se rompe el protocolo es que algo falla en el sistema.

El Correo Gallego
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El protocolo es algo así como la sublimación de las buenas maneras y también la vaselina con que se lubrican las tensiones sociales.

Por eso, cuando se rompe el protocolo es que algo falla en el sistema. Los diplomáticos, por su propia naturaleza, son los máximos cuidadores del arte protocolario. La suspicacia es una enfermedad que todo diplomático que se precie debe evitar en su origen.

En cuestiones de Estado, el protocolo es norma de obligado cumplimiento, y nada da una idea más pobre de un país que la de descubrir su flojera protocolaria, pues induce a pensar que aquello es la casa de tócame Roque, con el consiguiente desbarajuste de las instituciones. Entre las normas inveteradas del protocolo están, por un lado, la cortesía, y por otro, la puntualidad, que se hermanan cuando se dice que la puntualidad es la cortesía de los reyes. Con la cortesía se muestra respeto y afecto; con la puntualidad, diligencia y buena educación. Hacer esperar es una grosería imperdonable, amén de una falta de respeto.

Pues bien, aplicando todo lo anterior a lo sucedido durante la reciente conferencia de ZP con los presidentes de CCAA sobre la sanidad nacional, las conclusiones que se sacan son negativas en extremo. Solamente hay una positiva: que las comunidades autónomas tendrán una inyección de dinero para que cada una continúe haciendo de su capa un sayo con la salud en su territorio, que no será una solución del problema, pero que es inyección al fin. Como dijo con gracejo popular uno de los asistentes, "a caballo regalado no le mires el diente". No ha habido acuerdo, pero la foto de familia es un primor. Y es que con esto del dinero ya dice el refranero que "más vale pájaro en mano que ciento volando". No se ha tratado de cómo mejorar la gestión, que sería lo razonable para garantizar una sanidad igual en toda la nación, sino de "a cuánto tocamos".

En todo lo demás, un desastre, una comedia mal montada. Pero lo más grave ha sido involucrar al Rey en este desmadre político con una comida en la que el protocolo saltó hecho añicos por el aire. Una falta de respeto total. Y lo que me parece más descorazonador: que el Rey tragó; seguramente tragaría quina durante las dos horas que le hicieron esperar, pero tragó. Sinceramente, no lo entiendo. O sí. Esta descortesía con el Rey y su familia puede ser el preludio de otras majaderas tempestades.

 

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