Del modo de conducirnos dentro de la casa. Del modo de conducirnos con nuestros domésticos, criados y sirvientes
La intolerancia para con los domésticos es tanto más injusta cuanto que en general son personas a quienes la ignorancia conduce a cada paso al error. Hay que ser comprensivos y enseñar algo cuando no se hace bien
Cómo tratar con los criados, sirvientes y domésticos de la casa
Reglas de urbanidad para relacionarse con los criados y sirvientes, según el manual de Carreño
El trato a los criados, domésticos y sirvientes de una casa ha variado mucho con el paso del tiempo. Los criados, domésticos y sirvientes son personas que merecen ser tratadas con dignidad y respeto. El cumplimiento de sus obligaciones no les hace merecedores de un trato distinto al que se debe tener con cualquier otra persona.
Relacionarse con los criados y sirvientes de una casa no debe ser complicado si es establecen unas normas. Estas reglas o normas no deben ser abusivas, y deben dejar bien claras sus obligaciones y responsabilidades. Al igual que comentamos en los capítulos sobre la convivencia familiar, es necesario tener una buena comunicación con los empleados de servicio y escuchar sus necesidades y preocupaciones. Incluso, puede ser beneficioso para ambas partes tomar en cuenta sus sugerencias, siempre en la medida de lo posible.
El personal de servicio -criados, domésticos y sirvientes- merece un trato digno y respetuoso. Las personas bien educadas no faltan al respeto a sus empleados de servicio. Tampoco las visitas deben hacerlo. Las personas que nos brindan su servicio en el hogar cumplen con sus obligaciones, pero no dejan de ser personas igual que nosotros.
1. Procuremos que a las consideraciones que nos deben nuestros domésticos por nuestra posición respecto de ellos, se añada el agradecimiento y el cariño por el buen trato que de nosotros reciban.
2. La intolerancia para con los domésticos es tanto más injusta cuanto que en general son personas a quienes la ignorancia conduce a cada paso al error. Si debemos ser indulgentes y benévolos para con aquellos que desde la niñez se han nutrido con los más elevados principios, y a los cuales estos principios y el inmediato contacto con las personas cultas obligan a un proceder recto y delicado con mayor razón deberemos serio para con aquellos que no han podido recibir una educación esmerada.
3. Guardémonos de dirigir habitualmente la palabra a nuestros domésticos en ese tono imperioso y duro que ni nos atrae mayor respeto, ni comunica mayor fuerza a nuestros mandatos: tolerémosles sus faltas leves; y al corregirlos por las que sean de naturaleza grave, no confundamos la energía con la ira, ni la severidad con la crueldad.
4. Jamás reprendamos a nuestros domésticos delante de los extraños. De este modo los sonrojamos y gastamos en ellos el resorte de la vergüenza, y faltamos además a la consideración que debemos a los que vienen a nuestra casa, haciéndoles sufrir la desagradable impresión que producen siempre tales escenas en los que las presencian.
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5. No echemos nunca en cara a nuestros domésticos, al reprenderlos, sus defectos o deformidades naturales. Desde el momento en que el hombre no es dueño de corregir sus defectos, la caridad nos prohíbe recordárselos con el solo objeto de mortificarles.
6. Jamás empleemos la sátira, y mucho menos la ironía, para reprender a nuestros domésticos, pues por ese medio no conseguiremos nunca llegar a corregir sus defectos.
7. Tengamos, por otra parte, como una importante regla, que no todas las faltas deben reprenderse. En medio de las atenciones de que están rodeados nuestros domésticos, y de la imprevisión a que generalmente los sujeta su ignorancia, muchos son los errores en que incurren, que por su poca entidad no merecen otra cosa que una leve insinuación, o más bien nuestra indulgencia; y si hubiéramos de reñirles por todos ellos, los acostumbraríamos al fin a mentir, pues negarían muchas veces sus propios hechos para sustraerse de nuestras reconvenciones, desvirtuaríamos la fuerza de nuestra voz, y nos condenaríamos a una agitación constante que turbaría completamente nuestra propia tranquilidad.
8. Cuando nuestros domésticos se encuentren enfermos, rodeémoslos de toda especie de cuidados, y no demos nunca lugar a que crean con fundamento que hemos apreciado en poco su vida o su salud.
9. Los tiempos han cambiado considerablemente en lo relativo a los domésticos, especialmente en los grandes centros de población, y lo que todavía sigue practicándose en la mayor parte de las regiones en donde no se ha escaseado la servidumbre, ya ni siquiera se conoce en las capitales y ciudades de primero y segundo orden, por no referirnos a los centros fabriles, donde los criados han abandonado los hogares para aumentar el número de esclavos del maniqueísmo.
