Sobre los convites. I.
Normas que deben seguir los comensales en los convites.
Normas que deben seguir los comensales en los convites.
En los convites haga presencia la alegría, quédese ausente la insolencia.
No acudas a la mesa sino después de haberte lavado, pero con las uñas antes recortadas, no se quede metido en ellas algo de suciedad y se te diga "rhypo-kóndylos", "nudillos-negros", y vaciada antes de eso en lugar retirado la vejiga, o si el caso lo demanda, descargado también el vientre; y si por ventura le acontece a uno estar ceñido demasiado prieto, acuerdo es aflojar un tanto las ataduras, cosa que ya a la mesa poco decentemente puede hacerse.
Al enjugarte las manos, arroja al mismo tiempo todo lo que en el ánimo haya de pena. Pues en el convite ni es bien estar triste ni entristecer a nadie.
Si se te ha encargado de bendecir la mesa, compón en actitud religiosa cara y manos, dirigiendo la vista o bien al principal del convite o, si por caso allí la hay, a la imagen de Cristo, doblando ambas rodillas al nombre de Jesús y de la Virgen Madre. Si ese cargo se le ha dado a algún otro, con igual religiosidad escucha a su vez y a su vez responde.
El asiento de honor cédeselo a otro gustosamente, y si se te ha invitado a ocupar lugar un tanto honorable, excúsate cortésmente; si, con todo, te lo manda repetida y seriamente alguien investido de autoridad, consiente respetuosamente, no parezcas, en vez de cortés, huraño.
Ya sentado, ten una y otra mano sobre la mesa, no juntas ni encima de tu plato. Pues poco decorosamente algunos ya la una o ya las dos las tienen sobre el regazo. Apoyarse de codo, sea con uno, sea con los dos, sobre la mesa se les disculpa a los fatigados por vejez o por enfermedad; eso mismo en algunos cortesanos exquisitos, que estiman que les sienta bien todo lo que hacen, disimularse debe, no imitarse.
En tanto, ha de ponerse cuidado en que ni al que está junto a ti sentado con el codo ni al que se sienta enfrente con los pies les des molestias.
El oscilar sobre la silla y ahora sobre esta nalga, ahora a su turno posarse sobre la otra, da la apariencia de quien está a cada poco soltando ventosidad del vientre o que está haciendo esfuerzos por soltarla. Esté, pues, el cuerpo con parejo equilibrio erguido.
Si se da servilleta, sobre el hombro izquierdo o sobre el brazo zurdo colócala.
Al ir a sentarte con gentes de cierta estima, tras peinarte la cabeza, deja el gorro, a no ser que o bien usanza de la región diversamente lo persuada o bien lo disponga la autoridad de alguien a quien sea poco decente desobedecer.
En algunos pueblos es costumbre que los niños, en pie ante la mesa de los mayores, tomen el alimento en último lugar, con la cabeza descubierta; en tales sitios no se acerque el niño si no se le ha mandado, no se quede allí pegado hasta el fin del convite, sino, una vez tomado lo que es bastante, retirando su plato, salude plegando la corva a los comensales, principalmente a aquel que entre los convidados sea de más honor.
A la derecha téngase la copa y el cuchillo de vianda debidamente limpio; a la izquierda, el pan.
El pan, sujeto bajo la palma de la mano, desmenuzarlo con la punta de los dedos, déjalo para refinamiento de algunos cortesanos; tú córtalo decentemente con el cuchillo, no repelando por todas partes la corteza ni separándola por ambos lados: esto es de exquisitos.
El pan los viejos en todos los convites lo manipulaban como cosa sagrada religiosamente; de donde ha quedado aun ahora la costumbre, cuando por caso se ha caído a tierra, de darle un beso.
Dar en seguida comienzo al convite brindando con las copas es cosa de bebedores, que beben no por sed, sino por hábito, y es esa usanza no sólo impropia de las buenas maneras, sino que empece a la salud del cuerpo; ni tampoco al punto tras haber tomado de su caldo las sopas ha de beberse, mucho menos tras un manjar de leche. Para un niño, el beber más de dos o a lo sumo tres veces en la comida ni es decoroso ni saludable: beba una vez algo después de haber probado del segundo plato, sobre todo si es seco; luego, otra vez hacia el final de la comida, y ello absorbiendo con tiento, no ingurgitando y con ruido de caballerías.
Tanto el vino como la cerveza, que no emborracha menos que el vino, así como dañan a la salud de los muchachos, así desdoran sus maneras. Agua es lo que conviene a la edad hirviente, o si esto no lo sufre o la condición del país o algún otro motivo, haga uso de una cerveza ligera o de un vino no ardiente y desleído con agua. Pues ¿qué?: a los que se gozan con el vino puro, tales son los premios que detrás les vienen: dientes sarrosos, mejillas colgantes, ojos cegajosos, pasmo de la mente; en suma, envejecimiento antes de la vejez.
- Sobre los convites. I.
- Sobre los convites. II.
- Sobre los convites. III.
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