Sobre los convites. II.
Normas que deben seguir los comensales en los convites.
Normas que deben seguir los comensales en los convites.
Antes de beber ten bien mascado el alimento, y no arrimes los labios a la copa sino bien enjugados antes con la servilleta o con un pañuelo, sobre todo si alguien te ofrece su copa o si se está de una copa común bebiendo. Mientras se está bebiendo, mirar desviando los ojos a otro lado es de poco bien nacidos, así como también el doblar, a ejemplo de las cigüeñas, la cerviz sobre la espalda, no vaya a quedar alguna gota en el fondo del vaso, es impropio de hombres de bien.
Al que da salud con su copa devuélvale amablemente el saludo, y arrimando al vaso los labios, sorbiendo un poquitillo, finja que está bebiendo: esto para un gracioso cortés será bastante; pero si un tanto pueblerinamente insiste, prométale que responderá a su salud cuando haya llegado a mayor edad.
Algunos, apenas se han bien sentado, luego echan las manos a los manjares; esto es propio de lobos o de esos que, como dice el proverbio, devoran de las trébedes las carnes aún no sacrificadas.
No toques el primero al guiso que se haya servido, no ya sólo por lo que ello arguye de ansioso, sino porque a las veces se acompaña de peligro, cuando aquel que algo hirviente ha metido en la boca sin tantearlo o se ve obligado a arrojarlo o, si lo traga, a abrasarse la garganta, quedando por uno u otro modo ridículo y afligido. Debe ello demorarse algún tanto, a fin de que se acostumbre el niño a moderar la pasión; con tal acuerdo, Sócrates ni aun de viejo se permitió nunca tomar del primer vino de la crátera.
Si con mayores se sienta a la mesa el niño, sea el último, y eso no sin que se le haya invitado a ello, en alargar la mano a la fuente.
En guisos caldosos sumergir los dedos es de pueblerinos; con el cuchillo o con un tenedor retire de ello lo que quiere; y no lo ande eligiendo de toda la fuente a derredor, como suelen hacer los gulusmeadores, sino tome lo que por ventura quede ante él puesto; cosa que hasta de Homero es dado aprenderla, en cuya obra se encuentra frecuentemente el siguiente verso: "Y al manjar que tenían delante echaron las manos". Y aun eso, si fuere notoriamente exquisito, cédaselo al vecino y coja para sí lo que tras ello esté más cerca.
Así que, lo mismo que es de intemperantes llevar la mano a todas las regiones de la fuente, así es poco decoroso dar a la fuente vuelta para que vengan ante ti trozos más suculentos. Si algún otro le alargare un manjar algo más escogido, después de adelantar alguna disculpilla recíbalo, pero, tras haber sacado para sí una porcioncilla de ello, ofrézcale el resto al que se lo había tendido o compártalo con el que más cerca esté sentado.
Lo que no puede tomarse con los dedos ha de cogerse sobre el plato de uno. Si alguien de una empanada o pastel de carne te ha tendido algo, con una cuchara o sobre tu plato recíbelo, o bien, si te lo alargan en cuchara, tómalo y, volcado sobre tu plato el alimento, devuelve la cuchara; si es un tanto líquido lo que se te da a degustar, tómalo y devuelve la cuchara, pero tras limpiarla a la servilleta.
Los dedos untados lamérselos con la boca o limpiárselos a la camisa es igualmente incivil; ha de hacerse más bien con un paño o con la servilleta.
Tragarse al momento los bocados enteros es cosa de cigüeñas y de hampones.
Si algo se hubiere trinchado por mano de otro, inurbano es alargar la mano o tu plato antes de que aquel que hace las partes te lo ofrezca, no parezca que te adelantas a arrebatar lo que se había dispuesto para otro. Lo que se te alarga, o con tres dedos o tendiendo el plato ha de recibirse.
Si lo que se te ofrece no se conlleva con tu estómago, guárdate de decir aquello del Clitifón de la comedia, "No puedo, padre", sino amablemente da las gracias: pues es ésta la más urbana manera de rehusar; si persiste el ofertor, di respetuosamente o que no te sienta bien o que no tienes falta de nada más.
Ha de aprenderse en seguida desde los primeros años la manera de trinchar, no casi ritualmente, como algunos hacen, pero sí civilizada y adecuadamente.
Pues de un modo se trincha una paletilla, de otro modo un muslo, de otro un pescuezo, de otro un costillar, de un modo un capón, de otro un faisán, de otro una perdiz, de otro modo un pato; sobre el cual asunto dar cosa por cosa sus preceptos, así como fuera prolijo, así tampoco vale la pena.
Algo hay que puede, en general, darse a saber: que es propio de glotones como Apicio el raer de cada parte todo aquello que halague el paladar.
Tajadas medio por ti comidas alargárselas a otro es de usanza poco honesta. El pan ya roído volverlo a sumir en la salsa es pueblerino; así como tampoco es elegante echar fuera de las fauces el alimento ya mascado y volverlo a poner en el plato de uno; pues si por caso se ha tomado algo que no se deje bien tragar, apartándose uno a escondidas arrójelo a algún sitio.
Una presa de la que ya se ha comido o unos huesos, una vez dejados en el plato de uno, volverlos a tomar se tiene por falta.
Los huesos o cualquier cosa semejante que de resto quede no los arrojes bajo la mesa, emporcando el pavimento, ni los eches sobre el mantel de la mesa, ni los devuelvas a la fuente, sino apártalos a un rincón de tu plato o en el platillo que entre algunas gentes se pone al lado para recoger los restos.
A los perros ajenos arrojarles comida de la mesa a necedad se achaca; más necio es andarlos sobando durante el convite.
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- Sobre los convites. II.
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