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Las personas aduladoras.

Hay personas que con tal de agradar a los demás hacen o dicen cosas para ganarse su afecto y confianza.

Reflexiones sobre las costumbres. 1818
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Las personas aduladoras.

Un conocimiento exquisito de nuestras obligaciones, y una exacta fidelidad en cumplirlas, es otra de las bellas cualidades de la política y la urbanidad. Es menester que no nos perdamos de vista, y que estemos siempre sobre nosotros para no desconcertarnos cuando tratamos con personas cuyo caracter es difícil e intolerable. Debemos disimular sus debilidades, y hacer como que entramos a la parte con sus sentimientos y sus opiniones; puesto que por extrañas y desvariadas que nos parezcan , si las miramos por cierto semblante las podemos interpretar de manera, que con un poco de sagacidad y de finura, las conduzcamos a su debido término , y doblemos por último aquella dureza de carácter, que al principio nos parecía inflexible.

El que sabe el secreto de acomodarse al humor de las personas que trata; el que tiene discernimiento para conocer la situación en que se hallan y conformarse con ella; el que posea cierta delicadeza de espíritu, cierta flexibilidad de carácter que sabe amoldarse por decirlo así, a los genios de todos, ese es un político fino; pero, ¿cuántos hay que a falta de este difícil arte, recurren a la torpe y baja adulación?

En ocasiones, una persona suele pretender agradar, y aspirar a ser tenido por el político más delicado. Para alcanzar esta reputación renuncia a su propio honor, y a todos los principios de la sana moral. Estudia con cuidado el carácter de aquellos cuya amistad pretende ganarse, y observa sus flaquezas y sus debilidades hasta que encuentra la pasión que les domina. Entonces se aprovecha de todos los artificios de la adulación , prostituye toda suerte de alabanzas sin elección ni discernimiento, tiene por lícito cuanto le parece conveniente para el logro de sus fines, atropella por todas las reglas de la probidad; y a fuerza de viles sumisiones, de torpes bajezas y de los más infames sacrificios adormece dulcemente a su objeto, y llega a manejarlo a su arbitrio.

¿Cuántas personas se vea envueltas en lazos tal vez imposibles de romper, por haberse dejado engañar de las encantadoras voces de estas sirenas? ¿a cuántas les ha costado bien caro el vano incienso de algunas alabanzas? ¿cuantas altivas bellezas se han dejado seducir hasta doblar su altivez, y pagar con los últimos favores algunas palabras lisonjeras? ¿y cuántas veces la insolente adulación arrebata los premios debidos al mérito modesto?

No creamos pues de ligero, vivamos con cautela, guardémonos de esta peste de la sociedad, y no permitamos que se nos acerque ningún personaje como el descrito.

 

Nota
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