Discurso del Ablegado Apostólico ante SS.MM. los Reyes con motivo de recibir la Rosa de Oro enviada por los Pontífices.
Es la Rosa de Oro prenda del paternal cariño del Príncipe que la envía, símbolo de la fe, de la justicia, de la caridad, de la Soberana que la recibe.
Discurso ante SS.MM. los Reyes.
En seguida el Ablegado Apostólico, colocado de pie ante SS.MM., pronunció en alta voz, y con energía y lucimiento, el siguiente discurso:
Señora: El Soberano Pontífice Pío IX, teniendo en alta consideración el insigne celo con que V.M. ampara y promueve la fe y la Religión en la Católica España, y el afectuoso respeto que profesa a su sagrada Persona y a la Silla Apostólica, ha resuelto dedicar a V.M. un público y perenne monumento que declare y patentice la especial benevolencia con que distingue a V.M. como a su hija predilecta en Jesucristo. Y así se ha dignado confiarme el honroso encargo de ofrecer a V. M. la Rosa de Oro que el mismo Pontífice, el año último, bendijo con solemnes ceremonias, y que es una de las más nobles distinciones que suele conceder la Santa Sede a los Príncipes cristianos que merecieron bien de la Religión y de la Iglesia.
El Breve Apostólico que acaba de leerse explica claramente los altos misterios que contiene esta dádiva sagrada: es la Rosa de Oro prenda del paternal cariño del Príncipe que la envía, símbolo de la fe, de la justicia, de la caridad, de la Soberana que la recibe, augurio feliz de la protección de Dios que la santifica.
Reciba, pues, V.M. con piadosa alegría esta señal visible y duradera de la bendición del Vicario de Jesucristo, que le recuerde constantemente que el Padre Santísimo de los creyentes levanta al cielo fervorosas plegarias para la prosperidad de V.M., de su Augusto Esposo, de su Real Familia y de toda esta ilustre Nación.
Plegué a Dios que esta flor, bañada con el rocío de la bendición celestial, difunda en toda España el más suave aroma de la cristiana caridad, para que santificadas las costumbres y unidas en santa concordia las voluntades de todos los españoles, como hermanos de una misma familia, se agrupen alrededor del Trono de V.M. y le saluden cual símbolo querido de unidad, de amor y de ventura.
Abra V.M. su corazón a las más gratas esperanzas al ver en sus manos la Rosa de Oro que ya adornó el Trono de su ínclita predecesora Isabel la Católica, cuyo nombre enaltece la historia de España y de la civilización cristiana. Vuestro Real ánimo se llene de santo regocijo al recibir esta preciosa joya con que la mano augusta de Pío IX, en días para él de tribulación y de amargura, ha querido engalanar la gloriosa diadema de Castilla.
Y al pronunciar el nombre venerando de Pío IX en este sagrado recinto, ante el espléndido aparato de la Corte española, no puedo menos de recordar aquel día, faustísimo para la dinastía de V.M. y para toda la nación, en que al pie de este mismo Altar, con igual pompa, bajo los auspicios de Pío IX, recibió el agua saludable del bautismo vuestro amado hijo el Príncipe de Asturias, esperanza querida de la España Católica y monárquica.
Esta Rosa, consagrada por Pío IX, represente a V.M. la alegría y la lozana prosperidad que la Providencia conceda a su reinado: sea para V.M. la prenda más cara al corazón de una madre, la dulce esperanza de que cuando en porvenir lejano, este excelso niño, ya en edad adulta, suba las gradas de este Trono, le sostenga con su augusto apoyo la Religión: la bendición que Pío IX invocó sobre su cuna corone su frente con aureola de paz, de gloria y de justicia, y Alfonso XII sea el heredero de la sabiduría de los Alfonsos y de la santidad de los Fernandos.
Volviendo a su asiento el Ablegado, un Capellán de honor leyó en alta voz el Breve Pontificio en que Su Santidad daba comisión al M.R. Arzobispo Claret para celebrar la Misa y poner la Rosa en manos de S.M. El Breve contenía también la concesión de indulgencia plenaria.
En seguida SS.MM. se acercaron a las gradas del Altar, hincándose de rodillas.
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