La apariencia personal. Su historia
La preocupación por el vestido y todo lo que con el se relaciona ha despertado la imaginación y la creatividad de los seres humanos

foto base Free-Photos - Pixabay
Presentación física: la imagen de una persona
Así como existen reglas para normar los aspectos de la vida social, también hay ciertos principios generales aceptados respecto a la presentación física; es decir, reglas de pulcritud de la propia persona y del vestido. Este último no obstante esta sujeto a los vaivenes de la moda, requiere la consideración de principios fundamentales e independientes de los dictados, a veces un tanto veleidosos, de los estilistas.
Ahora se hablará un poco sobre el origen del vestido. La Biblia informa detalladamente que taparse el cuerpo fue el resultado de la desobediencia de los buenos de Adán y Eva, nuestros primeros padres, expulsados del paraíso terrenal por razones que todos conocemos.
Por lo tanto parece que el primer modélico de la historia fue la famosa hoja de parra que en tan diversas maneras han reproducido los artistas de todos los tiempos.
A partir de ese momento se desencadenó una verdadera manía por cubrirse y adornarse el cuerpo y los cabellos en miles de forma distintas. Para ello, el ser humano ha recurrido a todos los elementos que le rodean, desde pieles y plumas hasta piedras y plásticos; y desde corales y cristales hasta conchas y caracoles.
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Su vanidad le ha hecho inventar la manera de cultivar gusanos de seda para tejer finas telas, y de matar millones de "bichitos" para producir un color especialmente favorecedor a la nobleza: el bermellón.
La preocupación por el vestido y todo lo que con el se relaciona ha despertado la imaginación y la creatividad de los seres humanos.
Y las mujeres son las más obsesionadas por esta actividad. Recientes estadísticas mundiales al respecto indican que los varones gastan actualmente 35% más que las mujeres en cosméticos. (Modos Modas y Modales, Rasha Labón Collado, Editorial Trillas, México).
A través de los siglos, muchas veces se ha cambiado de opinión sobre lo que es bello, elegante, sano y deseable para el cuerpo. Hubo un largo tiempo en que la belleza se relaciono estrechamente con la abundancia de carnes. También hubo épocas en que el pelo en la cara de los hombres era obligado y se consideraba signo de respetabilidad y belleza.
En culturas como la griega solo los hombres de cierta edad y de cierto prestigio podía usar barba, justo lo contrario de lo que sucede en nuestro mundo actual.
En la época romántica se prefería a los personajes masculinos lánguidos y flacuchos.
La belleza del bronceado se empezó a apreciar hace menos de 40 años. Sin embargo se ha exagerado tanto su valor que para obtenerlo no solo nos arriesgamos hacer víctimas de una insolación, sino que gastamos cantidades respetables para comprar esas lámparas que tanto daño nos hacen a la piel.
Antes la piel bronceada se consideraba símbolo de pobreza y de poca elegancia, pues solo tenían las campesinas que trabajaban de sol a sol en los campos.
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Los antiguos mayas colocaban una cuenta de jade en la frente de los niños recién nacidos para que desarrollaran el estrabismo, que era un signo de belleza.
Los zapatos de metal que se pusieron las mujeres por muchos siglos, en China los utilizaban para deformar el pie y pareciera pequeño y por lo tanto bello.
Por fortuna, en nuestros tiempos se ha logrado desvanecer muchos de estos mitos y las costumbres se han hecho más racionales, cómodas y funcionales.
Sin embargo, existen aún ciertas preconcepciones que nos obligan a sacrificios físicos y económicos, para adecuarnos a los actuales cánones de belleza y aceptabilidad de nuestra cultura impone.
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