10. Vamos, por lo tanto, a tratar de los criados desde el punto de vista moderno, pues hasta nuestros lectores de los más apartados lugares, no saben si, con la facilidad de medios tan veloces de transporte que tenemos en la actualidad, irán a radicarse en algún gran centro de población. El método más seguro de contratar a un sirviente, es por medio de las agencias de colocaciones, pues quienes reciben criados poniendo carteles en sus puertas, como no están en condiciones ni tienen aptitudes para verificar los datos y recomendaciones de quienes solicitan el empleo, se exponen en la mayoría de las veces a ser víctimas de latrocinios y atracos, y hasta de delitos de sangre. ¡Dichoso quien puede decir que encontró un criado a la medida de su deseo!
11. Es de imperiosa necesidad hacer comprender al criado, desde el comienzo, cuáles serán sus obligaciones, pues las amas de casa que toman una persona por cocinera, y luego quieren que haga las veces de doncella de servicio y niñera al mismo tiempo, no tendrán jamás buenos sirvientes, y estará expuesta a cambiarlos frecuentemente.
12. Los primeros días de un sirviente en casa extraña resultan difíciles siempre, y la señora debe tener paciencia y ser considerada. Después que el criado lleve tres semanas o un mes en una casa, el ama tiene perfecto derecho a exigirle buen servicio, sin olvidar que todos somos humanos y propensos a cometer errores. Nos complace haber recopilado esta serie de consejos a los amos, porque raros son los libros de etiqueta que tratan de los deberes de aquellos para con las personas más indicadas a hacernos la vida agradable o penosa.
13. La señora bien educada no olvida jamás que sus criados tienen tanto derecho como sus amistades mismas, a que se les trate consideradamente. No hay ninguna razón para omitir "tenga usted la bondad", "hágame usted el favor", y muchas otras palabras de aliento y gratitud para las personas que viven bajo el mismo techo que nosotros, y que trabajan por nuestra dicha y comodidad.
14. Demuestra que no es cristiana, ni cree en Dios bajo ninguna forma, el ama que no cuida de que los alimentos de los criados no sean más o menos los mismos que consume el resto de la familia todos los días. Se puede hacer sus excepciones cuando hay comidas especiales y costosas que se prepararon para los invitados a la mesa, por lo general, y por principio, debemos alimentar a los criados con lo que nosotros ingerimos a guisa de costumbre.
15. Todos los criados tienen derecho a disponer de un poco de tiempo para dedicarlo a sus personas como mejor les parezca, siempre y cuando no quebranten las reglas ni relajen la disciplina de la casa donde sirven, y hay que respetarles sus días o jornadas de paseo. No demuestra consideración el ama que les da encargos a sus criados los días de paseo.
16. A los criados generalmente se les llama por sus nombres de pila, dice Miss Eichler, y resulta de muy mal gusto y da lugar a indebidas familiaridades decirles Cuca, por Refugio; Chepa, por Josefina; Chucho, por Jesús, y así sucesivamente. De la misma manera nada se pierde dándoles los buenos días cuando los vemos por primera vez al levantarnos. Peor resulta aún llamarlos por apodos. Se les puede tutear, y hasta lo agradecen, cuando media considerable diferencia de edades entre el criado y el amo, siendo menor el primero.
17. Hay ocasiones en que se necesita hablar largo y detenidamente con los sirvientes, y en tales casos no hay que olvidar que la regla principal consiste en no tratarlos con familiaridad, pero tampoco con insolencia y aires de superioridad que despierten rencores, sino atenta, cortés y agradablemente.
18. No debemos olvidar que los niños son unos pequeños simios que imitan todo lo que ven y oyen, y cuando se percatan que sus padres llaman brusca y descortésmente a los criados, aquellos no tardan en hacer lo propio. En consecuencia, la insolencia de los niños hacia los sirvientes, no es sino el reflejo de su mala educación familiar.
19. No hay regla que establezca la cantidad de criados que deban tenerse en una casa, pudiendo contratarse los servicios de todos los que necesitemos para que nos atiendan bien y se mantenga la casa limpia y atractiva. Hay familias que se las arreglan muy bien con una sola criada, mientras que otras necesitan cinco o seis. Y, en los grandes centros de población y en los departamentos, los criados han pasado a ser una rareza.
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