
De la generosidad.
Un hombre naturalmente generoso no teme ponerse a jugar con un compañero que sabe no es muy hábil en el juego.
De la generosidad.
Considerándose un hombre en la sociedad como igual a los demás, debe pensar que no se le llama a ella para distinguirse en generosidad; pero como los caracteres se desarrollan bajo todos sus aspectos, encontrará ocasiones en que pueda manifestar cierta elevación de alma, cierto desinterés que llamaremos generosidad por falta de otra expresión adecuada. Esta generosidad es, pues, la que se debe mostrar, o por mejor decir, tener. Un hombre naturalmente generoso no teme ponerse a jugar con un compañero que sabe no es muy hábil en el juego y que le expone a perder; no juega sino para divertirse, y no para ganar; y por consecuencia es superior a la corta pérdida que pueda sufrir. Propónense a veces en alguna tertulia ciertos objetos en rifa, y aunque se suponga que el objeto no agrade o no convenga, no es esta una razón para no entrar en la rifa. Estas cortas contribuciones no son gravosas, y son, por decirlo así, el medio de recompensar los beneficios que procura la sociedad.
Fatal es para la economía la época del día de año nuevo, y los gastos de él entran necesariamente en el libro de memoria de un hombre de sociedad. El primer día del año se visita y se cumplimenta los buenos deseos y votos nada cuestan, y así se prodigan. Es también costumbre el hacer a las señoras algunos regalitos de dulces, de libritos de memoria, de almanaques o de juguetes que la moda ha inventado para entonces; deben, pues, hacerse estos regalos con gracia y con decoro. Si fuesen de mucho valor haría sospechar intenciones que turbasen las familias y excitasen los recelos; pero debe cada uno hacerlos según sus facultades y situación, dándolos siempre con agudeza, y acompañando el regalo con algunas expresiones amables y lisonjeras que den a entender que os tenéis por dichosos en ofrecer aquel pequeño obsequio. La gracia con que se da es lo que hermosea siempre el regalo, y agrada aun más que el regalo mismo.
Los aguinaldos a los criados prueban también la liberalidad, cuidando siempre al darlos de no ofender el carácter de los amos.
"No es necesario ser rico, para ser generoso"
Cuando un caballero se encuentra con una señora, jamás debe permitir que ella abra su bolsillo; dulces, helados, palco y aguinaldos le toca a él. Este es un uso de urbanidad invariablemente introducido en el mundo; y no se oponga que según esta aserción debe ser necesariamente rico el que ha de frecuentar la sociedad. No es necesario ser rico, sino que tenga unas facultades regulares que permitan estos ligeros gastos; es necesario tener lo que Horacio llama "dorada medianía", y a un hacendado, a un comerciante, o a un artista acomodado no puede dañar esto.
También se manifiesta la generosidad en las limosnas que se hacen, y no rehusando jamás su firma a las suscripciones para socorro de los desgraciados. Hombres hay a quienes les falta el pan, que no tienen abrigo ninguno para su cuerpo y cabeza, ni vestido, ni asilo; y que al paso que nosotros estamos rebosando en superfluidades, carecen de lo necesario. A favor de estos tales es cuando mejor se ejercita la generosidad. Cuando la triste viuda os tiende una mano desconsolada, cuando el huérfano llora en vuestra presencia, cuando el veterano os muestra sus cicatrices, desabrochad vuestro vestido, quitaos el guante, introducid el índice y el pulgar en las faltriqueras de vuestro chaleco, y sacad vuestra bolsita. También es de buen tono el ser caritativo, y si esto no fuese cierto, sería necesario hacer que lo fuese, y no vacilaríamos un momento en proponerlo.
Hay otra especie de generosidad en las relaciones que mutuamente nos unen. Consiste esta generosidad en no tener siempre demasiada razón; en no hacer que resalten los yerros de aquellos con quienes hablamos. Esto es lo que más se necesita en el mundo, y lo que por desgracia se encuentra menos.
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